KOJIKI. CRÓNICAS DE ANTIGUOS HECHOS DE JAPÓN

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Kojiki. Crónicas de antiguos hechos de Japón, Trotta, Madrid, 2008, 288 páginas.

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Carlos Rubio y Rumi Tani Moratalla son los encargados de la traducción e introducción (pp. 13-40) de la que no sólo es "la obra conservada más antigua de Japón", sino también "el primer exponente de [su] conciencia histórica (..), de su despertar como pueblo". En sus páginas se narran "las tradiciones nacionales desde la edad mítica de los dioses hasta el reinado de la emperatriz Suiko (593-628)".

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EN EL PAÍS DE LAS TINIEBLAS

   El dios Izanagi añoraba tanto a su fallecida esposa que decidió partir en su busca. Se dirigió, por tanto, al País de las Tinieblas llamado Yomi. Cuando llegó, al ver que su esposa le abría las puertas del palacio de ese país, le dijo:
   —¡Ah, mi bella y amada esposa! El país que construimos juntos todavía no está del todo terminado. Vamos, regresa conmigo al mundo de los vivos.
   Su esposa, Izanami, le respondió:
   —¡Qué pena que no hubieras podido venir antes...! Pero ya he probado la comida de esta regió tenebrosa. Aun así, me siento agradecida de que mi amado esposo haya venido a visitarme hasta aquí. Por eso, aunque mi deseo es regresar contigo, voy a consultar a los dioses de este mundo de las tinieblas. Mientras vuelvo, no se te ocurra mirarme.
   Con estas palabras, la diosa desapareció tras las puertas. Pero tardaba tanto en volver que el dios Izanagi no pudo esperar más. Rompió un diente grueso de la peineta con que se sujetaba su augusta coleta izquierda y le prendió fuego para alumbrarse. Cuando entró en el palacio, vio el cuerpo putrefacto de la diosa que rezumaba gusanos y despedía truenos.
   De su cabeza había nacido el Gran Trueno.
   De sus pechos, el Trueno del Fuego.
   De su vientre, el Trueno Negro.
   De sus genitales, el Trueno Hendidor.
   De su mano izquierda, el Trueno Joven.
   De su mano derecha, el Trueno de Tierra.
   De su pie izquierdo, el Trueno Retumbante.
   De su pie derecho, el Trueno Doblegador.
   En total, pues, habían nacido, ocho deidades de truenos.
   Cuando Izanagi vio a su esposa en tal estado, tuvo mucho miedo y emprendió la huida. Por su parte, Izanami le dijo:
   —¿Cómo te has atrevido a avergonzarme?
   E, inmediatamente, ordenó a las furias del País de las Tinieblas que lo persiguieran. Al verse perseguido, Izanagi se quitó la cinta negra, hecha de sarmientos, con que se sujetaba su augusto cabello, y la tiró. La cinta se transformó en racimos de uvas silvestres ante las cuales las furias se detuvieron para devorarlas. Así, el dios pudo seguir huyendo. Pero no tardaron sus perseguidoras en continuar tras él. Entonces, el dios rompió un diente de la pequeña peineta que llevaba en la coleta derecha de su augusto cabello, y lo tiró. El diente se transformó en un tallo de raíz de brotes de bambú ante los cuales las furias se detuvieron para devorarlos. Así, el dios pudo seguir huyendo.
   Tras eso, la diosa Izanami ordenó también a las Ocho Deidades de los Truenos y a los Mil Quinientos Guerreros del País de las Tinieblas que persiguieran a Izanagi. Éste, entonces, desenvainó la espada de diez palmos de larga que llevaba y siguió huyendo mientras la blandía con el brazo extendido hacia atrás. Pero como los seres tenebrosos no cejaban en la persecución, al llegar a la cuesta de Yomo-tsu-hira, situada en la frontera entre el mundo de los vivos y el País de las Tinieblas, tomó tres melocotones que había por allí y, cuando se acercaron sus perseguidores, se los lanzó. El ejército del País de las Tinieblas se retiró y huyó.
   Izanagi dijo entonces a los melocotones:
   —Así como vosotros me habéis salvado la vida, así yo os pido que cuando los mortales moradores del País Central de Ashihara sufran adversidades y conozcan momentos de dolor, los ayudéis del mismo modo.
   Y concedió a los melocotones el nombre de Oo-kamu-zu-mi-no-mikoto.
   Finalmente, la misma diosa Izanami en persona emprendió la persecución de Izanagi. El dios, al ver cómo se le acercaba, colocó una enorme roca, que sólo podían mover mil hombres, en medio de la cuesta de Yomo-tsu-hira, tapando así la entrada al País de las Tinieblas. Los dos dioses se quedaron, por lo tanto, uno a cada lado de la roca. Ahí intercambiaron las palabras de disolución del vínculo matrimonial. La diosa dijo:
   —¡Mi amado esposo! Si tú me haces esto, yo me encargaré de acabar cada día con mil personas del mundo de los vivos.
   —¡Mi amada esposa! Si tú me haces esto, yo me encargaré de construir cada día mil quinientas cabañas de parto.
   Fue así como por cada mil personas que mueren a diario, nacen el mismo día mil quinientas más.
   A Izanami se la llama también diosa Yomo-tsu. Es, además, conocida como [la diosa] Chi-shiki-no-o-kami, por haber perseguido al dios Izanagi. En cuanto a la gran roca que tapaba la entrada al País de las Tinieblas, recibió el nombre de [dios] Chi-gahesi-no-o-kami o también el de [dios] Yomi-do-no-o-kami. En cuanto a la cuesta de Yomo-tsu-hira, es la actual cuesta Ifuya situada en el país de Izumo.

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