101 CUENTOS CLÁSICOS DE LA INDIA

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101 cuentos clásicos de la india, EDAF, Madrid, 1999 (1995), 130 páginas.

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Ramiro Calle, recopilador de unas "joyas de la sabiduría" que recogen la esencia del pensamiento tradicional de la India, es también quien añade, al final de cada narración, un comentario que vuelve explícita la enseñanza.

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LA MADERA DE SÁNDALO

   Era un hombre que había oído hablar mucho de la preciosa y aromática madera de sándalo, pero que nunca había tenido ocasión de verla. Había surgido en él un fuerte deseo por conocer la apreciada madera de sándalo. Para satisfacer su propósito, decidió escribir a todos sus amigos y solicitarles un trozo de madera de esta clase. Pensó que alguno tendría la bondad de enviársela. Así, comenzó a escribir cartas y cartas, durante varios días, siempre con el mismo ruego: "Por favor, enviadme madera de sándalo." Pero un día, de súbito, mientras estaba ante el papel, pensativo, mordisqueó el lápiz con el que tantas cartas escribiera, y de repente olió la madera del lápiz y descubrió que era de sándalo.
   El Maestro dice: Si la percepción está embotada, se estrella en las apariencias de las cosas.

CREÍA QUE MI PADRE ERA DIOS, Paul Auster

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PAUL AUSTER, Creía que mi padre era Dios, Anagrama, Barcelona, 2002, 521 páginas.

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Subtitulado Relatos verídicos de la vida americana, es el resultado de un proyecto radiofónico comandado por Paul Auster: "Los relatos tenían que ser verídicos y breves, pero no había restricciones en cuanto al tema y el estilo"  anuncia en el Prólogo (pp. 9-18). "Si tuviese que definir estos relatos, los llamaría crónicas desde el frente de la experiencia personal". Organizado en diez bloques temáticos (Animales, Objetos, Familias, Disparates, Extraños, Guerra, Amor, Muerte, Sueños y Meditaciones), contiene 179 relatos, fruto de una selección de un total de 4000 historias.

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 CONFESIONES DE UN RATÓN MOSQUETERO
        
   Cuando tenía doce años entré a formar parte del primer grupo de Ratones Mosqueteros. Walt Disney me dijo: «Doreen, pertenecer a los Ratones Mosqueteros será probablemente lo más importante que hagas en tu vida.»
   Años más tarde, durante la guerra del Vietnam, trabajé como animadora del Servicio Norteamericano en Ultramar actuando en las bases norteamericanas que había en todo el mundo. Con el tiempo acabé aterrizando en el «campo de batalla». Llegué a Saigón en plena ofensiva del Tet de 1968. Trabajaba con una banda de músicos filipinos que se llamaban Los Invasores y cuando nos enviaron a actuar para los Caballos Negros del Séptimo de Caballería ya llevábamos un mes trabajando a diario y estábamos exhaustos.
   Al aterrizar divisamos desde el helicóptero un enjambre de uniformes verdes situados frente a un camión con plataforma que hace las veces de escenario. Antes de que los rotores se detengan ya hemos descargado todo el equipo. Una enfermera me acompaña a su barracón, donde me cambio de ropa para la función y me retoco el maquillaje. Unos minutos más tarde hago mi aparición vestida con una minifalda, una camiseta ajustada, botas blancas altas hasta la rodilla y el pelo largo y suelto de color platino.
   A cada paso que doy, mis botas blancas de chica gogó se clavan en el barro rojo. Subo la escalera hasta la plataforma del camión, dejando un rastro de pegotes de barro tras de mí. La gente enloquece, cojo el micrófono, lo saco de su soporte y lo lanzo al aire agarrando el cable a tiempo para recuperarlo mientras grito: «¡Callaos, o me voy corriendo!» El público se vuelve loco de entusiasmo. Algunos soldados de la primera fila se ponen a bailar con algunas enfermeras. Mientras suena la música, la realidad de la guerra se olvida.
   Al cabo de un rato algunos chicos ya están bastante borrachos. Abren latas de cerveza con los dientes dando risotadas histéricas entre trago y trago. Un tipo se ha cortado el labio con una lata de cerveza y la sangre mana mientras trata de parar la hemorragia a base de tragos.  Sonríe hacia el escenario mostrándome sus dientes ensangrentados.
   Nuestro último número, «Tenemos que largamos de aquí», les vuelve locos. La banda y yo saludamos y el aplauso se vuelve ensordecedor. En ese momento veo por el rabillo del ojo que están pasando entre el público un par de orejas de Los Ratones Mosqueteros. Un tipo bien parecido que está en el centro de una fila se pone las orejas del Ratón Mickey y entonces sobreviene un «momento mágico». Sólo pasa cuando estás en sintonía con el público. Llamadlo energía eléctrica o la excitación del momento. El soldado que lleva puestas las orejas se levanta y comienza a cantar la canción del Club del Ratón Mickey. Uno a uno los soldados comienzan a ponerse en pie hasta que todo el público se queda en posición de firme. «Ha llegado el momento de decir adiós a todos nuestros amigos, M-I-C, eme- i-ce... CE-lebro que hayas estado con nosotros, K-E-Y, ka-e-y... Y todo porque te queremos, ¡R-A-T-Ó-N! Se me saltan las lágrimas mientras miro a aquellos hombres hechos y derechos cantar con tanto fervor. Había viajado al otro lado del mundo y, aun así, no podía escapar del pasado.
   El Ratón Mickey estaba en todas partes.
        
DOREEN TRACEY
Burbank, California

COCAÍNA (MANUAL DE USUARIO), Julián Herbert

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JULIÁN HERBERT, Cocaína (Manual de usuario), DeBolsillo, Barcelona, 2008, 112 páginas.

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SENTADO EN BAKER STREET

   Llámenme Mr Sherlock Holmes. Estoy sentado en Baker Street alternando una semana de cocaína con otra de ambición. La extraordinaria fuerza de mis dedos se ocupa en moler piedras y preparar agujas. La precisión de mis pupilas se encarga de que nada se derrame, de que la dosis sea exacta a pesar de mis temblores y el zumbido en mis orejas. Las peculiares dimensiones de mi cráneo son nadas: nadas ociosas y relucientes que se curvan como un resbaladero, un tobogán donde las violencias lógicas desfallecen y caen. Estoy sentado en Baker Street mirando pasar sobre la nieve las ruedas sucias de los carruajes.
   Llámenme Adán. Estoy sentado en Baker Street, mi sillón es de cuero y de madera. Estoy desnudo. Tengo la verga más dulce de la Creación. Mi verga está dormida y no consigo despertarla. Lo intenté viendo películas porno y nada. Lo intenté sacudiéndola bajo un chorro de agua fría y nada. Lo intenté pensando en ti y nada: nadas ociosas y relucientes como un gramo en un pedazo de papel. Tengo una verga dulce, inútil, un relámpago de carne que se apaga. Y si al menos pudiéramos amarnos esta noche. Pero mientras, alcánzame el espejito que está sobre el lavabo.
   Llámenme Georg Trakl. Estoy sentado en Baker Street. Mi cuerpo es una farmacia. Anís y caspa del diablo. Mis médulas resecas esparcidas en el regazo de Grete. La nada reluciente del deseo. La ambigüedad y la mugre. Salzburgo detrás de la ventana, sus calles, su tufosa respiración saltando como un batracio que se escondiera en todas las gargantas. La estantería con frascos: láudano, placebos y jarabes. En el tapiz abundan las manchas de mis dedos, manchas de madrugada tras madrugada tambaleando y cayendo, mirándome las uñas, masturbándome con dificultad sobre una vieja mantilla que mi hermana extravió cierta tarde de octubre. Un día de estos voy a largarme a Borneo. Ahora viene otra descarga.
   Llámenme Antonio Escohotado. Estoy sentado en Baker Street, son las dos de la madrugada y yo aún reviso documentos: un pasaje donde el Inca Garcilaso habla de las ofrendas de coca; un prospecto en que el Dr. Freud recomienda el producto de Merck; un alegato contra el empleo clínico de morfina, láudano y heroína; un informe químico sobre el French Wine of Coca, Ideal Tonic que J. S. Pemberton le vendió años más tarde a Grigs Candler con un nombre chispeante: Coca Cola. Y allá en la plazuela —casi logro espiarlos a través de los visillos— dos chavales se dejan dar por el culo a cambio de una papelina. Estoy sentado en Baker Street mirando pasar sobre la nieve las ruedas sucias de la historia.
   Llámenme Yo. Estoy sentado en Baker Street. Gasto mi dinero en el true west que sube y baja mis pulmones. Todo oxígeno es un círculo nasal: el cesto lleno de Kleenex, los kleenex llenos de sangre, los kleenex llenos de mí. Enciendo la computadora. Juego Solitario hasta entumecer mi mano izquierda. Luego intento escribir. Luego miro el reloj: ya pasaron veinte minutos. Voy al baño, me siento a horcajadas en la taza, vacío sobre el espejo un poquito de polvo, luego un poquito más. Lo huelo, lo muelo con mi tarjeta de cheque automático Serfín, hago dos rayas largas y bien gruesas. Aspiro. Esto es todos los días. Va casi un tercio de onza, llevo no sé cuántas horas sin dormir; no sé cómo parar. Van a correrme del trabajo. Llámenme como quieran: perico, vicioso, enfermo, hijitoqueteestapasando yaparalecarnal vivomuertopaqué, llámenme escoria y llámenme dios, llámenme por mi nombre y por el nombre de mis dolores de cabeza, de mis lecturas hasta que amanece y yo desesperado. Soy el que busca una piedrita debajo del buró, encima del lavabo, en el espejo, en mi camisa, y amanece otra vez y sin dinero, y la sonrisa helada del vecino a través de la persiana, y a poco crees que no se han dado cuenta. Estoy sentado en Baker Street mirando pasar sobre la nieve las ruedas sucias de mi vida.
   Llámenme Ismael: estoy sentado en Baker Street, junto a la chimenea, tratando de cazar con mis palabras a un animal blanco y enorme. Mide casi una legua, su cola es pura espuma, sus ojos tienen la pesadez y el brillo de la sal más brava. Es un animal que se asusta y enfurece, que mata ciegamente, que cuando no te mata parte tu vida en dos. Pero es también una bestia lúcida y hermosa, y respira música, y en el momento en que su cola te azota y arroja tu cuerpo por el aire no piensas ni en el dolor ni en la sangre que gotea: piensas solamente en la velocidad —que es como no pensar, o sentir el pensar, o estar sentado en medio de la purísima nieve mirando pasar las ruedas sucias.
   Llámenme Ismael. Estoy aquí para contarles una historia.

ARTISTAS INSÓLITOS, Daniel Monedero & Óscar T. Pérez

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DANIEL MONEDERO & ÓSCAR T. PÉREZ, Artistas insólitos, La Galera, Barcelona, 2009, 32 páginas.
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EL PINTOR SONÁMBULO

   Robert Richardson era sonámbulo desde niño y ése fue siempre el motor de todo su arte. De hecho, toda la producción artística de este olvidado pintor fue realizada en sus episodios de sonambulismo. Confesaba ser incapaz de pintar un solo cuadro estando despierto. Es curioso comprobar lo que decía Arthur Barde, pintor y uno de sus íntimos amigos: «El propio Rlchard me contó cómo él mismo se quedaba deslumbrado al despertar y ver todas esas telas desordenadas en su estudio. No podía creer que él hubiese pintado aquellas revelaciones, ya que se sentía totalmente incapaz de afrontar los laberintos del arte durante la vigilia.»
   Cuando Robert alcanzó el máximo de su éxito, quiso crear todo un movimiento del hecho de pintar en el estado del sonambulismo. «Los Sonambulistas» fue el nombre con el que los bautizó y en su «Manifiesto del sueño» se dice que ningún verdadero artista creará despierto, pues la verdadera inspiración tiene que estar más allá de la razón, por eso sólo se podrá crear cuando el pintor o el poeta se encuentre bajo los efectos del sonambu lismo. «Sólo  se creará bajo al dictado de sus sueños» era la frase que abanderaba su movimiento, que por suerte o por desgracia nunca tuvo ningún seguidor, y Rlchardson, hasta el día de hoy, es el único «sonambulista» que existe.
   Como suele suceder, lo que fue el don del pintor fue también su condena. Porque después de una etapa de gran efervescencia creativa, sufrió una crisis artística profunda debido a un agudo insomnio. Al no dormir, no se producían los habituales estados de sonambulismo creativo, y esto alteraba de tal modo sus nervios que a su vez le causaba aún más insomnio. Y así su figura y su arte fueron cayendo en el olvido y las grandes obras que hizo en el sueño cada vez eran menos grandes, fueron perdiendo intensidad y misterio, revelando a un hombre que, por mucho que lo quisiera disimular, soñaba cada vez menos.
   Rlchardson, el insomne, fue un anciano deprimido y abandonado por su inspiración. Aunque aún en esos momentos, muy de tarde en tarde, echaba una cabezadita después de comer y podía dar algún trazo que conservaba la magia, la gracia y la intensidad de los viejos tiempos.
   Nunca, en la historia, existieron bostezos tan artísticos.

AL VUELO, Rogelio Guedea

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ROGELIO GUEDEA, Al vuelo, Mantis, Colima, 2003, 108 páginas.

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UNA PEQUEÑA HISTORIA DE AMOR

   Sobre el viejo radio de la abuela Petra tenemos, mi mujer y yo, una parejita de muñecos de porcelana. No sé cómo llegarían hasta ahí, pero los muñequitos están vestidos a la usanza antigua: ella con un guardainfante color lila; él con una casaca sin chaleco y una gorra de cuartel.
   Sentados en una banca que tiene chapetones y palmetas en el respaldo, los muñequitos se miran con delectación. Él rodea con el brazo la cinturita de ella, y ella, con las mejillas ruborizadas, lee en voz baja las páginas de lo que parece La cartuja de Parma, de Stendhal.
   La última vez que nos cambiamos de casa —nos hemos mudado tantas veces ya—, al muñequito se le trozó la cabeza de raíz. Nos dimos cuenta cuando sacábamos de la caja los perifollos de la sala y del antecomedor. Triste, mi mujer se valió de todos los medios para lograr pegársela, pero en cada intento se volvía a caer.
   Muchos días y muchos meses estuvimos consternados, hasta que una mañana resolvimos colocar la cabeza del muñeco debajo de la banca, con la mirada en dirección a los ojos azules de la linda francesita, a quien una noche de insomnio sorprendimos intentando alcanzar con los labios la lejana frente del hombrecito.

ANTOLOGÍA DEL CUENTO CORTO COLOMBIANO, Guillermo Bustamante Zamudio & Harold Kremer

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GUILLERMO BUSTAMANTE ZAMUDIO & HAROLD KREMER, Antología del cuento corto colombiano, Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, 2006 (1994), 110 páginas.

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EL AMIGO
        
   Todas las mañanas, cumpliendo con la rutina de mi trabajo, paso por una casa en cuyo balcón hay un viejo sentado en su silla de ruedas. Siempre, al pasar junto a la casa, el viejo y yo nos saludamos batiendo nuestras manos.
   No sé como se llama ni él sabe mi nombre. Tal vez el vernos todos los días casi obligatoriamente nos haya hecho amigos.
   Hoy no nos vimos y al pasar por su balcón me he sentido muy triste al pensar en lo que pudo haberle ocurrido; ya a su edad, y con la mala salud que aparentaba, despertar a un nuevo día era una sorpresa.
   Esta mañana me he sentido muy alegre pues el viejo ha sido el primero en traer flores a mi tumba.
        
Miguel Fernando Caro G.

OBRAS REUNIDAS, Efrén Rebolledo

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EFRÉN REBOLLEDO, Obras reunidas, Océano, México D.F., 2004, 496 páginas.

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La obra completa del mexicano abarca tanto la narrativa breve como la poesía y el teatro. Los tres géneros conviven en esta edición, en la que destaca el minucioso estudio preliminar de Benjamín Rocha (pp.13-40).

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EL SOLILOQUIO DEL ESPEJO

   Mi alma es la luz, sin la luz yo no sería. ¿Qué es sin el alma el cuerpo? Materia sin vida, cadáver, substancia inerte. Y de igual modo que el espíritu es causa del sufrimiento en los seres vivos, la luz que es mi espíritu es el origen de mi atormentada vida. Soy una víctima de la luz.
   No digo el hombre, el animal más mezquino, el insecto más vil, pueden evitar el dolor; pues o están provistos de armas para la lucha, o disponen de una coraza para la defensa o. cuentan con instrumentos para la fuga. Yo carezco de todo; de armas, de coraza, y no soy dueño ni de mover mi cuerpo.
  Corno el infeliz toco dentro de la camisa de fuerza, yo estoy sujeto en el mareo que me maniata. Semejante al mísero ajusticiado que pende de infamante horca, cuelgo yo de fija escarpia; pero sin recibir la súbita1y bendita liberación, sino agonizando lenta y perennemente.
   Soy un paralítico de cuyos miembros ha huido la vida refugiándose en sus ojos donde brilla con persistente y desesperada intensidad. Un mudo que piensa con lucidez y cuyo único recurso de expresión es la mirada. Además, no me dejan tranquilo, sino que me persiguen, me vejan, me arrebatan mi voluntad forzándome a reproducir lo que me ordenan. Soy ludibrio del que se coloca delante de mí, como el hipnotizado el hipnotizador.
   Toda mi vida reside en mi mirada. Y bien, no hay ojos que no descansen, no hay ojos que no reposen, todos los ojos se cierran. A mí no se me concede tregua; yo permanezco siempre vigilante, siempre atento, sin gozar nunca del alivio de un parpadeo. ¿Se puede imaginar un terror más grande que unos ojos siempre abiertos, hasta de noche, hasta cuando están dormidos? Los ojos al menos pueden volverse adonde les place, apartar la vista de lo que les disgusta. Yo estoy condenado a ver siempre, siempre, siempre.
   No soy por lo menos hijo de la naturaleza, soy una falsificación, una superchería. Soy una copia mal sacada, un burdo desmañado remedo de un original que se me antoja es una fuente o un río que reflejan las frondas y las nubes, las estrellas y el cielo azul, y aljofaran las adorantes cabelleras de las ninfas y ciñen sus formas cándidas, y no son paralíticos ni mudos, sitio cantan, corren y prorrumpen en sollozos.
   Soy hijo del artificio y mi cruel padre aumenta mi tortura reanimando mi espíritu por manera artificiosa también, transfundiéndome nueva vida con los destellos que lanzan las temblorosas llamas de las bujías o el sutil cabello incandescente de las lámparas eléctricas.
Alguien querrá argüir que en ocasiones experimento el placer de reflejar caras bellas; que debo de deleitarme viendo despeñarse cascadas de perfumados cabellos; que tengo que iluminarme de regocijo contemplándome en hechiceros ojos; que he de exultar mirando formas divinas; pero éste es el más grande de los errores. El privilegio de la belleza es despertar el amor, y como la que se descubre ante mí no es la belleza tranquila de los mármoles sino belleza palpitante de vida que provoca el deseo, me convierte en el ser más desdichado. ¿Qué es la angustia de Tántalo si con la mía se compara? ¿Cómo alcanzar el fruto que apetezco si soy incapaz de moverme? ¿Cómo rogar si soy afásico? ¿Como dejar de ver si me es imposible desviar mi vista?
   Porque nadie osará negar que el amor ha menester del contacto para comunicarse con el ser amado; para satisfacerse y realizarse. Le es necesaria la caricia, lo completa el beso, lo consuma el abrazo. Yo soy el único amante a quien le está vedada toda esperanza; el único a quien no le es dable tocar la fimbria de la mujer que anhela siendo tal miserable que me muero de envidia por cualquier objeto que no tiene alma y por consecuencia no sabe sufrir ni paladear la voluptuosidad ni el deleite. Me cambiaría gustoso por una alfombra, por un anillo por una liga, y cuenta que no menciono a las venturosas sábanas.
   Todo ser que alienta un espíritu tiene derecho a morir, y, o lo ejercita, o la próvida naturaleza le proporciona pronto o tarde ese infinito consuelo. A mí, debido a mi parálisis, no me queda el recurso de suicidarme, de hacerme trizas de volverme añicos, sino estoy condenado a vivir luengos y dolorosos años y hasta inacabables siglos.
   Pero como todo ser que el dolor tortura poseo una grandeza digna del más elevado espíritu: que soy sincero, que siempre y en todas ocasiones digo la verdad. Inmóvil y todo, soy superior a la lisonja; estoy más alto que la adulación; soy incorruptible; encarno el símbolo de la justicia; pero no de la que comete entuertos y tergiversa razones corno esos espejos espurios de caras convexas o cóncavas que deforman las imágenes; yo soy insobornable, soy terso; este es mi orgullo que me coloca por encima de muchos, ¡oh! sí, de muchos, de innumerables hombres.

FRICCIONES, Pablo Martín Sánchez

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PABLO MARTÍN SÁNCHEZ, Fricciones, E.D.A, Benalmádena, 2011, 185 páginas.
 
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RIGOR MORTIS
       
    Llevaba unos tejanos rotos y una camiseta naranja con un dibujo del Pato Donaid. Por eso me sorprendió cuando apareció en mi cuarto y me dijo:
   —Hola, soy la Muerte.
   Había que ganar tiempo como fuese, así que respondí lo primero que me pasó por la cabeza:
   —Perdona, pero estás muy equivocada: la Muerte soy yo.
   Se quedó de piedra, desconcertada, como intentando evaluar si a ella también le habría llegado la hora. Posó su mirada sobre mi pijama azul con dibujos del Tío Gilito y pareció entenderlo todo, porque inmediatamente respondió:
   —Lo siento, lo siento de veras... Debe de tratarse de algún error. Revisaré mis archivos...
   —No importa, no importa —le dije con una amplia sonrisa mientras la acompañaba tranquilamente hacia la puerta de salida—. Otra vez será.
   Musitó una nueva excusa y desapareció por el hueco de la escalera. Entonces cerré rápidamente la puerta y corrí hacia el armario de mi cuarto. Saqué la escopeta de caza y me aposté en la ventana que daba a la calle. En cuanto vila camiseta naranja salir del portal disparé dos veces. Y antes de que cayera al suelo le grité:
   —¡Nunca me han gustado los cargos vitalicios!
   “Jódete”, pensé mientras cerraba la ventana. “Por lo de mi tío Anselmo.” Entonces volví tranquilamente al armario, dejé la escopeta y empecé a buscar entre mis ropas. Una camisa floreada y unas bermudas a rayas me parecieron la combinación ideal para mi nuevo cargo. “Lo importante es pasar desapercibida”— me dije observándome en el espejo.
   Salí a la calle y me puse a trabajar, pensando ya en las vacaciones.

COMBATES, Ednodio Quintero

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EDNODIO QUINTERO, Combates (1995-2000), Candaya, Barcelona, 2009, 336 páginas.

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Carmen Ruiz Barrionuevo repasa en el prólogo (pp. 7-23) los rasgos más relevantes de los tres libros incluidos en el volumen, que conforman la producción cuentística de madurez del autor venezolano: El combate, El corazón ajeno y Últimas historias.

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RAYO DE SOL

   Mentiría si afirmo que el recuerdo evocado en aquella oportunidad es el primero que mi memoria logró registrar. De cualquier manera, debe de haber sido uno de los primeros. Pues el punto de vista del observador se corresponde con el de un niño que gatea por el piso, que se desliza con pasos de reptil, que todavía no ha aprendido a caminar. A la altura de mis ojos se abría un inmenso territorio surcado por una red de líneas entrecruzadas, que un observador adulto reconocería como la sala enladrillada del caserón donde trascurrieron los años iniciales de mi existencia aciaga, tal vez feliz. Yo avanzaba, a cuatro patas, en una paciente y laboriosa exploración. Y me detenía frente a la ranura que servía de frontera a cada par de ladrillos, la estudiaba con atención exagerada, como si el único propósito de mi arribo a este planeta desconocido donde mi nave averiada había venido a parar, consistiera en aprenderme de memoria el más mínimo detalle de aquellas zanjas diminutas, llenas de polvo y suciedad, tan parecidas a los surcos dejados por los fragmentos de rocas calientes en el espacio estelar. Mi observación atenta no se limitaba a lo visual; abarcaba, por así decirlo, el conjunto de mis sentidos, que luego de un letargo amniótico comenzaban a activarse como una planta amante del sol expuesta a la intemperie luego de haber permanecido guardada en un desván. Las membranas finas y sensibles de mis oídos registraban el ruido que producían mis rodillas al desplazarse sobre aquella superficie áspera; y el crujido de las telas que me cubrían resonaba como el crepitante incendio de un cañaveral que, por momentos, lograba opacar los golpes de tambor de mi corazón. Mi lengua saboreaba el aire repleto de esencias minerales, y a veces se asomaba como un animalito juguetón entre mis encías rosadas y sin dientes para absorber entre sus papilas saturadas de humedad algún resto de polvo guardado en los intersticios de aquel piso ajedrezado, que desde la atalaya de mi cuna verde de madera solía contemplar con una mezcla de terror y fascinación y que se me aparecía como un mar de piedra, liso y ferzo. Pero tal vez la sensación más acuciante que experimentaba era el cosquilleo que nacía en las palmas de mis manos al contacto con las diversas texturas que iba distinguiendo en mi morosa travesía, y que se transformaba en una serie de sacudidas eléctricas que recorrían mi columna vertebral, ramificándose luego en chispazos aislados que endulzaban mis labios y la piel blanda de mi paladar.
   Estando en estos menesteres fui sorprendido por un raro fenómeno que paró en seco mis avances de reptil. Un círculo color leche y del tamaño de una moneda se interponía entre mi mano de explorador y la próxima ranura a sortear. La presencia de aquel pequeño lago me fascinó y lo estuve acechando como si se tratara de una presa entrevista a través de la maleza por un alucinado cazador. Quizá un parpadeo me hizo creer que el círculo se desplazaba con lentitud, y temiendo que acelerara su marcha hasta quedar fuera de mi alcance me dispuse a capturarlo. Avancé las rodillas y alargué mi mano, con un movimiento veloz, hasta cubrirlo por completo. Apoyé mi mejilla contra el piso frío a fin de observar de cerca el precioso objeto que creía haber atrapado entre mi garra diminuta de mono extraviado en una selva hostil, y bajo aquel montículo de carne tierna apenas divisé un trozo de oscuridad. ¿Qué sucede, viajero de las estrellas, príncipe de la Vía Láctea, cosmonauta errante y contumaz? ¿Qué ha sido de tus habilidades de guerrero e infalible cazador? Un pequeño círculo, pálido como la tiza, se burla de ti. Como si hubiera rozado la superficie viscosa de una alimaña retiré mi mano con prontitud, y el porfiado círculo reapareció en el mismo lugar. Probé de nuevo, adoptando precauciones quizá exageradas, como la de mantener la vista fija en los bordes relucientes de aquella moneda hechizada, y la burla se repitió. Lo intenté con la otra mano y fracasé. No sé por cuánto tiempo estuve jugando al gato y el ratón. Pero en algún momento, cuando expresaba mi impotencia a viva voz, los brazos de un gigante se hundieron en el aire para rescatarme. Y más tarde, un aroma a leche fresca acompañado de una melodía anestesiante me adormeció. Quisiera creer que mis sucesivos yerros no hicieron mella en mi voluntad, y que siempre mantuve la esperanza de atrapar aquel esquivo rayo de sol.

GOTTLAND, Mariusz Szczygiel

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MARIUSZ SZCZYGIEL, Gottland, Acantilado, Barcelona, 2011, 261 páginas.

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De las diecisiete narraciones que incluye el libro, seis son deliciosos microrrelatos.
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¿CÓMO SE LAS APAÑA USTED CON LOS ALEMANES?
        
1939
        
   —¿Qué tal le van las cosas?—le pregunta la periodista Milena Jesenská a un campesino en las inmediaciones de SIany.
   —Pues tengo sembradas las patatas, también el centeno...La primavera fue fría pero el centeno creció milagrosamente, está precioso. A lo mejor arranco dos manzanos viejos del huerto y planto nuevos. La pata ya tiene patitos, ¡vaya usted a verlos con sus propios ojos, son como de peluche! Ese lilo hay que podarlo un poco para que no se seque y para que el jardín se ponga este año bien bonito —contesta el campesino.
   —Pero ¿y cómo se las apaña usted con los alemanes? —Jesenská no se da por vencida.
   —Bueno, pues ellos se pasean y yo trabajo —responde tranquilamente el campesino.
   —¿Y no tiene miedo a nada?
   —¿Y a qué debería tenerlo ?—reflexiona y replica de inmediato—. Además, señorita, la gente sólo muere una vez. Y si se muere uno un poco antes, pues más tiempo que se está muerto.

SESENTA Y CUATRO CABALLOS, Antonio Pereira

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ANTONIO PEREIRA, Sesenta y cuatro caballos, Calambur, Madrid, 2011, 144 páginas.

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Antología que muestra cómo la obra de Pereira está bañada por una deliciosa poción que, sin fisuras al tacto, disuelve tanto ingredientes poéticos como narrativos. El exquisito prólogo de Juan Carlos Mestre, El hilo de la cometa (pp. 7-19), resulta un inmejorable aperitivo que invita a degustar los sabores más sobresalientes del autor: "Antonio Pereira supo lo que debiera saber desde Cervantes todo aquel que pretenda dedicarse a la literatura, que fracasar no es perder, sino la generosa certidumbre de que la huella de la esperanza y el desafío de los sueños pendientes de ser soñados lleva siempre mucho más lejos que el abandono de la utopía [...].

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LA VIOLINISTA

   Esa chica del violín que en la orquesta está lánguida de melena y a lo mejor se llama María o Claudia, educada para la vibración casi celeste, trémolos, pizzicatos, a esa mujer vestida de raso ni se le ocurre que en la sala hay ojos codiciosos de hombres que la apartan a ella del conjunto e imaginan juegos de amor para sus manos, dedos.

CUENTOS POPULARES GITANOS, Diane Tong

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DIANE TONG, Cuentos populares gitanos, Siruela, Madrid, 1997, 232 páginas.

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En la Introducción (pp. 15-27) la editora Diane Tong explicita la finalidad de su recopilación: "dar a conocer a un público más amplio voces gitanas muy diferentes y preservar su tradición en forma escrita". La procedencia de los 80 relatos recogidos es diversa: Grecia, España, Hungría, EE.UU., México, Siria... 
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DE POR QUÉ LOS GITANOS VIVEN DISPERSOS POR TODO EL MUNDO
                                                    Rusia

   Hace mucho, mucho tiempo, un gitano viajaba con su familia. Su caballo era flaco y de patas endebles, y a medida que la familia iba creciendo, le resultaba más difícil tirar de la pesada carreta. Ésta pronto se llenó tanto de niños que el pobre caballo apenas podía avanzar a trompicones por el camino sembrado de baches.
   A medida que la carreta daba tumbos, oscilando primero a la izquierda, balanceándose después a la derecha, las cacerolas y las sartenes se iban cayendo, y de vez en cuando algún niño descalzo daba con la cabeza en el suelo.
   Lo peor no era durante el día (cuando se podían recoger las cacerolas y a los niños), sino por la noche, cuando no se veía nada. En cualquier caso, ¿quién podía llevar la cuenta de una tribu como ésa? Y el caballo seguía recorriendo a duras penas su camino.
   El gitano viajó por toda la Tierra, y allí donde iba dejaba un niño tras de sí: un niño, otro, otro más...
   Y así es como los gitanos se dispersaron por toda la Tierra.

CARPETA DE APUNTES, Michael Ende

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MICHAEL ENDE, Carpeta de apuntes, Alfaguara, Madrid, 1996, 408 páginas.

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Roman Hocke recoge en esta antología, traducida por Carmen Gauger, una significativa muestra de la variedad nacida de la pluma de Ende: los poemas, relatos, apuntes y reflexiones se barajan, se alimentan mutuamente, hasta descansar en esa fragua donde los límites ya no existen.

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AVISO A TODOS LOS APRENDICES DE BRUJO

   Transformar un príncipe en una rana no es nada extraordinario y se consigue con relativa facilidad. Cualquier malhumorado jefe de sección lo lleva a cabo a diario. Pero transformar a una rana en un príncipe, eso exige en alto grado arte o energía: o amor.

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En un vapor que va en dirección equivocada, no se puede ir muy lejos en la buena dirección.
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Por lo general, las personas no saben apreciar que uno se acerque a ellas sin prejuicios. Quieren que uno tenga prejuicios: los suyos.
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Uno de los muchos desórdenes conceptuales de nuestro tiempo es la constante confusión de la indiscreción con la sinceridad, de la vulgaridad con lo elemental, de la intensidad con el volumen de sonido.

FUERA PIJAMAS, Antonio Serrano Cueto

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ANTONIO SERRANO CUETO, Fuera pijamas, DeBarris, Moncada, 2010, 117 páginas.

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EL SEMÁFORO

   De la mano de su padre, el niño espera en el semáforo. Muñeco rojo, no pasar. Muñeco verde, sí pasar. Le gusta ver cómo el muñeco verde acelera el paso paulatinamente a medida que transcurren los treinta segundos y, sobre todo, cómo corre en los últimos cuatro. Ahí empieza la carrera, y el niño siempre gana entre risas al muñeco verde. Ocurre al menos dos veces al día, en el trayecto de ida y vuelta de la guardería, y no pasa de ser un juego inocente. Pero el muñeco verde no perdona. Medio siglo después una furgoneta le ayudará en la revancha.

LA LETRA E, Augusto Monterroso

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AUGUSTO MONTERROSO, La letra e (Fragmentos de un diario), Alianza, Madrid, 1987, 208 páginas.

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LLEGA LA NOCHE

   El miedo es un niño; el valor, otro;
   van juntos por un camino, en despoblado, al atardecer;
   cuando la noche se acerca y se abren a lo desconocido, ambos se detienen, se miran.

SOPA DE SUEÑO Y OTRAS RECETAS DE COCOCINA, José Antonio Ramírez Lozano & Riki Blanco

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JOSÉ ANTONIO RAMÍREZ LOZANO & RIKI BLANCO, Sopa de sueño y otras recetas de cococina, Kalandraka, Pontevedra, 2009, 80 páginas.

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Riki Blanco ilustra las propuestas gastronómicas de José Antonio Ramírez Lozano: un festín literario.
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ROSCOS DE AGUJERO

   Se toma un buen agujero.
   Los hay de distintas especies:
los de las paredes son fáciles de atrapar con la mano;
los de neumáticos, que bufan si se les pincha,
con maña se dejan también atrapar.

   Una vez en la mano,
el agujero se rodea de una masa de harina
salpicada de ajonjolí y se pone al horno.

   Si no están dulces, no saben a nada.

PUENTES EN EL DESIERTO. AFUERISMOS, ÁNGEL DE FRUTOS SALVADOR

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ÁNGEL DE FRUTOS SALVADOR, Puentes en el desierto. Afuerismos, Junta de Castilla y León, Valladolid, 2007, 120 páginas.

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El conciso prólogo de Agustín García Calvo (pp. 13-15) se centra en destacar el carácter lúdico y la dimensión psicoanalítica de estos aforismos, que se presentan acompañados por ilustraciones de Luis Gordillo.

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Ahora sabe que, de eso, nada quería saber.
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La poesía revela lo ajeno que es uno mismo.
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Rigor vitae.
Curriculum mortis.
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El habla necesita el tiempo de la mirada.

Las palabras pueden decir cualquier cosa.
Significan otra.
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El fin justifica los miedos.
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Los amantes no necesitan encontrarse
sino perderse.
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El valor de la vida o del arte es ajeno a entender o no entender. 

PURO CUENTO, Gonzalo Torrente Malvido

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GONZALO TORRENTE MALVIDO, Puro cuento, Amargord, Madrid, 2005, 136 páginas.

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LAS PILIS
        
   Pilar cerró y sacudió el paraguas mientras empujaba la puerta con el hombro. El mercado estaba en pleno bullicio; el pasillo de la fruta abarrotado y el vocerío pugnaba con el estrépito del chaparrón sobre los planos del tejado de vidrio y hierro. Llegando al pescado la vio, allí al fondo a la izquierda haciendo cola en la pollería, y se le acercó esquivando cuerpos y carritos. Estaba absorta contemplando las piezas de la vitrina y no la vio ni sintió llegar hasta que le puso la mano en el hombro.
   —¡Qué susto, hija, Pilar!
   —Voy a ver si compro unas sardinas...
   —Pues aguarda, que ya me va a tocar, y te acompaño... Sólo voy a llevarme dos muslitos... Y bueno, ¿qué me dices cómo quedó la cosa ayer? Te digo que del disgusto me tuve que tomar una pastilla para dormir.
   —Pues a mí, te digo, no me cogió tan de sorpresa.
   —Es que llevamos dos días sin hablar... Y ya me contarás, ahora, dos días, hasta el lunes dándole vueltas a la historia en la cabeza... ¿Pero es que tú crees, Pilar, que es normal que María se haya ido a casa de ese vejestorio y dejado a Carlos, el pobre, con lo que está haciendo por ella?
   —¡Ay, hija, Pili, la vida está llena de cosas así, y donde menos se piensa... Bien que le iba además, trabajando, aunque sea de chacha...
   —Pues porque no será tan buena como pensamos...
   —No, no, Pili, no... Aquí hay gato encerrado, estoy segura, y si no, al tiempo.
   —A ver, Pilar, deja de rajar tanto. ¿Qué te pongo? —la interrumpió el pollero limpiándose con un trapo las manos ensangrentadas.
   —Pues ponme dos muslitos, Paco, medianos.
   Camino de la pescadería Pilar agarró a Pili del brazo y prosiguió con sus inquietudes.
   —Lo que no entiendo es por qué él no interviene ahí.
   —¿Pero qué va a hacer?
   —Pues presentarse allí y llevársela.
   —¿Por la fuerza? Eso es un secuestro, Pili.
   —Pues yo lo prefiero así, aunque lo sea.
   —Que no, que eso no sería solución, a la fuerza.
   —¿Pero es que no comprendes, hija, Pilar, que de esta manera va a acabar muy mal, una perdida? ¡Qué disgusto, señor!
   —Hija, Pilar, tampoco es para que te pongas así...
   —¿Pero cómo no me voy a poner? Tú piensa, si se queda embarazada del viejo asqueroso ese, en lugar de haberse quedado de Carlos...
   —Pues mira, si lo que quiere es un hijo, allá ella. Pero a lo mejor lo que quiere es la pasta del viejo.
   —Que no, Pilar, que eso no entra en su manera de ser, que lo sé yo... ¿O no te acuerdas cómo se portó con su tía Amalia?
   —Ay, Pili, que una cosa no tiene que ver con la otra.
   A todo esto habían llegado a la pescadería.
   —¿Quién da la vez?                                                  
   A la pregunta lanzada a la redonda respondió una mujer preñada: ¡aquí!
   —Pues a lo que iba... ¿Tú te imaginas el drama que se puede montar si la María se queda de otro que no sea Carlos?
   —Por cierto, Pili, ¿cómo sigue tu Tere?
   —Pues pasado mañana le toca la quimio... Pero no quiero pensar en eso, sólo faltaba preocuparme aun más, con la cabeza como ya la tengo... y los dos diitas que me esperan... Pues si quieres el lunes te pasas a casa y vemos el capítulo juntas, y así...

GUIRNALDA CON AMORES, Adolfo Bioy Casares

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ADOLFO BIOY CASARES, Guirnalda con amores, Emecé, Buenos Aires, 1959, 208 páginas.

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RETRATO DEL HÉROE

   Algunos al héroe lo llaman holgazán. Él se reserva, en efecto, para altas y temerarias empresas. Llegará a las islas felices y cortará las manzanas de oro, encontrará el Santo Graal y del brazo que emerge de las tranquilas aguas del lago arrebatará la espada del rey Arturo. A estos sueños los interrumpe el vuelo de una reina. El héroe sabe que tal aparición no le ofrece una gloriosa aventura, ni siquiera una mera aventura —desdeña la acepción francesa del término— pero tampoco ignora que los héroes no eluden entreveros que acaban en la victoria y en la muerte. Porque no se parece a nuestros héroes criollos, no sobrevive para contar la anécdota. ¿Quiénes la cuentan? Los sobrevivientes, los rivales que él venció. Naturalmente, le guardan inquina y se vengan llamándolo zángano.

LA AUTOESTOPISTA FANTASMA Y OTRAS LEYENDAS URBANAS, José Manuel Pedrosa

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JOSÉ MANUEL PEDROSA, La autoestopista fantasma y otras leyendas urbanas, Páginas de Espuma, Madrid, 2004, 288 páginas.

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   En el documentado Prólogo (pp. 9-85) José Manuel Pedrosa define: "El repertorio literario oral que hoy suele ser definido o identificado como leyenda urbana, moderna o contemporánea se caracteriza, efectivamente, por su relativamente precisa concreción geográfica y cronológica (esta última localizada siempre por sus informantes en tiempos recientes) y, sobre todo, por el alto grado de credibilidad de que goza en el seno de la comunidad en la que vive." La antología la componen, principalmente, leyendas urbanas recopiladas por alumnos del editor (Universidad de Alcalá de Henares).


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   El loco del hacha, ¿no lo sabéis? Yo es que, cuando era más pequeño, que nos reuníamos todos en un sitio oscuro, y nos íbamos todos cagados de miedo a casa, claro.
   Y esto lo cuentan pues que va una pareja en un coche, en un día, una noche de mucha niebla, muy mala noche. Y, en esto, que, de repente, se para el coche. Bueno, oyen por la radio que se ha escapado un loco del manicomio y tal, y se quedan sin gasolina. Y le dice el novio a la chica:
   —Pues no te preocupes, que iré a..., tengo una lata en el maletero. La gasolinera más cerca está pues a un kilómetro o dos. Ya me acerco yo y cojo gasolina. No abras a nadie. Cierra bien el coche.
   Y todo esto. La chica cierra bien el coche, y, en esto, que la chica empieza a oír ruido en el techo.
   —iPum! ¡Pum! ¡Pum!
   Y así toda la noche. Claro, la chica, acongojada, no se atreve a salir del coche. Y, en esto, que empieza a amanecer, y ve que viene la policía y tal, alrededor de su coche, y abre la puerta y la dicen:
   —¡Venga sal, sal, y no mires! ¡No mires!
   Y estaba el loco con la cabeza de su novio en un hacha y ¡plas!
        
                      Alcalá de Henares (Madrid). Raquel. Noviembre 2003.

CUENTOS PULGA, Riki Blanco

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RIKI BLANCO, Cuentos pulga, Thule Ediciones, Barcelona, 2006, 40 páginas.

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AUGUSTO REPENTINO [EL ESCAPISTA]
        
   No había necesidad de apretar tan fuerte las cadenas, las esposas o la camisa de fuerza, pero Bambino, el niño que maniataba a don Repentino, lo hacía siempre con tanto ímpetu que, a veces, éste se había puesto lila por la falta de circulación sanguínea. Después, en un santiamén, Augusto Repentino se deshacía con mucha destreza de todo lo que le oprimía. En ese momento el público estallaba en una gran ovación y todo acababa. Hasta la siguiente función.
   Pero el escapista hundía su cabeza en la almohada y deseaba con todas sus fuerzas que no hubiera una siguiente función.
   Y cada mañana Augusto se decía a sí mismo que de esa noche no pasaba. Le diría, con mucho tacto, delicadeza y sin que se lo tomara a mal que si sería tan amable, por favor, de no apretar tanto.
   Y cada tarde se acercaba a él dispuesto a decírselo, pero en el último momento bajaba la mirada al suelo y pasaba de largo.
   "Mañana si lo vuelve a hacer, dejo la compañía", pensaba.
   Sin embargo, aquella noche tuvo un sueño tan revelador que ya nada fue lo mismo para Augusto. Aquella noche soñó como de costumbre con huir. Lejos del circo, lejos de Bambino, lejos de las cadenas. Y por huir soñó que huía de sus huidas. Y por soñar soñó que escapaba de aquello que habitaba en su interior y que le impedía afrontar las cosas.
   A la mañana siguiente se lo dijo:
   —Bambino, serías tan amable, por favor, de no apretar tanto.
   Y a Bambino se le pusieron las orejas calientes de la vergüenza:
   —Perdone usted, don Repentino, no volverá a ocurrir, esta noche intentaré medir mis fuerzas.
   —No, Bambino —replicó Augusto—, esta noche no hay número, ni ésta ni ninguna otra noche. Se acabaron los escapismos.

CASI HAIKUS, CASI POEMAS, CASI NADA, Manuel García Tejeiro

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MANUEL GARCÍA TEJEIRO, Casi Haikus, casi poemas, casi nada, Producción Editorial, León, 2005, 112 páginas.


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Las ilustraciones de Araceli Simón se intercalan embelleciendo esta colección de haikus.

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como una vida 

o una frágil caña 
todo se rompe

HAI-KAIS DEL ABANICO JAPONÉS, Carlos Pujol

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CARLOS PUJOL, Hai-kais del abanico japonés, Pamiela, Pamplona, 1998, 64 páginas.

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A contraluz
la vida juega a ser
sombras chinescas.

CASI TAN SALVAJE, Isabel González

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ISABEL GONZÁLEZ, Casi tan salvaje, Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 152 páginas.

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LO NORMAL

   Porque lo normal es perder un guante, fue encontrar tres en mi bolso y volvérseme el mundo una incógnita, un planeta sin leyes, un abismo sin baranda hasta que hallé a la mujer de tres manos y se los regalé.

ÉRASE VEINTIUNA VECES CAPERUCITA

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Érase veintiuna veces Caperucita Roja, Media Vaca, Valencia, 2006, 324 páginas.

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En julio del 2003 el sagaz editor de Media Vaca, Vicente Ferrer, solicitó a los ilustradores participantes en un taller en el Museo Itabashi de Tokio una reinterpretación del cuento de Charles Perrault, Le petit Chaperon rouge (1697). 

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¡OJO CON CAPERUCITA!

   Hoy es el día más frío del invierno.
   Y esta niña a la que le sienta tan bien su caperuza roja  es, evidentemente, Caperucita, una niña vivaracha y lista.
   Un día su madre le pidió que fuera a ver a su abuela enferma que vivía en un pueblo vecino.
   —Escucha con atención, Caperucita: esta cesta contiene unas tartas, un tarro de mantequilla, tres manzanas y un cuchillo. Ten mucho cuidado porque es peligroso andar por ahí con el cuchillo.
   —¡Hasta luego, mamá! No te preocupes, tendré cuidado.
   Caperucita salió muy contenta por el camino nevado, luciendo la caperuza roja que le había hecho su abuela.
   Sin embargo, en ele bosque, un hambriento lobo aguardaba con un apetito voraz a que pasara por allí alguna presa!        
   Cuando el lobo la vio, le. dijo a Caperucita mostrando sus agudos y relucientes colmillos:
   —¡GRRRRR! ¡GRRRRRRRR! ¡Prepárate porque te voy a comer!
   ¿Qué es lo que hizo Caperucita entonces? ¿Se puso a llorar? ¿Se puso a correr? Pues ni una cosa ni la otra. Replicó con toda tranquilidad:
   —Vale, pero antes quiero preguntarte algo: ¿Hace mucho frío dentro dentro de tu barriga?
   —¡Vaya pregunta más tonta! ¡Claro que no! ¡La barriga de un lobo es uno de los lugares más caldeados que existen!
   —¡Qué bien! Me estaba muriendo de frío. ¿Por qué no me dejas, comprobar si es verdad lo que dices? Luego te dejaré que me comas todo lo que quieras.
   —De acuerdo, te dejo qué eches un vistazo. Pero rapidito, ¿eh?
   Entonces el lobo abrió su enorme boca de oreja a oreja y Caperucita se metió dentro.

    


   —¡YEPA! ¡YEEY! ¡YEEEPA! ¡YEEEEY!
  Caperucita se sintió tan calentita y tan a gustito en el interior de la barriga vacía que se puso a brincar y saltar armando un jaleo tremendo.
   El lobo se quejó, aquello era demasiado.
   —¡Bueno, ya basta! Te he dicho que tengo hambre. ¡Sal de ahí inmediatamente!
   Caperucita le dijo:
   —Oye, lobito, ¿sabías que iba a visitar a mi abuela enferma? Pues mira, en esta cesta llevo tartas, un tarro de mantequilla, manzanas ¡y un cuchillo! Me dijo mi mamá que tuviera cuidado con él porque está muy PERO QUE MUY afilado.
   —¿Un cu-cuchillo has dicho?
   El lobo palideció.
   —¡No saques algo tan peligroso dentro de mi barriga! ¡Haré lo que me digas, pero guárdalo de una vez, por favor!
   —Oye, lobito, ¿qué te pasa? ¿No querías comerme? ¡No sabia que una niña pequeña pudiera darte tanto miedo! —dijo Caperucita.
   Y añadió con aire triunfante:
   —Aquí estoy de maravilla, lobito. Así que, ¿por qué no me llevas hasta la casa de mi abuela? Cuando lleguemos te haré el favor  de guardar el cuchillo.
   —¡QUÉ LISTA ES CAPERUCITA!
   El pobre lobo, obligado a recorrer todo el caminó nevado con Caperucita cómodamente instalada en su barriga vacía, volvió al bosque con más hambre todavía.
   Desde entonces, cada vez que ve a una niña, huye con el rabo entre las patas. Dicen que evita sobre todo a una niña con una  caperuza roja.
   Y COLORÍN COLORADO, aquí acaba el cuento de lo que le ocurrió a Caperucita Roja, una niña vivaracha y lista, el día más frío del más frío invierno.

Maki Iino

MUNDOS MÍNIMOS, Teresa Gómez Trueba

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TERESA GÓMEZ TRUEBA, Mundo mínimos, Libros del Pexe, Gijón, 2007, 248 páginas.
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Subtitulado El microrrelato en la literatura española contemporánea, el libro editado por Teresa Gómez Trueba recoge, como explica ella misma en la Presentación (pp. 7-9), el resultado de jornadas organizadas por la Cátedra Miguel Delibes en la Universidad de Valladolid en noviembre del 2006. Completa el tomo una antología de textos de Julia Otxoa, Pedro Ugarte, Roberto Lumbreras, Juan Pedro Aparicio, José María Merino, Francisco Silvera, José Jiménez Lozano, Antonio Pereira, Luis Mateo Díez y Andrés Neuman.

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ÍNDICE


IRENE ANDRES-SUÁREZ, El microrrelato: caracterización y limitación del género [11]
TERESA GÓMEZ TRUEBA, Los cuentos largos de Juan Ramón Jiménez y el origen del microrrelato en la literatura española [41]  
DOMINGO RÓDENAS DE MOYA, Consideraciones sobre la estética de lo mínimo [67]
MARTA ALTISENT, El microrrelato a la zaga de la prensa y viceversa. Relectura de El jardín de las delicias de Francisco Ayala [95]
FERNADO VALLS, Sobre el microrrelato: otra filosofía de la composición [117]               
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Sobre cuentos breves. Una simple declaración de autor [125]
FERNADO VALLS, Para iniciarse en el microrrelato (Algunas sugerencias de lecturas) [129]   

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MEDIDA

   La Sra. andaba buscando su punto K. No lo halló hasta que dio con la horma de su zapato.

Francisco Silvera

DIARIO ANÓNIMO, José Ángel Valente

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JOSÉ ÁNGEL VALENTE, Diario anónimo (1959-2000), Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011, 368 páginas.

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Rápidos apuntes, poemas inéditos, aforismos o borradores de ensayos se barajan en unas páginas que abarcan más de 40 años de la vida del poeta. La excelente edición de Andrés Sánchez Robayna incluye un detallado pasaje introductorio (pp. 7-28) donde se ofrecen las claves para acercarse a este valioso legado que, lejos de lo que se entiende por un diario confesional, aspira a "escapar a esa fosilización, a hundir en el anonimato la experiencia personal y a insertar [...] la visión particular en el «potencial expresivo universal»".

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El poema como «implosión»: una explosión hacia adentro.
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Vivió al lado de su propia vida. Entre ésta y él puso una espada.
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7 de febrero de 1984. Las palabras crean espacios agujereados, cráteres, vacíos. Eso es el poema.
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7 de mayo de 1985. Decir que se vive una situación postmoderna es tan coherente o tan incoherente como decir que se vive una situación prefutura.
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29 de julio de 1991. Sólo se regenera —¿resucita?— como inalcanzable lo que está siempre más allá de lo alcanzado. Lo demás muere. Tal es el fundamento del deseo.
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14 de enero de 1992. El canto del pájaro es líquido. También la palabra poética sólo se reconoce en su fluir.
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14 de marzo de 1996. La forma más peligrosa del resentimiento es la del que no podrá nunca perdonar a los otros su propia insignificancia.

VII CONCURSO DE MICRORRELATOS MINEROS MANUEL NEVADO MADRID

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VII Concurso de microrrelatos mineros Manuel Nevado Madrid, KRK Ediciones, Oviedo, 2011, 85 páginas.
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 LA ÚLTIMA PUERTA ABIERTA

   Cuando llegó al pueblo esperaba encontrar una vida un poco más fácil. Separarse de su familia fue un amargo trance, pero albergaba la esperanza de empezar de nuevo. El tiempo transcurría y una tras otra las puertas en las que conseguir un trabajo se cerraban ante sus problemas. Sólo permanecía abierta una, tan negra y oscura como el carbón que procedía de sus entrañas. Ante el temor a una nueva negativa, decidió esta vez hacer las cosas de manera diferente. Una buena imagen sería de gran ayuda, así que frente al espejo del baño de la pensión, cortó uno tras otro aquellos mechones rebeldes que caían sobre su frente. Necesitaría un traje de pana, uno de segunda o tercera mano que estuviera en buen uso, un calzado y una boina que cubriese el miedo de sus ojos. Cuando lo tubo todo se armó de valor y se presentó a pedir un puesto en la mina.
   Quizá fue la suerte, quizá el destino, el caso es que en su primer día de trabajo nadie se percató de su presencia, una sombra más entre los que acudían a arrancar carbón. La oscuridad solo rota por la lámpara acoplada a su casco, y el polvo que impregnaba su piel, sus pulmones y su ánimo, se convirtieron pronto en sus únicos amigos. El miedo a un derrumbe, a perder un brazo en un desprendimiento se paseaba por su mente mientras recorría de rodillas la distancia que se le antojaba enorme hasta la veta. Su escasa fuerza fisica quedaba compensada con las ganas de sacar adelante a su hijo. Tras una jornada extenuante, al sentirle entre sus brazos de nuevo, pensó que su sacrificio valía la pena y decidió continuar, curó las ampollas de sus manos y las cicatrices de su alma y puntual cada mañana se presentó al tajo.
   Más de un mes, ya habían pasado cuarenta días cuando sus compañeros decidieron apodarle «el mudo», quizá si hubieran buscado en su mirada de cielo de verano, habrían encontrado todas las palabras que por miedo a ser descubierta no pronunciaba. Pero los tiznajos del carbón sobre su rostro aún aniñado le proporcionaban un maquillaje perfecto, el pecho comprimido tras una venda y los trasquilones que dejaron los bucles de su hermosa melena tirados al suelo, completaban el camuflaje necesario para que una madre soltera como ella pudiera sacar adelante a su hijo.

Paloma Hidalgo Diez 
[Relato ganador]

ESQUIRLAS, Antonio Martínez Sarrión

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ANTONIO MARTÍNEZ SARRIÓN, Esquirlas (Dietario 1993-1999), Alfaguara, Madrid, 2000, 296 páginas.

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«Lo que no mata engorda.» Y algo bastante más preocupante: insensibiliza.
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Es preciso tomarse la política relativamente en serio, si no queremos que ella nos tome, a la gente del común, absolutamente en broma.
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Todo lo sucedido antes de 1980 parece evaporado en el continuo histórico, no tiene ninguna presencia dentro del mundo corriente, es decir, el del totalitarismo mediático y el solipsismo individual, ninguna importancia. Se borró del procesador, sin copia de seguridad a que acudir.
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Los muy ricos son como enterrados vivos: nada parece sucederles nunca que de verdad les afecte.
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Cuarenta mil presos en las cárceles españolas, de los cuales un 26% contagiados de sida. De ellos ya no habla ni Dios. Se ofrecen datos de año en año, se darán cada lustro dentro de nada. Carecen de todo interés informativo. No son noticia —lo fueron, hace de eso una eternidad— al lado de las cien pasarelas Cibeles que se vocean a diario.

LOS MÁS BELLOS CUENTOS ZEN, Henri Brunel (editor)

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HENRI BRUNEL, Los más bellos cuentos zen, Olañeta, Palma de Mallorca, 2011(2006), 272 páginas.

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En la personalísima introducción Cuando el Zen entró en mi vida... (pp. 11-15), el editor, Henri Brunel, dice: "El cuento zen desoxida la mente, choca con los principios, hace replantear los modos de pensamiento, hace desaparecer los prejuicios".

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EL DEDO DE ORO

   Un día del tiempo pasado, en la antigua China, un ermitaño un poco mago recibió la visita de un amigo de juventud, llamado Siang-Ju. El santo monje vivía desde hacía muchos años en el corazón de la montaña profunda, por lo que recibió a su amigo con efusión y alegría. Le ofreció comida y refugio para la noche.
   Al día siguiente le dijo:
   — Siang-Ju, en recuerdo de los años de nuestra juventud, quiero hacerte un regalo.
   Y apuntando con el dedo a una gran piedra, la transformó en un bloque de oro puro. En lugar de alegrarse, su amigo conservaba un aire ceñudo. Ni siquiera le dio las gracias:
   —Monje Wei —le dijo—, he hecho un largo viaje para llegar hasta ti en el corazón de la montaña profunda. ¿Por qué iba a contentarme con un pequeño bloque de oro puro?
   El ermitaño, deseoso de complacer a su amigo de juventud, apuntó el dedo hacia un enorme peñasco y lo transformó en un bloque de oro puro.
   —Espero que estés satisfecho —dijo riendo— y que tu asno pueda transportarlo.
   Pero Siang-Ju no sonreía y conservaba su aspecto ceñudo.
   —¿Qué deseas, pues? —preguntó el monje.
   Entonces Siang-Ju, su amigo de juventud, sacó el gran cuchillo que llevaba en el cinto.
   —Lo que quiero —dijo— es el dedo.

CUENTOS PARA LEER EN INVIERNO, Ánxel Fole

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ÁNXEL FOLE, Cuentos para leer en invierno, Espasa-Calpe, Madrid, 1986, 272 páginas.

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Además de realizar un repaso a la trayectoria literaria del autor gallego, Juan Soto, en su prólogo, ofrece un resumen de cada uno de los cuentos incluidos en esta antología, principalmente recogidos de Á lus do candil (1953) y Terra brava (1955).

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ANTÓN DE CIDRÁN

   Aunque les parezca mentira, el señor de Sabarei hablaba muchas veces conmigo, mano a mano, como si fuera mi igual. Era el hombre más cumplido del mundo. Me contó esto en Lugo, en una tasca de la Mosquera. Le gustaba mucho andar por las tascas, por muy bien trajeado que fuese. Muy plantado él, robusto y sanguíneo. Siempre venía a Lugo montado en un caballo blanco.
   Antón de Cidrán era un labrador de O Páramo que también trataba en maderas. El señor de Sabarei me dijo que era un hombre muy echado para adelante y que se arreglaba muy bien en su casa.
   Una vez vino a Lugo con su compadre Pedro. Vinieron los dos a caballo. Era por San Froilán y el tiempo estaba muy húmedo. Todavía no se había hecho el ferial que hay hoy. Ya sabéis que todos los labradores en tres leguas a la redonda van a Lugo por las fiestas de San Froilán. Aunque no vayan a comprar ni vender. Tan sólo por ver los fuegos y por comer el pulpo. Pero ellos habían ido a Lugo para rematar un contrato de traviesas para la vía del tren.
   Por la mañana habían hecho el contrato. Los dos estaban muy contentos, pues les quedaban libres más de siete mil reales. Se llevaban muy bien y hacía buenos negocios. Nunca habían reñido por sus asuntos. Eran hombres muy cabales, y no andaban uno ni otro con dimes y diretes, ni con bobadas. Tanto cuesta, tanto te doy. Compraron algunas cosas para las mujeres y se fueron a comer el pulpo a una taberna de la calle del Miño. Comieron y bebieron de buten, como dos curas. Y después se fueron al café Español y tomaron sus cafés y sus copas. Y otra vez a dar una vuelta por la feria para ver las barracas.
   Como las cosas les habían ido bien también había que merendar. Dejaron las caballerías en casa Cosme, en la misma plaza de la feria, que se llamaba la plazuela da Herba. Nadie como Cosme para preparar en seguida una merienda. ¡Y qué buen vino de Chantada tenía! Allí estuvieron otro buen rato bebiendo y charlando... El caso es que cuando llegaron a Canturín ya era noche cerrada.
   Camina que te camina, pronto llegaron a Paradela. Antón le proponía a su compañero que compraran una serrería que se vendía en la Puebla. Pedro le decía que era mejor tomar en aparcería el molino de Moscán. ¿Por qué no la serrería y el molino? Ganarían mucho más, que es de lo que se trataba. Los dos veían llover onzas del cielo.
   Tenían que atravesar la campa de Juan de la Cruz, ya que habían decidido dejar la carretera e ir por el atajo para estar más pronto en casa. Aquella campa es muy grande. Allí se remansa mucho el agua por el tiempo de las lluvias de otoño.
   Pedro le hablaba a Antón de los buenos duros que iban a ganar con el molino y la aparcería. El vino le hacía ver todo muy fácil. Ya estaban frente a la campa. Su compañero no le contestaba. Le tuvo que gritar:
   —¿Qué te pasa, hombre, que no dices nada?
   —Para —le respondió Antón.
   Pedro le notó algo muy raro en la voz. Como si tuviese miedo, vamos.
   Tiró de las riendas a la mula y le preguntó:
   —¿Acaso nos salen al camino? Llevo un buen revólver en la culera del pantalón.
   —¿No ves unas luces frente a nosotros, por la campa adelante? —le dijo a su compañero—. Por entre los robles llevan una caja de muerto en un carro.
   —Yo no veo luces ni nada —le contestó Pedro—. Ya te dije que no bebiéramos tanto. Tú tuviste la culpa.
   —Juraría que vi un entierro —le dijo Antón—. Ahora ya no veo nada. Aunque me diesen cuanto vale el mundo, no atravesaría la campa. Vamos por el camino de la Encomienda, aunque tengamos que dar un rodeo.
   Y diciendo esto, metió espuelas. Su compañero tuvo que seguirlo. Una hora después lo dejaba en casa.
   Al día siguiente Antón fue a varear castañas por la mañana temprano. Cuando estaba en la cima del castaño resbaló y se cayó. Debajo había un carro lleno de erizos. Se clavó uno de los teleras por la barriga y la punta le salió por la espalda. Lo llevaron a casa. Pero ya llegó muerto.
   Todo aquel día había llovido a mares. La campa de Juan de la Cruz estaba en el camino del cementerio. Se había inundado. Tuvieron que llevar la caja en un carro de bueyes.
   Es bien cierto que quien ve su entierro en vida ya está con un pie en el otro mundo.