HACERSE EL MUERTO, Andrés Neuman

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ANDRÉS NEUMAN, Hacerse el muerto, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, 144 páginas.

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En el Apéndice para curiosos, Neuman suma dos nuevos dodecálogos del cuentista a los que ya había concebido cinco años atrás en Alumbramiento.

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EL FUSILADO

   Cuando Moyano, con las manos atadas y la nariz fría, escuchó el grito de «Preparen», recordó de repente que su abuelo español le había contado que en su país solían decir «Carguen». Y, mientras recordaba a su difunto abuelo, le pareció irreal que las pesadillas se cumplieran. Eso pensó Moyano: que solía invocarse, quizá cobardemente, el supuesto peligro de realizar nuestros deseos, y solía omitirse la posibilidad siniestra de consumar nuestros temores. No lo pensó en forma sintáctica, palabra por palabra, pero sí recibió el fulgor ácido de su conclusión: lo iban a fusilar y nada le resultaba más inverosímil, pese a que, en sus circunstancias, le hubiera debido parecer lo más lógico del mundo. ¿Era lógico escuchar «Apunten»? Para cualquier persona, al menos para cualquier persona decente, esa orden jamás llegaría a sonar racional, por más que el pelotón entero estuviese formado con los fusiles perpendiculares al tronco, como ramas de un mismo árbol, y por más que a lo largo de su cautiverio el general lo hubiese amenazado con que le pasaría exactamente lo que le estaba pasando. Moyano se avergonzó de la poca sinceridad de este razonamiento, y de la impostura de apelar a la decencia. ¿Quién a punto de ser acribillado podía preocuparse por semejante cosa?, ¿no era la supervivencia el único valor humano, o quizá menos que humano, que ahora le importaba en realidad?, ¿estaba tratando de mentirse?, ¿de morir con alguna sensación de gloria?, ¿de distinguirse moralmente de sus verdugos como una patética forma de salvación en la que él nunca había creído? No pensaba todo esto Moyano, pero lo intuía, lo entendía, asentía mentalmente como ante un dictado ajeno. El general aulló «¡Fuego!», él cerró los ojos, los apretó tan fuerte que le dolieron, buscó esconderse de todo, de sí mismo también, por detrás de los párpados, le pareció que era innoble morir así, con los ojos cerrados, que su mirada final merecía ser al menos vengativa, quiso abrirlos, no lo hizo, se quedó inmóvil, pensó en gritar algo, en insultar a alguien, buscó un par de palabras hirientes y oportunas, no le salieron. Qué muerte más torpe, pensó, y de inmediato: ¿Nos habrán engañado?, ¿no morirá así todo el mundo, como puede? Lo siguiente, lo último que escuchó Moyano, fue un estruendo de gatillos, mucho menos molesto, más armónico incluso, de lo que siempre había imaginado.
   Eso debió ser lo último, pero escuchó algo más. Para su asombro, para su confusión, las cosas siguieron sonando. Con los ojos todavía cerrados, pegados al pánico, escuchó al general pronunciando en voz bien alta «¡Maricón, llorá, maricón!», al pelotón retorciéndose de risa, oyó el canto de los pájaros, olió temblando el aire delicioso de la mañana, saboreó la saliva seca entre los labios. «¡Llorá, maricón, llorá!», le seguía gritando el general cuando Moyano abrió los ojos, mientras el pelotón se dispersaba dándole la espalda, comentando la broma, dejándolo ahí tirado, arrodillado entre el barro, jadeando, todo muerto.

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TERCER DODECÁLOGO DE UN CUENTISTA

I
Mucho más urgente que noquear a un lector es despertarlo.
II
El cuento no tiene esencia, apenas costumbres.
III
Hay dos tipos de cuento: los que ya saben la historia y los que la van buscando.
IV
La extrema libertad de un libro de cuentos radica en la posibilidad de empezar de cero en cada pieza. Exigirle unidad sería ponerle un candado al laboratorio.
V
La quietud como arte de la inminencia.
VI
La voz decide el acontecimiento, más que viceversa.
VII
Al cuento lo persigue su estructura. Por eso, cada cierto tiempo, conviene dinamitarla.
VIII
Un relato absolutamente redondo atrapa al lector, no lo deja salir. En realidad tampoco le permite entrar.
IX
Todo cuento es oral en primer o segundo grado.
X
Mientras el cuentista perpetra simetrías, sus personajes lo perdonan con sus imperfecciones.
XI
Tentación efectista del final abierto: interrumpirlo en un momento demasiado brillante, clausurarlo en su apertura.
XII
Toda historia que termina a tiempo empieza de otra manera.

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DODECÁLOGO CUARTO: EL CUENTO POSMODERNO

I
Cualquier forma breve podría ser un cuento, siempre que logre crear sensación de ficción.
II
Ausencia de punto de fuga: la frontera entre el relato de ayer y el de mañana.
III
La resolución del argumento y el final del texto mantienen un invisible tira y afloja. Si se impone lo primero, la estructura tiende a Poe. Si se impone lo segundo, tiende a Chéjov. Si se queda en empate, ahí hay algo nuevo.
IV
A estas alturas, desordenar el orden cuenta más que ordenar el desorden.
V
La ausencia de grandes personajes engendra al Gran Personaje: el yo que se narra.
VI
Con el paso de los cuentos, la omnisciencia deserta.
VII
Nos hemos puesto tan hiperhibridantes, que pasado mañana haremos una revolución purista.
VIII
La dispersión como trama, el cruce casual de ramas como árbol.
IX
El hablante elevado a discurso, el narrador como argumento.
X
El presente absoluto como única Historia: la narrativa breve del reset.
XI
Del cuento con sorpresa al cuento con duda.
XII
Hay cuentos que merecerían terminar en punto y coma;

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