DE REPENTE LLAMAN A LA PUERTA, Etgar Keret

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ETGAR KERET, De repente llaman a la puerta, Siruela, Madrid, 2013, 208 páginas.

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¿QUÉ LLEVAMOS EN LOS BOLSILLOS?

   Un mechero, un caramelo para la tos, un sello de correos, un solitario y algo torcido cigarrillo, un palillo, un pañuelo de tela, un bolígrafo, dos monedas de cinco shekels. Esa es una pequeña parte de las cosas que llevo en los bolsillos. Entonces ¿qué misterio tiene que estén tan abultados? Son muchos los que me lo han dicho.
   —Pero ¿qué coño llevas en los bolsillos?
   A la mayoría, ni les contesto, sino que me limito a sonreír y, a veces, hasta suelto una forzada risita. Si se empeñaran en saberlo y me volvieran a preguntar, seguro que les enseñaría todo lo que llevo en ellos y puede que hasta les explicara para qué necesito tener siempre conmigo todas esas cosas. Pero no insisten. Qué coño llevas, la risita, el angustioso y breve silencio, y ya hemos pasado a otro asunto.
 En realidad, todo lo que llevo en los bolsillos está ahí intencionada y premeditadamente. Todo está ahí para encontrarme en una situación de ventaja cuando llegue el momento de la verdad. Aunque, realmente, eso no es que sea muy exacto. Todo está ahí para no encontrarme en situación de desventaja cuando llegue el momento de la verdad. Porque ¿qué ventaja vas a poder sacar de un palillo o de un sello de correos? Pero, si por ejemplo, una chica guapa —¿sabéis qué?, ni siquiera guapa, simplemente mona, una chica de aspecto corriente capaz de cortaros la respiración— os fuera a pedir un sello, o ni siquiera fuera a pedíroslo, sino que  la veis allí en la calle, una lluviosa noche, con un sobre sin sello en la mano junto a un buzón rojo y os pregunta si no sabríais por casualidad dónde hay una oficina de correos abierta a esas horas y después tosiera un poco, con una tos producto del frío y de la desesperación, porque ella también sabe, en el fondo, que no hay ninguna oficina de correos abierta por los alrededores, vamos, que seguro que no a esas horas, entonces, en ese momento, el momento de la verdad, no va a decirte qué coño llevas en los bolsillos, sino que te estará inmensamente agradecida por el sello, aunque puede que ni siquiera agradecida, sino que se limitará a brindarte su cautivadora sonrisa, una sonrisa cautivadora a cambio de un sello —yo estaría dispuesto a firmar ahora mismo, aunque el valor de los sellos esté al alza y el de las sonrisas a la baja.
   Tras la sonrisa me daría las gracias y volvería a toser, de frío y un poco también de la turbación, y entonces yo le ofrecería un caramelo para la tos.
   —¿Qué más llevas en los bolsillos? —me preguntaría ella, pero con delicadeza, nada de «qué coño llevas ahí» y sin ningún deje negativo.
   Y yo le contestaría sin vacilar:
   —Todo lo que puedas llegar a necesitar, cariño, todo lo que pueda llegar a hacerte falta.
   Pues ya está. Ahora ya lo sabéis. Eso es lo que llevo en los bolsillos. Una pequeña posibilidad de no cagarla. Cierta posibilidad. No demasiado grande, incluso poco probable. Lo sé, que tonto no soy. Una pequeñísima posibilidad de que, digamos, cuando llegue la felicidad pueda decirle «sí» en lugar de «perdona, lo siento, no tengo ningún cigarrillo/palillo/moneda para la máquina de las bebidas». Eso es lo que llevo en los bolsillos, tan abultados y repletos, la remota posibilidad de poder decir sí en lugar de lo siento.

SALA DE DESPIECE, Serafín Gimeno

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SERAFÍN GIMENO, Sala de despiece, Novum, Palma de Mallorca, 2012, 192 páginas. Ilustraciones de Fran Carras.

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EPIDEMIA ZOMBI (PARTE II)

   Una vez conocí a una zombi. Era una preciosidad, tenía un hermoso hoyuelo en la mejilla, junto a la parte izquierda del mentón, que te permitía inspeccionarle la dentadura sin necesidad de que abriera la boca, al dejar al descubierto parte de las mandíbulas. Ella me correspondía, compartíamos nuestras presas y nos comíamos la oreja el uno al otro. Era tal la devoción que nos dispensábamos, que decidimos intercambiar nuestros corazones. Pero el amor es voluble y ella conoció a un zombi más desgarbado y en un mejor estado de putrefacción. Vamos, que poseía un mayor capital en gusanos. Volvió a mí tan sólo para pedirme que le devolviera su corazón. Me negué, el suyo bombeaba mejor.


GAS MASK, Santiago Eximeno

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   Siameses. Nos separaron al nacer. Mi hermana se marchó de casa a los veinte. Yo la busco desde entonces. En mi bolso llevo aguja e hilo.

EL CIELO DE LOS DINOSAURIOS, Vicente García Oliva

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VICENTE GARCÍA OLIVA, El cielo de los dinosaurios, Pearson, Madrid, 2011, 88 páginas.
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Como preámbulo, el seminal relato de Monterroso; en el interior, once relatos por los que transitan los más diversos dinosaurios.
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AMOR

   No recordaba cómo había comenzado aquel enamoramiento. Aquella, podría llamarla, locura. Esa profunda emoción de saber que, al fin, había hallado al ser complementario, a esa figurada media naranja con la que uno está dispuesto a pasar el resto de su vida.
   Un día descubrí que me embargaba esa oscura sensación que no se sabe muy bien de donde viene, pero que cuando penetra es capaz de romper todas las barreras.
   Y ciertamente eran muchas las barreras. Y de todo tipo.
   Yo era consciente de la dificultad de aquella relación, hasta entonces oculta, pero que cuando se hiciera pública provocaría, seguro, un escándalo no solo entre mis compañeros de claustro, sino también entre los propios alumnos.
   Y lo entendía. Lo entendía a la perfección. La diferencia de edad, los distintos caracteres, yo sensible y cultivado, ella primitiva y espontánea... Pero eso es lo que tiene el amor, que cuando llega rompe todas las barreras (creo que eso ya lo dije antes), derriba todos los diques, salta por encima de todas las convenciones.
   Ellos no podían comprenderlo, y yo lo aceptaba.
   Pero eso no fue óbice para que me sentara tan mal la frase despectiva del portero de aquel hotel que me dijo, con los ojillos apretados y la voz envenenada.
   —Usted nunca entrará aquí acompañado de esa hembra de Velocirraptor.

AFORISMOS Y FRASES CÉLEBRES DE LA INDIA, Enrique Gallud Jardiel

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ENRIQUE GALLUD JARDIEL, Aforismos y frases célebres de la India, Miraguano, Madrid, 288 páginas.

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Subtitulado Palabras de un saber milenario, abre el volumen un excepcional prólogo firmado por Enrique Gallud Jardiel, Los aforismos (pp. III-XIII), cuya lectura resulta indispensable para reconocer las distintas modalidades textuales que han practicado, a lo largo de la historia, los autores que han querido comprimir, en breves cápsulas memorables, el pensamiento.
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Un hombre, contiene en sí un universo. El núcleo del cosmos está en el individuo.
Vivekananda
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La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido.
Rabindranath Tagore
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Aunque venzas a miles en mil batallas, sólo serás victorioso si te vences a ti mismo.
   Dhammapada

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El amor es una celda, pero con sus puertas abiertas.
Rabindranath Tagore
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Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo.
Mohandas K. Gandhi

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La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos.
Rabindranath Tagore
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Hay un arte que mata y un arte que da vida. El arte verdadero debe dar evidencia de la felicidad, el contento y la pureza de sus autores.
Mohandas K. Gandhi 
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 El conocimiento conduce a la unidad y la ignorancia a la diversidad.
   Ramakrishna
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Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible.
Mohandas K. Gandhi
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El conocimiento que no se emplea es tan inútil como una espada mellada.
Shankara

CIUDADES PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD DE ESPAÑA

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Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España, Edifesa, Salamanca, 2008, 100 páginas.

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Distintos narradores y artistas plásticos dedican relatos ilustrados a cada una de las trece ciudades españolas Patrimonio de la Humanidad: Ciudades de cuento.
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SEGOVIA, DONDE LA FELICIDAD NO PESA


   Hay quien considera que, en realidad, lo abandonaron; otros, incapaces de aceptar la maldad en el corazón, siguen convencidos, sin embargo, de que se trata de un descuido a causa de las prisas.
   Lo cierto es que el ángel vagabundo del Acueducto lo conoció cuando, siguiendo un viejo hábito de paraíso, recogía rocío para prepararse el primer té del día.
   Era un títere indio con un lunar dorado entre las cejas. A pesar del polvo y la tristeza, que le ensuciaban su cabecita de madera, parecía tan delicado como el amanecer frente al Pinarillo, donde se lo encontr6 este vagabundo que siembra cuentos para que alguien los escriba.
   —¿Y bien? —le dijo en el idioma de la ternura.
   —Me he quedado solo —respondió la marioneta con un llanto del mismo color que el horizonte.
   Verás: ayer terminó la Luna de Mayo, en la que Segovia festejo la consagración de la primavera. La naturaleza se engalantona de sueños y de sueños se viste la ciudad. Durante esta ceremonia de la fantasía, no habrá niño ni niña con motivos para estar tristes, ni hombre o mujer en quienes no germine la ilusión.
   Cada esquina es un teatrillo; la Catedral o los patios escondidos contienen relatos infinitos que endulzan el alma con alegría de helado y de chocolate caliente.
   Los enamorados le cantan a la luz de la luna, y quienes tienen el oficio de hacer mundos de barro guardan esos cantos en la frágil textura de las vasijas.
   Dice el títere: —¿Cómo volveré a casa?
   Y los pájaros que no se posan en la Veracruz: —Quédate aquí. Somos libros de aire. Te enseñaremos los versos de todos los poetas que han paseado, alguna vez, las calles segovianas.
   Y las aguas del río Clamores: —Pero, si lo prefieres, te devolveremos al Ganges.
   Y las cigüeñas que viven en los árboles del Alcázar: —Deja de llorar, títere hermoso: nosotras vamos a cuidarte.
   Entonces el vagabundo, que hasta ahora había permanecido silencioso, sube en su espalda al títere; a las orejas del ángel se agarra, con fuerza, la marioneta.
   Procesión del alba: pájaros, cigüeñas, las hojas de los árboles que la brisa desprende de las ramas, y ese intenso olor a frescura que regala mayo florido.
   Recorrieron, de plaza en plaza, el camino hasta la de las Sirenas; allí se detuvieron ante la misteriosa iglesia de San Martín. El ángel vagabundo convocó alrededor de la fuente a las sombras de la imaginación. Acudieron por miles de todos los rincones de la historia hasta que la Plaza, las escaleras de la Plaza, los balcones del Torreón de Lozoyo o los de la Casa del Siglo XV corrían peligro de hundimiento.
   —Si no fuera porque la felicidad no pesa... —como recordó la sombra de una abuela judía que, cuando estaba viva, hacía pasteles para los niños de su barrio.
   Habló la sombra de una dulce tejedora:
   —Yo dejo la luna de mis ovejas para hacer de Segovia un mundo de abrazos.
   Las sombras de los viejos trovadores celebraron tan honrosa actitud resucitando la música de sus laúdes. Y las campanas iniciaron un viaje hasta el deseo de todos los durmientes, guiadas por la voz mágica del almuédano que, en otro tiempo, llamaba a la oración a quienes así lo requerían.
   Dicen que el ángel vagabundo sopló en el oído de una angélica titiritera el resultado de asamblea tan singular. Y que se eligió a las Sirenas de la Plaza para que gobernaran ese país que, cada mes de mayo, hace de Segovia un Titirimundi.
   Y que el títere indio, por supuesto, dejó de llorar.

María Fernanda Santiago


ILustraciones: Juan Carlos Mestre

UN VESTIDO ROJO PARA BAILAR BOLEROS, Carmen Cecilia Suárez

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CARMEN CECILIA SUÁREZ, Un vestido rojo para bailar boleros, Arango, Bogotá, 1996, 108 páginas.

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INEVITABLE

   Él era signo de fuego, destellante, chispeante, fascinante, centelleante, rutilante, llameante, fulgurante, eclipsante, jugueteante, tintineante, deslumbrante, volátil e inasible.
   Ella era signo de agua, ondulante, inundante, zigzagueante, provocante, esquivante, titubeante, amenazante, apabullante, ahogante, suave y fresca.
   La relación fue un cortocircuito.

LAS FRUTAS DE LA LUNA, Ángel Olgoso

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ÁNGEL OLGOSO, Las frutas de la luna, Menoscuarto, Palencia, 2013, 216 páginas.

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Entre los veinte cuentos que integran el volumen, irrumpe, con la fuerza expresiva que caracteriza las creaciones de este autor, algún microrrelato.

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DESIGNACIONES

   Levantó una casa y a ese hecho lo llamó hogar. Se rodeó de prójimos y lo llamó familia. Tejió su tiempo con ausencias y lo llamó trabajo. Llenó su cabeza de proyectos incumplidos y lo llamó costumbre. Bebió el jugo negro de la envidia y lo llamó injusticia. Se sacudió sin miramientos a sus compañeros y lo llamó oportunidad. Mantuvo en suspenso sus afectos y lo llamó dedicación profesional. Se encastilló en los celos y lo llamó amor devoto. Sucumbió a las embestidas del resentimiento y lo llamó escrúpulos. Erigió murallas ante sus hijos y lo llamó defensa propia. Emborronó de vejaciones a su mujer y lo llamó desagravio. Consumió su vida como se calcina un monte y lo llamó dispendio. Se vistió con las galas de la locura y lo llamó soltar amarras. Descargó todos los cartuchos sobre los suyos y lo llamó la mejor de las salidas. Mojó sus dedos en aquella sangre y lo llamó condecoración. Precintó herméticamente el garaje y lo llamó penitencia. Se encerró en el coche encendido y lo llamó ataúd.

FRAGMENTOS PÓSTUMOS, Friedrich Nietzsche

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FRIEDRICH NIETZSCHE, Fragmentos póstumos, Abada, Madrid, 2004, 264 páginas.

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Tras el prólogo del también traductor Joaquín Chamorro Mielke, Günter Wohlfart, editor del volumen original alemán, apunta: "Los fragmentos cronológicamente ordenados se leen como un 'diario intelectual' en el que Nietzsche dice 'sus verdades' con honradez intelectual. No escribe simplemente un texto, no escribe para algún otro, sino para sí mismo."

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No hay ninguna bella superficie sin una terrible profundidad. 
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En los pasos más vigorosos de la vida resuena la muerte. 
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La medrosidad envenena el alma. 
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No debemos permitir que la vida se nos escurra de las manos por una «meta», sino cosechar los frutos de todas nuestras estaciones. 
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Somos más sinceros con los demás que con nosotros mismos. 
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Ser duro como un estoico no es nada, con la insensibilidad uno de ha desprendido de sí mismo. Hay que tener dentro de uno mismo la oposición: el sentimiento delicado y el poder contrario, no para desangrarse, sino para transformar plásticamente toda adversidad y «dirigirla a lo mejor». 
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Sin música, la vida sería un error.

SIN RELOJ POR LA VIDA, Jesús Díez Fernández

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JESÚS DÍEZ FERNÁNDEZ, Sin reloj por la vida, Huerga & Fierro, Madrid, 2013, 235 páginas.

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TRASNOCHADORES


   La última alma humana en abandonar cada madrugada el bar es Toni, mi mejor amigo desde que llegué de niño al barrio. Me extraña verle abatido sobre la barra, extremadamente solo. Sus dedos aferran un vaso largo, dentro el hielo se licúa
el cierre. Él da su conformidad:
   —Pero, me pones otra vez el álbum de Police.
   Abro el periódico por la página de los pasatiempos. De todo el crucigrama, queda una sola pregunta por resolver. En horizontales, palabra de catorce letras en plural. Poéticamente, paseantes de un bulevar que no cierra.

MÁXIMAS, SENTENCIAS Y AFORISMOS, Lucio Anneo Séneca

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LUCIO ANNEO SÉNECA, Máximas, sentencias y aforismosEneida, Madrid, 2009, 90 páginas.

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Según recoge la Nota a la presente edición, en ella se reúnen "seiscientas noventa y cuatro máximas en las que Séneca reflexiona de manera magistral sobre temas fundamentales y eternos: el amor, la amistad, la vejez, la moral, la política, el olvido y la memoria, o la muerte".

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Doloroso es que comencemos a vivir cuando morimos.
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No perdemos lo que ignoramos haber perdido.
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Hasta la desgracia se cansa.
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El fin de un trabajo es principio de otro.
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En ninguna parte se siente más pobreza que en el destierro.
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Hasta la muerte huye de los desgraciados.
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Doloroso es el tiempo que entre dudas se pasa.
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Ninguno yerra para sí solo.
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Muchos acabaron la vida antes de comenzar a vivir.
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Antes nos faltarán lágrimas que causa para verterlas.

CATARRO DE PECHO, Fernando Vicente Galve

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FERNANDO VICENTE GALVE, Catarro de pecho, 2013, 34 páginas.

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EL ABUELO

   Cada sábado por la noche, cuando mis padres salían a cenar por ahí, mi hermano y yo despertábamos al abuelo y le hacíamos beber media botella de anís. Luego, ya borracho, sentados en su cama le enseñábamos fotos recortadas de revistas y le decíamos que era el álbum familiar. En su delirio, mi abuelo reconocía todas las caras como familiares y nos contaba la historia de cada una. «Esta es la tía Nuri, este es mi hermano Pepe, esta es una novia que tuve antes de conocer a vuestra abuela y que era madame de un meublé en Barcelona...». Cuando mi abuelo se volvía a dormir farfullando, nos íbamos a la cama entre risas. 
   Un año, a mi hermano se le ocurrió enseñarle fotos de un funeral. Mi abuelo nos dijo que eran imágenes de su entierro y que aquella tumba era la suya. Enmudeció de repente, cerró los ojos y nunca más volvió a abrirlos.

UN HOMBRE SIN CABEZA, Etgar Keret

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ETGAR KERET, Un hombre sin cabeza, Siruela, Madrid, 2011, 192 páginas.
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SUCIEDAD

   Supongamos que yo ahora estoy muerto, o que abro una lavandería de autoservicio, la primera de Israel. Al­quilo un pequeño local, algo abandonado, en la parte sur de la ciudad, y lo pinto todo de azul. Al principio hay sólo cuatro lavadoras y un aparato especial que vende fichas. Después meto también una tele y hasta una máquina tragaperras, un pinball. O que estoy ten­dido en el suelo de mi cuarto de baño con un balazo en la sien. Me encuentra mi padre. Al principio no se da cuenta de la sangre. Cree que estoy dormitando o que estoy tomándole el pelo con uno de mis estúpidos jueguecitos. Es sólo cuando me toca la nuca y nota algo caliente y pegajoso que le escurre desde los dedos en dirección al brazo cuando se da cuenta de que algo no anda bien. Las personas que van a lavar a una lavandería autoservicio son personas solitarias. No hace falta ser un genio para darse cuenta de ello. Porque yo, que no soy un genio, me he dado cuenta. Por eso procu­ro que siempre haya en la lavandería un ambiente que suavice la sensación de soledad. He puesto muchas teles, unas máquinas que te dan las gracias con una voz muy humana cuando compras las fichas, y unas fotos de manifestaciones gigantes colgadas en las paredes. Las mesas para doblar la ropa están hechas de manera que obligan a que sean muchos los que las usen a la vez. Y no es por ahorrar, sino que tiene su propósito. Son muchas las parejas que se han conocido en mi ne­gocio gracias a esas mesas. Personas que un día fueron solitarias y que hoy tienen a alguien, a veces incluso a más de una persona que se duerme a su lado por la no­che y que los empuja en medio del sueño. Lo primero que hace mi padre es lavarse las manos. Sólo después llama a una ambulancia. Ese lavado de manos le va a costar caro. Hasta el día de su muerte no se va a perdo­nar a sí mismo el haberse lavado las manos. Hasta se avergonzará de contárselo a nadie. Cómo su hijo yace ahí agonizante a su lado y él, en lugar de sentir pena, compasión o miedo, algo, no consigue sentir nada más que asco. La lavandería esa se convertirá en una red de lavanderías. Una red que se hará fuerte sobre todo en Tel Aviv pero que también tendrá éxito en la periferia. La lógica tras ese éxito será muy sencilla: donde haya gente sola y ropa sucia, siempre acudirán a mí. Después de que mi madre muera, hasta mi padre vendrá a lavarse la ropa en una de esas filiales. Nunca conocerá ahí a una pareja ni hará un amigo, pero las expectativas de llegar a conseguirlo lo empujarán a acudir una y otra vez y a mantener un soplo de esperanza.

LA VUELTA AL DÍA EN OCHENTA MUNDOS, Julio Cortázar

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JULIO CORTÁZAR, La vuelta al día en ochenta mundos, rm editorial, Barcelona, 2010, 224 páginas.

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Esta edición recupera el diseño interior y de portada realizados por Julio Silva, lo que permite disfrutar en versión original de este collage literario que disemina el talento de Cortázar en los campos de la poesía, la reflexión ensayística y la narrativa breve.
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ME CAIGO Y ME LEVANTO


   Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablamos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada.
   Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación. En lo mas recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez. Todo recayente tiene ya en si un rehabilitante pero el problema, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero una compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse poco a poco a lo mejor de sí mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos, cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta dónde hemos recaído en el sueño o en la ducha? Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba a abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe dónde se está. Probablemente Ícaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el mar epónico, y Dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, como nos rehabilitaremos?
   Hay quien ha sostenido que la rehabilitación sólo es posible alterándose, pero olvidó que toda recaída es una desalteración, una vuelta al barro de la culpa. En efecto somos lo más que somos porque nos alteramos, salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse. Pretender la rehabilitación alterándose es una triste redundancia: nuestra condición es la recaída y la desalteración, y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera, que por lo demás ignoro. No solamente ignoro eso sino que jamás he sabido en qué momento mi tía o yo recaemos. ¿Cómo rehabilitarnos, entonces, si a lo mejor no hemos recaído todavía y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados? Tía, ¿no será ésa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo.Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mi me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces, yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco, y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: "Ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito.

EN DOS TIEMPOS, Marino González Montero

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MARINO GONZÁLEZ MONTERO, En dos tiempos, De la Luna Libros, Mérida, 2004, 46 páginas.

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SHIRGAT, PARALELO TREINTA Y CINCO

   No fue la loneta de lienzo moreno de la ventana, que estuvo pañoleando durante las dos últimas horas al soltársele un viento. Ni las dos únicas gallinas que picoteaban hacía un rato en el umbral de la puerta confundiendo, estúpidas, las vetas de la pizarra con imaginarias y suculentas lombrices.
   No fue el levísimo desplome de la última tarama, ascua ya, que había estado calentando el habitáculo y la escudilla de latón toda la noche. Ni las trece cabras —once hembras, un macho, un cabrito mamón— que empezaban a remover esquilas, lejanas, como quien oye tocar a misa en otro pueblo.
   No fue la respiración profunda de su mujer que le acompañaba como el reloj que no tenían cuando lo de los insomnios. Ni el dolor que le curvaba y le punzaba la espalda cuando se removía en el jergón desde que levantó él solo aquellas paredes de adobe. 
   No fue el frío del desierto, que últimamente se agarraba tanto a sus riñones que no podía evitar salir a orinar junto al aprisco en mitad de la noche. Ni los ardores de estómago —demasiado orégano en las aceitunas de hogaño—. 
   No fue nada de eso lo que despertó a Yasar y sus cincuenta y cuatro años de carne enjuta, cubierta la cara de la tupida barba, blanquísima, que cuidaba con aceites y parsimonia de manos arrugadas en aquella madrugada de marzo. Sólo fue un sueño, aunque ni siquiera sabía si era malo. Un sueño que le llevó a tiempos remotos, más allá incluso de la llegada del Profeta. Allí vio a su padre, a su abuelo anciano y a sus hermanos. Era una tierra próspera aquella por la que viajaban sin cesar, bajando el Éufrates, remontando el Tigris, para volver a empezar al año siguiente llevando especias y maderas talladas a cuña por los mercados de toda Mesopotamia.
   Yasar se incorporó a pesar del dolor, se puso en pie y, moviéndose como una pantera huesuda, abrió la puerta, ladeó la cortina y una luna mora iluminó la estancia dejando ver a su nieto tan dormido como le permitían sus cuatro años. Salió fuera, respiró hondo... y se le llenó el pecho de silencio.
   
   Noche de marzo de 2003, mientras los primeros bombarderos estadounidenses volaban hacia Irak.

LAS OCURRENCIAS DEL INCREÍBLE MULÁ NASRUDÍN, Idries Shah

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IDRIES SHAH, Las ocurrencias del increíble Mulá Nasrudín, Paidós, Barcelona, 1986, 230 páginas.
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IDIOTA

   El Mulá Nasrudín transportaba a su casa una colección de finas piezas de cristal cuando estas se le cayeron en la calle. Todo quedó hecho añicos.
   Una multitud se aglomeró a su alrededor.
   —¿Qué pasa con ustedes, idiotas?, bramó el Mulá. ¿Es la primera vez que ven un tonto?.

AQUÍ YACEN DRAGONES, Fernando León de Aranoa

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FERNANDO LEÓN DE ARANOA, Aquí yacen dragones, Seix Barral, Barcelona, 2013, 200 páginas.

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Afirma el propio autor en Aviso a lectores (pp. 9-11): "Es allí, donde el conocimiento no alcanza, donde la ficción se hace más necesaria. Porque ofrece explicaciones, y ayuda a construir un modelo, una réplica efica, coherente".
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LA MELODÍA


   Apoyado en la pared de adobe llena de agujeros, el soldado silba una melodía sencilla mientras el pelotón que va a ejecutarle carga, apunta y dispara sus armas.
   El capitán al mando se sorprende esa misma noche en la cantina, tarareando la melodía. Evita a las soldaderas, le incomoda su risa.
   Rechaza el alcohol y la euforia con la que sus oficiales celebran la victoria de hoy y conjuran el miedo a la derrota de mañana.
   Pasa la guerra, se olvida. Si se ganó o se perdió, pocos lo recuerdan ya.
   El capitán se hace brigada y el brigada, general, sin que la melodía se borre de donde sea que haya quedado grabada. Pueden pasar meses sin que vuelva a su cabeza, pero sabe que en el instante en el que lo desee podrá tararearla otra vez y, sin saber por qué, lo percibe como una amenaza.
   Así sucede el día de la comunión de Andrés, su hijo; una tarde en los caballos, en la que apostaron cuarenta pesos a Veloz y perdieron; la mañana que a su mujer le dieron la terrible noticia y tres meses después, justo después de su entierro, en una cafetería del centro de la ciudad a la que no había regresado desde que se fueron a vivir al barrio alto, en los años setenta.
   La silbará por última vez ausente, en su lecho de muerte. Su hijo, ya un joven cadete de la escuela de oficiales Baltasar Luengo, pregunta por su origen, pero el anciano militar le miente.
   Años más tarde la tararea él también en un bar, una noche, sin darse cuenta. Una joven, que le escucha, se enamora de él dos mesas más allá. La melodía le es familiar. Su padre la silbaba cuando ella era niña, cuando el mundo comenzaba y terminaba en el caballo imaginario de sus rodillas. Pero eso fue hace mucho, antes incluso de la guerra, en la que había muerto fusilado.
   La joven tiene una mirada hermosa: hay tanta vida en sus ojos que asusta. Y sin embargo, sin que pueda comprender por qué, al joven cadete le cuesta sostenérsela.
   Siente que le debe una explicación, pero no sabe cuál.


EL LIBRO DE LOS SERES ALADOS, Daniel Samoilovich

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DANIEL SAMOILOVICH, El libro de los seres alados, 451, Madrid, 2008, 365 páginas.
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En Prólogo alado (pp. 7-8) Samoilovich apunta: "Este libro no se propone como una enciclopedia, sino como una selección de esa inmensa masa de textos, como una colección de lecturas dispuestas en orden alfabético en torno a seres dotados de alas; este orden es más que nada un recurso humorístico (y eventualmente lírico), una apuesta por las concatenaciones interesantes que podría inducir el azar del alfabeto". Acompaña a Samoilovich en la selección de imágenes Eduardo Stupía.   
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SERPIENTE ALADA

A UN RETRATO DE SERPIENTE ALADA

Bien peligrosa es la serpiente alada
que vuela en torno al monte Sinaí.
¡Cielo santo, qué espanto verla ahí,
si ya da miedo el verla dibujada!

P. BELON DU MANE, Portraicts d'oyseaux, animaux, serpens, herbes, arbres, hommnes et femmes d'Arabia et d'Égypte




   Arabia es el más austral de todos los países habitados: su riqueza proviene sobre todo de la mirra y del incienso llamado olíbano. Pero no se ha de creer que se consiguen sin trabajos: los árboles que dan el olíbano están rodeados de pequeñas serpientes aladas, de los más variados colores, que se reúnen a centenares en torno a cada planta. Nada, excepto el humo que producen las ramas de estoraque al ser quemadas, persuadiría a estos pequeños monstruos de alejarse del olíbano; por eso, los árabes deben comprar a los fenicios a altos precios las ramas de estoraque, de lo que aquellos se resarcen vendiéndoles más caro aún el precioso olíbano.

HERÓDOTO, Los nueve libros de la Historia



   Las serpientes aladas, a veces llamadas serpientes eléctricas, infestan las selvas de Zakhara. Sus colores son variados, desde el azul celeste y el verde esmeralda hasta el borravino. Están dotadas de unas alas flexibles y sutilísimas que las hacen parecer picaflores reptilianos; cuando las pliegan, se les ajustan tan bien al cuerpo que pueden deslizarse como serpientes comunes. La mordedura de una serpiente alada inflige un daño de cuatro puntos más lo que indique el tiro de un dado e inyecta a la víctima un ácido singularmente corrosivo que le causa un daño adicional de dos dados más ocho durante los dos turnos subsiguientes.
   Más peligroso es el ataque de la bocanada eléctrica: sus alas baten tan velozmente el aire que generan una carga estática en el ambiente de la selva húmeda; esa carga se concentra en una bocanada de centellas que al ser lanzada alcanza un área de tres metros, quemando personas, animales, armas y vestidos instantáneamente. Una vez hecha la descarga, a la serpiente alada le toma tres temporadas volver a cargar de estática el aire (no puede repetir el ataque en tres turnos). El daño que produce este ataque se reduce a la mitad si el atacado posee un antídoto antieléctrico.

Manual monstruoso,
repertorio de criaturas del juego de rol Dungeons & Dragons

   La serpiente alada aparece una y otra vez, del Extremo occidental de Europa al extremo Oriente. Tenía alas, por ejemplo, la serpiente Mertseger, la cobra de cabeza humana a la que se adoraba en Egipto y cuyo nombre significa «aquella que ama el silencio». El Libro de los montes y los mares chino, por su parte, consigna la existencia, en los ríos que corren entre los Montes Centrales, de las serpientes huahua, cuya cara es semejante a la de las personas, pero que tienen cuerpo de chacal y alas de pájaro, pese a lo cual el modo de desplazamiento que prefieren es arrastrarse con las alas plegadas. Su voz suena como si una persona estuviera insultando a otra; allí donde aparecen, hay inundaciones. Estrabón, por su parte, afirma que en la India proliferan serpientes de dos codos de largo con las alas membranosas. «Vuelan de noche profiriendo agudos gritos —escribe— y soltando gotas de orina o sudor que causan la putrefacción de las personas que no han tomado la prevención de ponerse bajo techo al oírlas llegar».
   Solo por pegar un salto de unos cuantos siglos y varios miles de kilómetros, digamos que un grabado del siglo XVI del holandés Crispijn de Passe coloca entre la fauna americana una vistosa serpiente con alas; lo acompaña con la referencia de que el monstruo subyuga con la vista a pájaros y roedores llevándolos a entregársele voluntariamente. Analizando el dibujo y el texto en detalle, algunos historiadores concluyen que se trara de una mirada fantasiosa sobre la serpiente de cascabel. Ya Platón observó una vez que uno puede gastar la vida en este género de interpretaciones, sin producir con ellas nada de particular interés.

LUDOVICO MILANESI, Scherzi storici

LA ARQUITECTURA DEL AIRE, Carlos Marzal

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CARLOS MARZAL, La arquitectura del aire, Tusquets, Barcelona, 2013, 256 páginas.

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Amar es conocer, y a pesar de todo seguir amando.
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Andar a tientas en el mundo no es andar a ciegas, sino viendo con los ojos del tacto.

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Buena salud es no tener que pensar en si nuestra salud es buena.

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Amo lo que para mostrarse colmado recurre al vacío.

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Casi todo tiene arreglo y casi nada solución.

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Vivir es ensayar resurrecciones.

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Nada llega tarde a una vida: tan sólo cuando no corresponde.

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La impuntualidad es el desprecio del tiempo ajeno.

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El amor también podría tratarse de una grieta en el temperamento.

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En materia moral, no es igual ablandarse que reblandecerse.

CUENTOS REUNIDOS, Sherwood Anderson

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SHERWOOD ANDERSON, Cuentos reunidos, Lumen, Barcelona, 2009, 336 páginas.

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Vicenç Tuset, traductor y prologuista, explicita el carácter crítico y metaliterario de algunos de los cuentos seleccionados en el volumen: "En ellos, Anderson expone su visión de la literatura como paciente desvelar de una verdad esquiva e inalcanzable que terminará por no ser más que un montón de hojas en blanco, un texto siempre por escribir (...)".

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EL TONTO

   Hay una historia, no puedo contarla, no tengo palabras. La historia está casi olvidada pero a veces la recuerdo. La historia trata de tres hombres en una casa en una calle. Si pudiera decir las palabras cantaría la historia.
   La susurraría a los oídos de mujeres, de madres.
   Correría por las calles contándola una y otra vez.
   Con mi lengua, que se habría soltado, repicando contra mis dientes.
   Los tres hombres están en una habitación en la casa.
   Uno de ellos, joven y peripuesto.
   Ríe sin parar.
   Hay un segundo hombre con una larga barba blanca.
   Lo consume la duda pero a veces su duda lo abandona y se queda dormido.
   El tercer hombre es el que tiene ojos malvados y se pasea nervioso por la habitación frotándose las manos una contra la otra. Los tres hombres esperan. Esperan.
   Arriba en la casa hay una mujer de pie con la espalda apoyada contra la pared, en la penumbra junto a una ventana.
   Esos son los cimientos de mi historia y todo cuanto sabré se encuentra destilado en ellos.
   Recuerdo que un cuarto hombre llegó a la casa, un silencioso hombre blanco.
   Todo era tan silencioso como el mar por la noche.
   Sus pies no hacían ningún ruido contra el suelo de la habitación en la que estaban los tres hombres.
   El hombre de ojos malvados hervía por dentro, corría de un lado a otro como un animal enjaulado.
   El viejo hombre gris se contagió de su nerviosismo, se quedó tirándose de la barba.
   El cuarto hombre, el blanco, subió hasta donde estaba la mujer.
   Ahí estaba ella, esperando.
   Qué silencio había en la casa, qué alto sonaba el tictac de todos los relojes del vecindario.
   La mujer de arriba anhelaba el amor. Esa tiene que haber sido la historia. Deseaba el amor con todo su ser. Quería enamorar, cuando el hombre blanco y silencioso compareció, ella se abalanzó hacia él.
   Sus labios estaban separados.
   Había una sonrisa en sus labios.
   El hombre blanco no dijo nada.
   En sus ojos no había ningún reproche, ninguna pregunta.
   Sus ojos eran tan impersonales como estrellas.
   Abajo el tipo malvado gemía y corría de un lado a otro como un perrillo perdido y hambriento.
   El tipo gris intentaba seguirle por todas partes pero al poco tiempo se cansó y se echó en el suelo para dormir.
   Nunca más despertó.
   El peripuesto también yacía en el suelo.
   Reía y jugaba con su fino bigote negro.
   No tengo palabras para contar lo que sucedió en mi historia.
   No puedo contar la historia.
   El tipo blanco y silencioso puede que fuera la Muerte.
   La mujer anhelante en espera puede que fuera la Vida.
   El barbudo gris y el malvado me confunden.
   Pienso y pienso, pero no logro entenderlos.
   Sin embargo, la mayor parte del tiempo ni siquiera pienso en ellos.
   Me obsesiona el tipo peripuesto que ríe a lo largo de toda la historia.
   Si pudiera comprenderle, podría entenderlo todo.
   Podría correr por el mundo contando una historia maravillosa. Dejaría de ser tonto.
   ¿Por qué no se me dieron las palabras?
   ¿Por qué soy tonto?
   Tengo una historia maravillosa que contar pero no conozco el modo de contarla.