MIL CRETINOS, Quim Monzó

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QUIM MONZÓ, Mil cretinos, Anagrama, Barcelona, 2008, 176 páginas.

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UN CORTE

   Toni entra en clase corriendo, con ojos alarmados y un corte en el cuello. Es un corte profundo y ancho, del cual mana sangre, más que roja, de un granate brillante. A simple vista y sin la verificación oportuna se diría que, como la carne se ha abierto, la incisión —que al principio debía de ser una línea milimétrica— tiene ahora una anchura de dos o tres centímetros. El largo podríamos situarlo en veinte o veinticinco, ya que empieza debajo de la oreja izquierda, baja por el cuello y acaba a la altura del pecho, un poco más a la derecha del esternón.
   —Me han cortado con una botella rota.
   La sangre le chorrea por el cuello y le mancha la camisa blanca del uniforme. También lleva el cuello de la americana empapado en sangre.
   —A ver. ¿Ésas son maneras de entrar en clase, Toni?
   —Es que Ferran y Roger, señor, han cogido una botella rota que había cerca de la máquina de bebidas, me la han clavado y... 
   —¿Cómo se entra en clase, Toni? ¿Es así como se entra en clase? ¿De cualquier manera, se entra en clase? ¿Se entra en clase sin decir «buenos días»? ¿Es eso lo que hemos aprendido en la escuela, Toni?
   —Buenos días —dice Toni mientras se cubre el corte con la mano derecha para intentar parar la sangre. 
   —Hace mucho tiempo que, en general, las costumbres han ido degenerando, y no es culpa vuestra, lo sé. También es culpa nuestra, de las instituciones que no somos capaces de ofrecer una educación que fundamente personalidades educadas en el rigor y la responsabilidad. Pero también es culpa de la sociedad, es culpa de tantos padres que exigen que la escuela supla la autoridad que ellos son incapaces de ejercer. Tú, Toni, sólo eres una muestra, un grano de arena en la playa infinita del desbarajuste universal. ¿Dónde está el rigor de antaño? ¿Dónde están el esfuerzo y el sacrificio? ¿Dónde están los detalles básicos de educación, de urbanidad, que os hemos inculcado día tras día, desde que entrasteis en esta institución? Sé que en muchos otros centros educativos se practica una educación más laxa, y que, siendo imposible ahora un aislamiento total de cada individuo, y conociendo la tendencia que tiene la juventud a mezclarse y confraternizar, sé, por todos estos motivos, que, por más que nuestra institución luche por educaros de manera ejemplar, si nosotros somos los únicos que os inculcamos unas normas, tenéis demasiado al alcance el peligro de contagiaros de la laxitud de los demás.
   —Es que voy todo lleno de sangre, señor.
   —Ya lo veo. Y también veo cómo estás poniendo el parquet. Por no hablar de la camisa, y de la americana. Sabes que me gusta que el uniforme esté siempre impecable. Pero de eso hablaremos después. Ahora ve a recepción y pide al señor Manolo la fregona y un cubo de agua, y procura no ir chorreando sangre por todo el pasillo, que también tendrás que limpiarlo. 

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