CUENTOS DEL GLOBO, Ruth Kaufrnan

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RUTH KAUFMAN, Cuentos del globo 1. Sapos y duamantes, Pequeño Editor, Buenos Aires, 2012, 50 páginas.

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Ruth Kaufman es la encargada de la selección y adaptación de estos tres cuentos bellamente ilustrados por Eleonora Arroyo, Diego Bianki, Claudia Legnazzi y Valerio Vitali.
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LOS DOS HERMANOS Y EL COQUENA

   Eran dos hermanos. Uno era pobre y tenía que trabajar de día y de noche. Era pastor. También iba a los cerros a traer leña y a cazar vicuñas y guanacos. El otro era rico y mezquino. No le daba nada al pobre. Nada le daba y su familia pasaba hambre. Un día, el hermano pobre salió a cazar. No llevaba armas de fuego, solo unas boleadoras cortas, hojitas de coca en la chuspa y maíz tostado en la talega. Ese era su avío. Nada más.
   Anduvo en los cerros buscando. Todo el día anduvo, bajando y subiendo, y no encontraba nada. Hasta que, al final del día, cazó un guanaco. Pero estaba tan cansado que se sentó en una piedra y enseguida se quedó dormido, con el guanaco muerto a sus pies. De repente, lo despertó el grito de un arriero. Cuando abrió los ojos, vio llegar a un ser extraño que comandaba una tropa de ñandués. Más atrás, lo seguía una gran tropilla de vicuñas y guanacos.
   El cazador se levantó. El dueño de los animales se acercó y le dijo:
   —¡Buenas tardes!
   —¡Buenas tardes, señor!
   —¿Qué hace usted aquí?
   —Estoy descansando, señor.
   —¿Qué ha estado haciendo todo el día?
   —Boleando guanacos y vicuñas. He cazado uno solito.
   —¿Y para qué, pues?
   —Soy pobre, necesito carne y cueros, tengo que dar de comer a mi mujer y mis hijos.
   —Está bien.
   El hermano pobre ya se había dado cuenta de que estaba hablando con el Coquena. Debajo del sombrero de ala ancha apenas se veía su cara blanca. Iba vestido con poncho de vicuña, de la más fina. Y en los pies, pequeñitos, llevaba ojoticas con clavos de plata. Y corno el Coquena es el dueño de las llamas, los guanacos y las vicuñas, de los cuises, de todos los animales del cerro, le dijo:
   —Para que no tengas que andar más cazando a mis animalitos voy a darte un regalo. Torná. Pero no le contés esto a nadie. A nadie.
   El Coquena le dio dos granitos amarillos: uno era maíz; el otro, una pepita de oro.
   —Cuando llegues a tu casa, la vacías y la limpiás bien. Después dejás un granito en el fondo y el otro adelante. Cerrás la casa y te vas. No la vayas a abrir hasta el día siguiente. ¡Hasta otro día!
   —¡Hasta otro día, señor!
   Coquena se fue arriando su tropa de vicuñas y guanacos. Todos los animales iban con carguitas de plata. A la luz de la luna, brillaban las monedas.
   El hermano pobre bajó del cerró. Llegó a su casa, hizo todo como le había dicho el Coquena. Durmió con su mujer y sus hijos fuera de la casa. Cuando albeó, se acercaron a mirar. Los cuartos estaban llenos hasta arriba: granitos de maíz en uno; pepitas de oro, en el otro.
   Ya eran ricos. Ya nunca más les faltó nada. Compraron herramientas, animales.
   Hicieron corrales, sembraron. Ya no volvieron al cerro a cazar.
   Pero el hermano rico se enteró y fue a visitar al pobre. Hizo como que se alegraba con todo lo que tenía el otro. Pero se moría de envidia. Y tanto le preguntó y le preguntó, que al final su hermano le contó todo.
   Y el rico se apuró. Fue a su casa y se cambió la ropa. Se puso ojotas, un poncho viejo. Y se encaminó para el cerro. No llevaba arma de fuego, porque lo enojan al Coquena. Solo las boleadoras que había llevado su hermano. Después de mucho andar, cazó un guanaco. Se quedó arriba del cerro, con el guanaco muerto cerca. Pero no se durmió, estaba atento a la llegada del Coquena. Al rato, oyó el ruido de la tropa.
   —¿Qué hacés aquí? —le preguntó el Coquena.
   —He venido a cazar.
   —¿Y para qué cazás?
   —Para darle de comer a mi familia, somos pobres.
   —Voy a darte un regalo para que no tengas que andar cazando y matando a mis animalitos. Sentate. El hermano rico se hincó.
   —Sacate el sombrero. El hermano rico se sacó el sombrero.
   —Tomá, una rosa y un clavel —y lo golpeó con la mano en la cabeza, encima de la frente.
   —Ahora ponete el sombrero otra vez y no te lo vayas a sacar hasta llegar a las casas. No cuentes a nadie esto. ¡Hasta otro día! El hermano rico bajó del cerro corriendo. Sentía un peso cada vez más grande en la cabeza. Como pensaba que era oro y plata, no se sacaba el sombrero. Cuando llegó a su casa se tocó la frente. Enseguida se miró al espejo. Le habían salido dos cuernos. Esos eran la rosa y el clavel que le había dado el Coquena. Dos cuernos que nunca más se pudo sacar.

Luisa Cruz (adaptación de Ruth Kaufrnan) 


RUBAYAT, Omar Jayyam

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OMAR JAYYAM, Rubayat, Alianza Editorial, Madrid, 2013 (2006), 207 páginas.

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Alianza reedita en la colección de bolsillo el mismo tomo ya antes aparecido en su colección Libros singulares: una edición bilingüe que abre un extenso y esclarecedor Prólogo (pp. 9-23) de Clara Janés en el que leemos: "Muy próximo por su brevedad al haiku, por un lado, y al epigrama, por otro, como éste da pie al enunciado de conceptos lapidarios tan rotundos, en el caso de Omar Jayyam, que el lector siente que es una concepción de la vida, con su premisas, desarrollo y conclusión, lo que encierran los cuatro versos que tiene delante". Janés y Ahmad Taheri son los responsables de bella versión.
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Dejaremos de ser y harto tiempo seguirá el universo.
Ni nombre ni señal de nosotros habrá.
Antes no existíamos y no había defecto.
Sucederá lo mismo cuando ya no estemos.

CUENTÁFORAS, Hugo Hernán Aparicio

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HUGO HERNÁN APARICIO, Cuentáforas, Cuadernos Negros, Calarcá, 2009, 46 páginas.

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ARDUO

   La pequeña mariposa nocturna, amaneció muerta sobre mi crucigrama a medio resolver.

HISTORIAS DEL METRO, José Luis Sandín

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JOSÉ LUIS SANDÍN, Historias del metro, 2013, 31 páginas.

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ADIESTRAMIENTO

   Tomemos una bolsa de canicas abierta. Coloquémosla en la mano de un niño. En la otra, la mano de la madre lo conduce al interior de un vagón del metro, hasta el final. Pongamos en marcha el tren.
   El niño viaja apretado, los ojos reflejan el color y brillo de las canicas, un embeleso interrumpido por el frenazo del convoy. Las canicas saltan de la bolsa. No bien se ha detenido el tren, cuando arranca de nuevo. Las vocales corren: tactactac, tectectec,..., tuctuctuc según las direcciones tomadas. Nuevo frenado. Los pasajeros que van de pie pierden el equilibrio, pisotean las canicas. Algunos caen, otros se agarran de la ropa de sus vecinos o quedan a medio colgar de los tubos. La madre reacciona, le acomoda un par de sopla mocos y lo vitupera: "Chamaco baboso, no hay duda que nunca vas a aprender que las canicas van en la mochila".
   Las puertas se abren. Dos tipos, al inicio del vagón, han pasado de los insultos a los golpes. La mujer lleva al niño de la mano. Los hechos le confirman que su hijo nunca aprenderá. Lo deja en la escuela y sale corriendo a realizar pagos en la Tesorería. Va con la preocupación de que el tiempo no le alcance para comprarle a su hijo otra bolsa de canicas.

HASTA QUE LA MUERTE, José B. Adolph

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JOSÉ B. ADOLPH, Hasta que la muerte, Moncloa-Campodónico, Lima, 1971, 138 páginas.

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NOSOTROS NO

   Aquella tarde, cuando tintinearon las campanillas de los teletipos y fue repartida la noticia como un milagro, los hombres de todas las latitudes se confundieron en un solo grito de triunfo. Tal como había sido predicho doscientos años antes, finalmente el hombre había conquistado la inmortalidad en 2168.
   Todos los altavoces del mundo, todos los transmisores de imágenes, todos los boletines destacaron esta gran revolución biológica. También yo me alegré, naturalmente, en un primer instante.
   ¡Cuánto habíamos esperado este día!
   Una sola inyección, de cien centímetros cúbicos, era todo lo que hacía falta para no morir jamás. Una sola inyección, aplicada cada cien años, garantizaba que ningún cuerpo humano se descompondría nunca. Desde ese día, solo un accidente podría acabar con una vida humana. Adiós a la enfermedad, a la senectud, a la muerte por desfallecimiento orgánico.
   Una sola inyección, cada cien años.
   Hasta que vino la segunda noticia, complementaria de la primera. La inyección solo surtiría efecto entre los menores de veinte años. Ningún ser humano que hubiera traspasado la edad del crecimiento podría detener su descomposición interna a tiempo. Solo los jóvenes serían inmortales. El gobierno federal se aprestaba ya a organizar el envío, reparto y aplicación de la dosis a todos los niños y adolescentes de la tierra. Los compartimentos de medicina de los cohetes llevarían las ampolletas a las más lejanas colonias terrestres del espacio.
   Todos serían inmortales.
   Menos nosotros, los mayores, los formados, en cuyo organismo la semilla de la muerte estaba ya definitivamente implantada.
   Todos los muchachos sobrevivirían para siempre. Serían inmortales, y de hecho animales de otra especie. Ya no seres humanos; su psicología, su visión, su perspectiva, eran radicalmente diferentes a las nuestras. Todos serían inmortales. Dueños del universo para siempre. Libres. Fecundos. Dioses.
   Nosotros, no. Nosotros, los hombres y mujeres de más de 20 años, éramos la última generación mortal. Éramos la despedida, el adiós, el pañuelo de huesos y sangre que ondeaba, por última vez, sobre la faz de la tierra.
   Nosotros, no. Marginados de pronto, como los últimos abuelos de pronto nos habíamos convertido en habitantes de un asilo para ancianos, confusos conejos asustados entre una raza de titanes. Estos jóvenes, súbitamente, comenzaban a ser nuestros verdugos sin proponérselo. Ya no éramos sus padres. Desde ese día éramos otra cosa; una cosa repulsiva y enferma, ilógica y monstruosa. Éramos Los Que Morirían. Aquellos Que Esperaban la Muerte. Ellos derramarían lágrimas, ocultando su desprecio, mezclándolo con su alegría. Con esa alegría ingenua con la cual expresaban su certeza de que ahora, ahora sí, todo tendría que ir bien.
   Nosotros solo esperábamos. Los veríamos crecer, hacerse hermosos, continuar jóvenes y prepararse para la segunda inyección, una ceremonia -que nosotros ya no veríamos- cuyo carácter religioso se haría evidente. Ellos no se encontrarían jamás con Dios. El último cargamento de almas rumbo al más allá, era el nuestro. ¡Ahora cuánto nos costaría dejar la tierra! ¡Cómo nos iría carcomiendo una dolorosa envidia! ¡Cuántas ganas de asesinar nos llenaría el alma, desde hoy y hasta el día de nuestra muerte!
   Hasta ayer. Cuando el primer chico de quince años, con su inyección en el organismo, decidió suicidarse. Cuando llegó esa noticia, nosotros, los mortales, comenzamos recientemente a amar y a comprender a los inmortales.
   Porque ellos son unos pobres renacuajos condenados a prisión perpetua en el verdoso estanque de la vida. Perpetua. Eterna. Y empezamos a sospechar que dentro de 99 años, el día de la segunda inyección, la policía saldrá a buscar a miles de inmortales para imponérsela.
   Y la tercera inyección, y la cuarta, y el quinto siglo, y el sexto; cada vez menos voluntarios, cada vez más niños eternos que implorarán la evasión, el final, el rescate. Será horrenda la cacería. Serán perpetuos miserables.
   Nosotros, no.

¡BASTA!, Pía Barros

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PÍA BARROS, ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género, Asterión, Santiago de Chile, 2011, 155 páginas.
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Pía Barros coordina este proyecto en el que cien escritoras se enfrentan "al desafío de ciento cincuenta palabras como máximo para contar una historia". El resultado: cien reflexiones sobre las múltiples caras de la violencia sexista. 
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¿HENRY GAUTHIER-VILLARS?

   Henry Gauthier-Villars, crítico, artista, músico, escritor importante, según la Wikipedia. Que usó otros seudónimos desconocidos y maravillosos como Henry Maugis, Robert Parville, l’Ex-ouvreuse du Cirque d’été, L’Ouvreuse, L’Ouvreuse du Cirque d’été, Jim Smiley, Henry Willy; pero que además, y por sobre todo, y tal vez solamente, es conocido y aparece en la Wikipedia, porque le robó a su mujer, la gran Colette, sus primeros libros, la serie Claudine, y los firmó con su nombre.

Claudia Apablaza

MÁGICO HISTÉRICO TOUR, Alejandro Bentivoglio

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ALEJANDRO BENTIVOGLIO, Mágico histérico tour, Macedonia, Morón, 2011, 140 páginas.

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ESOS TIERNOS MISERABLES

   Hay mucha gente que no conozco en el pasillo. No viven en ninguna parte del edificio y, de hecho, ni siquiera sé cómo entraron. Aunque me encierre en mi departamento ellos hacen todo el ruido posible. No puedo dormir. Si me voy por la mañana, al llegar la noche siguen ahí. Si me ven haciendo las valijas me piden que me quede. Si no cierro la puerta con llave, se comen todo lo que tengo en la heladera.
   En el trabajo pienso cómo sacármelos de encima. Pero nunca falta alguno de ellos que me llama y me pregunta qué quiero cenar.
   Son esas actitudes, esos gestos de ternura inesperada lo que me impide llamar de una vez por todas a la policía.

AIRE DEL TIEMPO, Alicia Mariño Espuelas

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ALICIA MARIÑO ESPUELAS, Aire del TiempoReino de Cordelia, Madrid, 2013, 128 páginas.
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Las ilustraciones de Miguel Ángel Martín funcionan como la ráfaga que sopla el último detalle de belleza a esta lograda colección de noventa haikus.

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EL PIANISTA

De un lado a otro,
como algas en el mar,
bailan tus ojos.

ETCÉTERA, Luis Alberto de Cuenca

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LUIS ALBERTO DE CUENCA, Etcétera, Renacimiento, Sevilla, 1993, 124 páginas.

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Subtitulado (1990-1992), divide sus contenidos en cuatro secciones: Mi tiempo, La literatura, Nombres propios e Imágenes.  
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DINOSAURIOS

   Antonio Fernández Ferrer ha publicado un libro muy divertido, titulado La mano de la hormiga. A primera vista, cualquiera diría que se trata de una monografía entomológica, pero el subtítulo nos informa del contenido real de la obra: Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas. En la antología de A. F. F. figura un cuento de Augusto Monterroso, el escritor guatemalteco afincado en México. El relato, brevisimo, dice: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí..."
   El cuento de Monterroso presupone un sueño con dinosaurio, algo que, créanme, resulta entrañable. Si hay unos animales que, a partir de su constatación paleontológica a finales del siglo XVIII, ejercen un auténtico poder de fascinación sobre el hombre, ésos son los dinosaurios. Se extinguieron hace sesenta y cinco millones de años y, sin embargo, siguen vivos y coleando en la imaginación de la gente. No hay más que comprobar el éxito que tienen entre los niños, su proliferación en la iconografía de felpa y de peluche y, desde luego, la abrumadora bibliografía juvenil que existe sobre el tema. 
   El cuento que lee todas las noches mi hija Inés antes de dormirse (leer es un decir, porque tiene cuatro años) se titula Tengo sueño, lo cual puede sonar a manipulación por parte de sus padres. Es evidente que preferimos que sea ése el libro elegido, y no, por ejemplo, Tengo ganas de jugar a la pelota o Tengo ganas de tocar el tambor, pero no es menos evidente que lo que a Inés le gusta de Tengo sueño no es su capacidad "‘behaviorista" de cerrarle los ojos con presteza, sino una ilustración en la que la protagonista se ve sumida en una horrible pesadilla con dinosaurio. Después de ver al espantoso tyrannosaurus que obsesiona a la niña del cuento, mi hija pide agua por última vez y se encomienda dócilmente a Morfeo.
   Pensar en dinosaurios relaja mucho más que contar ovejas, se lo aseguro. Si quieren dormir bien, evoquen la silueta de un diplodocus del Jurásico paciendo amablemente en las copas, repletas de piñas y de hojas, del bosque de coníferas que constituye su palacio. O la de ese enorme lagarto alado que los zoólogos llaman pterodactylus, sobrevolando con membranosa elegancia las islas arboladas que constituían el norte de Europa hace ciento veinte millones de años. O la del mucho más reciente triceratops, con su pequeño cuerno en el hocico y sus dos grandes cuernos sobre los ojos, ramoneando apaciblemente en un rincón herboso de lo que ahora es el Canadá. 
   Y si tienen la suerte que Monterroso otorga al personaje de su relato, o sea, si despiertan y el dinosaurio de sus sueños —a ser posible, herbívoro— continúa a su lado, enfrente de su cama, con la minúscula cabeza olisqueando sus sábanas y el gigantesco cuerpo reposando sobre los destrozados tabiques de su casa, invítenlo a desayunar, que en España no habrá vergüenza, pero hay comida para todos.

PARPADEOS, David Slodky

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DAVID SLODKY, Parpadeos, La Aguja de Buffon, San Miguel de Tucumán, 2012, 84 páginas.

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DIBUJITOS

   Escuchan nuevamente los gritos.
   Se miran, calladamente.
   Vuelven la vista a la pantalla. Jerry sigue escapando alegremente de Tom.
   Un portazo. Escuchan llorar a mamá.
   Se ensimisman ahora en el correcaminos que hace beep beep.
   Se abre la puerta.
   —Chicos —dice papá—: mamá y yo tenemos que hablar con ustedes.
   Levantan la vista.
   Mamá tiene los ojos hinchados.
   —¿Puede ser después que terminen los dibujitos? —dice el menor.

CUENTOS SOCIALES DE CIENCIA-FICCIÓN, Juan Rivera Saavedra

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JUAN RIVERA SAAVEDRA, Cuentos sociales de ciencia-ficción, Horizonte, Lima, 1976, 48 páginas.

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EL PRIMER AMANECER

   Después de seis meses de su llegada a aquel planeta, de seis meses de noches interminables, empezó a amanecer.
   Surgió el sol, se agigantó en el firmamento y se fue encendiendo lentamente de un intenso color rojo.
   Era el primer amanecer.
   Abajo, el calor era insoportable. Las pistas empezaron a deshacerse, a correr como agua, y ya nadie pudo caminar sobre ellas. Las casas parecían verdaderos hornos, pero sus ocupantes no se atrevieron a salir por temor a morir quemados.
   El pueblo, entonces, en un arranque de impotencia, maldijo la bomba atómica y la de hidrógeno, por cuya causa se encontraban en otro planeta sufriendo aquel calor inesperado. Mas el sol siguió ardiendo.
   Las casas adquirieron primero un tono amarillo, luego un anaranjado y por último un rojo escarlata.
   El planeta invadido no tardó en convertirse en un infierno dantesco, y los hombres de plástico —que lo habitaban— se desintegraron. 

LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA CUENTOS, Albert Jané

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ALBERT JANÉ, La vuelta al mundo en ochenta cuentos, Edebé, 2002, 145 páginas.

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Albert Jané reescribe ochenta narraciones representativas de los cinco continentes. Las ilustraciones que acompañan a los textos son obra de Judit Morales y Adriá Gòdia.
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EL PEZ ROJO

   Un gran señor encomendó la educación de su hijo a un maestro muy sabio. Pero aquel chico se reveló pronto como un discípulo muy distraído; su maestro no conseguía que fijara su atención en nada de lo que le proponía. Un día, el maestro mandó que encerraran a su discípulo en una sala vacía, un aposento en donde no había más que una pecera llena de agua con un pez rojo.
   —Te dejaré a solas, durante una hora, en esta sala —le explicó el maestro—. Fíjate bien en este pez, porque cuando vuelva tendrás que explicarme lo que hayas visto.
   Al cabo de una hora el maestro volvió y le preguntó qué había observado. El chico. enfurruñado, le dijo:
   —Nada: un pez dentro de una pecera.
   —¿Eso es lo único que has visto? Pues ahora te encerraré tres horas más, para que observes con toda atención.
   Al cabo de tres horas el maestro volvió a entrar y preguntó de nuevo a su discípulo qué había observado. El chico, todavía más enfurruñado que antes, dijo otra vez, en resumidas cuentas, lo mismo: un pez dentro de una pecera.
   —¿Sólo eso? —dijo el maestro—. Ahora estarás seis horas más. Y a ver si te fijas más. Pensando en que si no era capaz de decir nada que hubiera observado, su maestro era capaz de tenerlo todo un día entero encerrado en aquella sala, el chico se puso a observar detenidamente, con toda la atención, los movimientos y las evoluciones del pez dentro del agua, cómo iba hacia una esquina y hacia otra, cómo se detenía, cómo movía las aletas o la cola, o cómo, de pronto, hacía un movimiento repentino, imprevisto, impulsado por no sé qué fuerza. Al cabo de seis horas, cuando el maestro volvió a entrar en la sala y le preguntó qué había observado, el discípulo, llevándose un dedo a los labios, le dijo, en voz baja:
   —¡Pst! ¡Esperad, no hagáis ruido, que todavía no he terminado!

ESCENA DE FAMILIA CON FANTASMA, Julia Otxoa

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JULIA OTXOA, Escena de familia con fantasma, Menoscuarto, Palencia, 2013, 144 páginas.

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LÁMPARA SUIZA

   Cada mañana el señor oscuro se ocupa de la disección del lenguaje sobre la gran mesa de madera de la cocina, bajo la potente luz de la  lámpara suiza. Desnudo, peinado y perfumado, cubriendo gran parte de su níveo cuerpo con el acostumbrado delantal azul ultramar, embutidas sus manos en guantes de látex hasta la mitad de sus brazos, armado de cuchillos, cinta métrica y báscula, y teniendo muy cerca de su mano derecha la bandeja con el instrumental de disección: bisturí, pinzas, tijeras... da comienzo al diario ritual de la metamorfosis, abriendo en canal los párrafos y las frases, deshuesando, con extrema delicadeza, nombres, verbos y adjetivos, desangrando los profundos cauces de su sentido hasta dejar los significados vacíos y pálidos como paisaje de venas  tras el paso de un vampiro. Viene luego el tiempo del limado, limpiado y abrillantado de cada fonema, con el mismo esmero y mesura con los que se maquilla a un muerto.
   Las palabras, entonces, ya anodina masa inerme, linaje de la morgue, pueden ser troceadas al gusto, sus minúsculas partes se unen luego con otras desconocidas surgiendo así sonidos turbadores, extraños, que nadie entiende  pero que engalanan a quien las pronuncia con una suerte de aureola de misterio y sabiduría.

POP PORN, María Paz Ruiz Gil

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MARÍA PAZ RUIZ GIL, Pop porn, Museo de Arte Erótico Americano, Bogotá, 2012, 94 páginas.
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El erotismo de esta colección de microrrelatos fluye acompañado por las ilustraciones de Maldoror (Fernando Maldonado)
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MISS UNIVERSO

   Era de noche en sus entrañas. La oscuridad se había regado por ellas hasta pintarlas por completo de negro.
   Su vientre empezó a amanecer con la luna dentro, de mañana se veía negro, de noche igualmente negro.
   Cuentan que alguna vez hasta cultivó estrellas, pero estaban tan dentro que no las vio.
   Así sumó miles de millones de noches juntas.
   Soñaba. ¡Qué más podía hacer si era de noche!
   Y de su sueño se originó una criatura deforme y sin tiempo que nació para abrazarla, para besarle su cuello y desnudarla para quererla.
   Contrajo un amor mental indescriptible, una viruela celestial que le hizo abrir los ojos y mostrarle un resplandor incandescente. Liberó en ella un calor gaseoso que embriagó todo lo que fue y ha sido negro alguna vez. Su útero se cocinó y se reventó en trozos que viajaron a velocidades dolorosas. quedó extendida y conectada a todas sus partes. Ahora cada vez que su amante viene para amarla se expande. 

BREVIARIO DEL BUS, Luis Pousa

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LUIS POUSA, Breviario del bus, Rey Lear, Madrid, 2013, 120 páginas.

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Preceden a los 25 trayectos en el [auto] bus, las Siete notas breviarias (pp. 9-14) que firma Enrique Vila-Matas. En la cuarta, escribe: "Para Pousa el mejor vehículo para ver pasar el largometraje de lo cotidiano es el autobús porque el coche desbarata la visión del conductor".
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EL TRANVÍA DE LAS SEIS Y CUARTO

   Mario Benedetti, santo laico de las izquierdas latinoamericanas y europeas, dedicó uno de sus claros y hermosos poemas al tranvía de 1929, el vehículo en que cada mañana (a las seis y cuarto, hora extremadamente cruel si es de partida y no de regreso) se embarcaba para asistir a sus clases en la Deutsche Schule de la calle Soriano. Los versos de marras tienen, ya digo, esa claridad casi prosaica que exhiben los poemas de un Bukowski, por ejemplo. Benedetti, que habitaba en unas coordenadas vitales y mentales muy diferentes a las del gran bebedor (y follador) californiano, escribe unos versos limpios, nítidos, casi líquidos, en los que destila episodios de su vida sin mayores coheterías, trazando sobre el papel unas palabras diáfanas y rotundas con la misma (aparente) facilidad con que los grandes futbolistas dibujan sus quiebros con el balón cosido a la zurda. Así nos cuenta Benedetti que en aquel tranvía 36 rojo de la Comercial, a aquella hora “para gente estoica”, sólo viajaban el escolar de nueve años, rumbo a su Colegio Alemán, y “un viejo bajito y honorable siempre de traje oscuro y con barba canosa que leía su diario y jamás me miraba”. Mario descubre luego, gracias a su padre, que aquel señor bajito y honorable era el poeta nacional Juan Zorrilla de San Martín, con lo cual, deducimos con cierto pasmo y asombro que en el habitáculo se incumplían todas las leyes de la estadística (si es que la estadística tiene alguna ley, claro), porque en aquel tranvía colorado se daba la circunstancia de que viajaba prácticamente la historia entera de la poesía uruguaya.
   Pasados los años, el adolescente Benedetti, de visita en la casa museo Zorrilla siente “ganas retroactivas de hablarle/ de sentarme con él/ en el tranvía de las seis y cuarto”.
   Lo que quiere en el fondo Benedetti, claro, es subirse de nuevo a lomos de su infancia, aunque solo sea en forma de tranvía:

“el tranvía sigue galopando en la niebla
con él viejo y yo niño
con él solo y yo solo
pero nunca he sabido qué hacía tan temprano
en el tramo penúltimo de su cándida gloria”.

   Y se arrepiente, como nos sucede en el fondo a todos, por esas preguntas nunca hechas.



101 CUENTOS ZEN, Nyogen Senzaki & Paul Reps

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NYOGEN SENZAKI & PAUL REPS, 101 cuentos zen, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012, 160 páginas.

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Nyogen Senzaki y Paul Reps son los responsables de esta edición que está compuesta por relatos de dos procedencias: el libro Sha-seki-shu ("escrito a fines del siglo XIII por el maestro de zen Muju") y "anécdotas de monjes zen tomadas de varios libros publicados en Japón hacia comienzos del siglo XX"). 
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MISO AGRIO

   El monje cocinero Dairyo, que trabajaba en el monasterio de Bankei, decidió que cuidaría de la salud de su viejo maestro y sólo le daría miso fresco, una pasta de judía de soja mezclada con trigo y levadura que a menudo fermenta. Cuando Bankei observó que le servían un miso mejor que el de sus discípulos, preguntó:
   —¿Quién es hoy el cocinero?
   Dairyo se presentó ante él y dijo a Bankei que, de acuerdo con su edad y posición, sólo debía tomar miso fresco. Así pues, Bankei dijo al cocinero:
   —Entonces crees que no debería comer en absoluto.
   Dicho esto, entró en su habitación y cerró la puerta.
   Dairyo, sentado en el exterior, pidió perdón a su maestro, pero Bankei no le respondía. Durante siete días Dairyo se sentó fuera y Bankeí dentro.
   Finalmente, un miembro del monasterio, desesperado, se dirigió a voz en grito a Bankei:
   —¡Puede que tengas razón, viejo maestro, pero este joven discípulo tiene que comer! ¡No puede seguir sin comida eternamente!
   Al oírlo, Bankei abrió la puerta. Sonriente, le dijo a Dairyo:
   —Insisto en comer lo mismo que el último de mis seguidores. Cuando llegues a ser el maestro, no quiero que lo olvides.

RUBAYAT, Yalal ud-Din Rumí

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YALAL UD-DIN RUMÍ, Rubayat, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Guadarrama, 1996, 200 páginas.
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La selección de los textos y la traducción del persa la firman Clara Janés y Ahmad Taherí. De Janés es también el extenso Prólogo (pp. 7-34) en el que se puede leer: "Los rubayat de Rumi [...] son como chispas, destellos de su sentir amoroso y de su doctrina, breves iluminaciones de puntos esenciales de su credo".
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Por tu amor el mar todo, de arrebato, fluye.
A tus pies derraman perlas las mismas nubes.
Por tu amor un relámpago en el suelo ha caído.
A él se debe el humo que por el cielo huye.

LA EXCEPCIÓN A LA REGLA Y OTROS MICRORRELATOS, Julio Ricardo Estefan

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JULIO RICARDO ESTEFAN, La excepción a la regla y otros microrrelatos, La Aguja de Buffon, San Miguel de Tucumán, 2009, 64 páginas.

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EL ÚLTIMO ACTO

   Cada noche, el mago cerraba su función haciendo desaparecer un pañuelo. En la última función, en vez del pañuelo, desapareció el mago. Hace varios días que nadie sabe nada de él. Una joven guarda en su corazón una promesa de aventuras y de fama, pero quien más lo lamenta es el dueño del hotel y del restaurante del pueblo.

DE LA A A LA Z DE UN PIANISTA, Alfred Brendel

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ALFRED BRENDEL, De la A a la Z de un pianista: Un libro para amantes del piano, Acantilado, Barcelona, 2013, 152 páginas.
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Tomando la estructura de un diccionario como instrumento, Brendel compone unas deliciosas piezas breves que, con la precisión del buen intérprete, emprenden un armónico viaje de reflexiones sobre la música.
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ACORDE

   Un director me dijo un día con toda seriedad: «Cuando un pianista toca todas las notas de un acorde con la misma intensidad, eso significa que posee una buena técnica». No es de extrañar que en su propia interpretación se eche en falta la calidez y el refinamiento.
   Póngase atención a las voces intermedias. Los acordes pueden iluminarse desde dentro.

FÁBULAS, Leonardo da Vinci

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LEONARDO DA VINCI, Fábulas, Gadir, Madrid, 2012, 76 páginas.

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Las Fábulas de Leoanardo sobrevuelan sobre las ilustraciones de Esther Saura Múzquiz.
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LA BOLITA DE NIEVE

   Estaba un puñadito de nieve sobre la cumbre de una roca, que era la parte más alta de una enorme montaña, cuando se puso a pensar y a decir para sus adentros:
   —¿No me juzgarán altivo y soberbio, a mí, pequeño pedacito de nieve, colocado en tan alto lugar que toda la cantidad de nieve que desde aquí veo está más baja que yo? Sin duda mi poca cantidad no merece esta altura, porque desde mi pequeña figura he podido observar lo que el sol hizo ayer a mis compañeras: en pocas horas fueron derretidas por él. Y esto ocurrió porque se colocaron en un lugar más alto al que les correspondía. Yo quiero escapar de la ira del sol, y bajar, y encontrar un lugar conveniente a mi pequeña cantidad.
   Y tirándose, empezó a descender, rodando desde las alturas sobre otra nieve. Cuanto más bajaba buscando su lugar, más grande se hacía, de manera que, al terminar su carrera sobre una colina, vio que era casi tan grande como esta.
  
   Y fue la última nieve que en aquel verano el sol deshizo.

   Esto lo digo para aquellos que, al hacerse humildes, se hacen mejores.
   La bolita de nieve, cuanto más descendió rodando por las montañas nevadas, tanto más multiplicó su magnitud.


GAVILLA DE FÁBULAS SIN AMOR, Camilo José Cela

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CAMILO JOSÉ CELA, Gavilla de fábulas sin amor, Acanto, Madrid, 1991, 214 páginas.

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Organizado en dos trancos, Razón d'amor y La historia Troyana, contiene veinticuatro narraciones felizmente acompañadas por treinta y dos dibujos de Pablo Picasso. 
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LA LAVANDERA

cabelos cortos sobr’ell oreja,
fruente blanca e loçana,
cara fresca como maçana;
nariz egual e dreita,
nunca viestes tan bien feita,
ojos negros e ridientes,
boca a razón e blancos dientes,
labros vermejos non muy delgados,
por verdat bien mesurados;
por la centura delgada,
bien estant e mesurada.

ANÓNIMO, Razón d’amor.

   Eurídice IX (léase nona; no novena ni nueve), esposa del violinista y tañedor de lira Orfeo y nuera, por tanto, de Apolo y de la musa Calíope, murió de mordedura de sierpe cuando, al aire los rosados cueros, la trenza suelta (desnuda en una queça, / lavando a la fontana, / estava la niña loçana, / las manos sobre la treça), lavaba pañuelos en las trágicas y sonoras y frescas aguas del río Hebro, antesala de las calderas de Plutón. Orfeo la rescató de las llamas [Peruzzi. Orfeo y Eurídice. Farnesina Roma] pero, contra lo pactado con Perséfone, reina de las sombras, la miró, inflamado de amor, antes de que saliera de la oscuridad, y la sumió (ya para siempre jamás) en las procelosas tinieblas de Hades, donde aún sigue.
   Orfeo, con el recuerdo de Eurídice IX, la imposible, atenazándole los sentidos, olvidó los deleites y el suave tacto de pescado fresco de la carne femenina, y las mujeres tracias (¡qué malas bestias!), al verse desairadas por el poeta, se vengaron de él descuartizándolo en una juerga y arrojando sus despojos al río, para que los olvidara la corriente.
   Eurídice IX tiene los blondos cabelos cortos sobr’ell oreja, peinados y despeinados con primor; la fruente blanca e loçana, de nácar; la saludable mejilla y la cara toda, fresca como maçana; los ojos negros (quizá azul oscuro) e ridientes; la nariz bien dibujada egual e dreira los dientes blancos; la boca amorosa y a razón (siempre a razón d’amor), y los labros que besó Orfeo, vermejos non muy delgados (por verdat bien mesurados).
   Eurídice IX, con su nombre de yegua inglesa y la larva de la desgracia habitándole (como un huevo del mínimo pájaro que dicen lavanderita) el corazón, fue requerida a amores por el pastor Aristeo proclamado corsario de mozas campesinas e insaciable galán de las praderas de Tracia.
   —Dejad a ese poeta a quien habéis prometido amor, Eurídice IX,  porque él os herirá de fantasía y os matará de hambre. Las tetas de mis cabras os brindan la leche y el queso, el requesón y el Oloroso y dulce quesillo. Todo lo que tengo es vuestro y los dioses verán con benévolos ojos nuestra compañía. Decidme Eurídice IX, la palabra que espero.
   Eurídice IX, recatadamente clavó la mirada sobre la yerba.
   —Olvidad vuestro amor, Aristeo, enterradlo en la más honda sima de la montaña os lo suplico. Amo al hombre a quien prometí amar y preferiría verme muerta a imaginarme infiel. Nada me importan las calamidades que, a su lado, puedan esperarme, y todo, os lo aseguro, absolutamente todo, lo doy por un solo minuto de su presencia.
   El pastor Aristeo, mientras su cómplice el empavorecido lobo gris del monte detuvo, tan sólo unos instantes, su trotecillo cruel, sujetó con ambas manos y ambos pies a Eurídice y la besó en la boca tan prolongadamente que el sol alumbró la escena más de mil veces. Euridice, cuando se vio libre, huyó —veloz como una corza—aguas arriba del Hebro, para que el limpio aire le lavase la suciedad del pecado ajeno.
   Fue entonces cuando, mientras se detuvo a lavar su pañuelo, la sierpe le picó en el pie y Proserpina, aprovechándose de que Eurídice IX estaba como muerta, la arrastró hasta el horno en eternas llamas de Hades, el dios del mundo invisible. El enamorado Orfeo bajó tras la huella del amor (actitud que fue muy criticada por Fedro, el dialéctico, que amaba el amor por el amor y que no había hecho el amor jamás) y rescató a Eurídice IX del fuego eterno. (Su mismo amor, en forma de impaciencia le acarreó la desgracia: ese cuervo que se viste de sombra para seguir al elegido.) 

BESTIARIO MEDIEVAL, Ignacio Malaxecheverría

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IGNACIO MALAXECHEVERRÍA, Bestiario medieval, Siruela, Madrid, 1986, 280 páginas.

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Ignacio Malaxecheverría traduce y edita esta antología con la que se pretende ampliar la consideración de Nilda Guglielmi, para quien un Bestiario sólo es "una obra seudocientífica moralizante sobre animales, existentes y fabulosos". 
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Sirenas

   Dijo Isaías: «Que las sirenas construyan su morada, que los demonios brinquen; que den a luz los puercoespines».
   El moralista enseña que las sirenas son crueles; que viven en el mar, que los acentos de sus voces son melodiosos y que los viajeros quedan prendados de ellas hasta el punto de precipitarse en el mar, donde se pierden. El cuerpo de estas encantadoras es el de una mujer, hasta los senos; el resto recuerda al pájaro, al asno o al toro.
Semejantes son aquellos que tienen dos modos de actuar, los inconstantes. Hay gentes que frecuentan las iglesias sin alejarse del pecado. Tienen la apariencia de la rectitud, pero están muy lejos de lo que parecen ser. Cuando entran en la iglesia, parecen cantantes; después, mezclados con la multitud, se parecen a brutos. Esta especie de gentes participan de las naturalezas del dragón y de la sirena; tienen el poder seductor de los heresiar­cas, que arrebatan el corazón de los inocentes y de los débiles. Dijo Isaías: «Las palabras peligrosas dañan a la naturaleza dé­bil».
Phys. armenio, 126-127

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   Existen en Arabia serpientes aladas llamadas sirenas, que co­rren más que los caballos y, según se dice, también vuelan. Su ve­neno es tan fuerte que la muerte sobreviene antes de que se sien­ta la mordedura.
De Bestiis, 244

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   Las sirenas, dice el Fisiólogo, son unas criaturas mortíferas constituidas como seres humanos desde la cabeza hasta el ombligo, mientras que su parte inferior, hasta los pies, es alada. Melodiosamente, interpretan cantos que resultan deliciosos; así, en­cantan los oídos de los marinos, y los atraen. Excitan el oído de estos pobres diablos merced a la prodigiosa dulzura de su ritmo, y hacen que se duerman. Por último, cuando ven que los mari­nos están profundamente dormidos, se arrojan sobre ellos y los despedazan.
   Así, los seres humanos ignorantes e incautos se ven engaña­dos por las hermosas voces, cuando los encantan las faltas de delicadeza, los rasgos de ostentación o los placeres, o cuando se vuelven licenciosos debido a comedias, tragedias y cancioncillas diversas. Pierden todo su vigor mental, como si estuviesen sumidos en profundo sueño, y, de pronto, el ataque arrebatador del Enemigo cae sobre ellos.
Cambridge, 134-135



LAS SUTILEZAS DEL INIMITABLE MULÁ NASRUDÍN, Idries Shah

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IDRIES SHAH, Las sutilezas del inimitable Mulá Nasrudín, Kairós, Barcelona, 2004, 120 páginas.
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LOS PROBLEMAS DE RETRASO

   El avión cuatrimotor estaba en un apuro y la voz del capitán se oyó por los altavoces:
   —Uno de los cuatro motores está defectuoso, pero no hay peligro. Significará que nos retrasaremos cinco minutos, volando con sólo tres motores.
   Algunos pasajeros estaban un poco alarmados, pero el Mulá, que se hallaba entre ellos, habló tranquilizadoramente:
   —Cinco minutos no son para tanto, amigos. Así que todos se calmaron.
   No obstante, poco después volvieron a oír la voz del capitán:
   —Otro motor está funcionando mal. Podemos arreglámoslas con dos motores, pero significará que llegaremos con media hora de retraso.
   Algunos pasajeros parecían incómodos, pero el Mulá volvió a dirigirse a ellos:
   —¿Qué es media hora, después de todo? ¡Es mejor que ir a lomos de burro!
   Los pasajeros aceptaron esta filosofía y volvieron a acomodarse en sus asientos.
   Apenas había transcurrido otra media hora, cuando oyeron de nuevo la voz del piloto:
   —Siento tener que informarles que se ha estropeado un tercer motor. Llegaremos a nuestro destino con una hora de retraso.
   Mulá Nasrudín dijo:
   —Esperemos, por lo menos, que el último motor no se estropee, ¡o nos pasaremos el día aquí arriba!

AROMAS, Philippe Claudel

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PHILIPPE CLAUDEL, Aromas, Salamandra, Barcelona, 2013, 160 páginas.

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Claudel compone un sutil catálogo de sesenta y tres narraciones que indagan en la memoria desde el olfato: comienza el camino en Abeto y, lamentablemente, halla término en Viaje.  
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AJO

   Primero, el cuchillo trocea el diente. Un cuchillo afilado tantas veces que su hoja recuerda una luna creciente muy fina. El mismo cuchillo que mi abuela —apodada la Pulga, aunque sea bastante corpulenta— hunde ante mis ojos con un movimiento preciso, sin piedad, en el cuello de los conejos para que se desangren. Y0 nunca aparto la vista, porque prefiero esa muerte limpia a la hipocresía del palo que utilizan algunos para acabar con el animal. Mi padre lo hace del mismo modo: No me pierdo ninguna ejecución. Me gusta especialmente el momento en que, tras hacer pequeños cortes alrededor de las patas, vuelve la piel de un tirón, como si fuera un calcetín, y la separa del cuerpo de azulado marfil. En los dientes de ajo, que desnudos parecen caninos de animales salvajes, el arma del crimen talla minúsculos cubos nacarados y un poco pegajosos, a los que no les da tiempo a despedir su olor, porque mi abuela los echa enseguida a la negra y abollada sartén, sobre el bistec que ya chisporrotea en ella. Explosión. Humareda de fragua. Picor de ojos. La cocina de la pequeña casa del número 18 de la rue des Champs Fleury desaparece en una nube. Salivo. Olor a ajo, mantequilla que hierve y carne, cuya sangre y cuyos jugos se transforman en delicioso caldo al contacto con la grasa fundida. Espero sentado a la mesa. Con un vacío en el estómago. Con un cubierto en cada mano. Con un paño blanco anudado al cuello. Los pies aún no me llegan al suelo. Soy Pulgarcito, pero me he convertido en el ogro del cuento. Tengo toda una vida por delante. Mi abuela hace salir la humareda de figón por la ventana que da al corral y pone en mi plato de vieja porcelana, que me encanta, con sus desconchaduras y sus imágenes de caza, el bistec que esa misma mañana hemos comprado en la carnicería del Petit Maire, en la me Carnot. Los cubos de ajo se han apergaminado. Unos se han vuelto rojizos, otros han adquirido un color sepia y algunos un tono caramelo, pero, sorprendentemente, los hay que han conservado su blancura nívea. Juntos, obran sobre el caliente y dorado filete un sutil milagro. Mi abuela remata la faena cortando con sus tijeras negras de coser un poco de perejil muy fino, que cae sobre la carne, dándole un aroma de hierba fresca. Luego me mira sonriendo.
   —¿Tú no comes? —le pregunto.
   —Verte comer a ti me alimenta —responde. Murió cuando yo tenía ocho años.


LIBRO DEL DESASOSIEGO, Fernando Pessoa

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FERNANDO PESSOA, Libro del desasosiego, Seix Barral, Barcelona, 2010 (2008), 432 páginas.

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Dietario inédito hasta 1982, el Libro del desasosiego constituye uno de los mayores legados de Pessoa. En la nota preliminar a esta edición, Pilar Gómez Bedate destaca la magnífica labor filológica de Ángel Crespo, quien "dejó fijado para siempre [el] Libro del desasosiego con la admirable prosa de la traducción en que le dio vida por primera vez en español y que —junto con la estructura dada a los textos—lo ha convertido en un clásico moderno."

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He construido, mientras me paseaba, frases perfectas de las que después no me acuerdo en casa. La poesía inefable de esas frases no sé si será parte de lo que fueron, si parte de no haber sido nunca (escritos).
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Las cosas claras consuelan, y las cosas al sol consuelan. Ver pasar a la vida bajo un día azul me compensa de muchas cosas. Olvido indefinidamente, olvido más de lo que podía recordar. Mi corazón translúcido y aéreo se penetra de la suficiencia de las cosas, y me basta mirar cariñosamente. Nunca he sido yo otra cosa que una visión incorpórea, desnuda de toda el alma salvo un vago aire que pasó y veía.
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…la tristeza solemne que habita en todas las cosas grandes —en las cimas como en las grandes vidas, en las noches profundas como en los poemas eternos.
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LETANÍA
Nosotros no nos realizamos nunca.
Somos un abismo que va hacia otro abismo —un pozo que mira al Cielo.

LAS OTRAS CRIATURAS, Eugenio Mandrini

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EUGENIO MANDRINI, Las otras criaturas, Menoscuarto, Palencia, 2013, 120 páginas.

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PRUEBA DE VUELO

   Si evaporada el agua el nadador todavía se sostiene, no cabe duda: es un ángel.

90 CLÁSICOS DE LA LITERATURA PARA GENTE CON PRISAS, Henrik Lange

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HENRIK LANGE, 90 clásicos de la literatura para gente con prisas, Ediciones B, Barcelona, 2009.  

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Lange ofrece en sus síntesis muchas veces desmitificadoras, una aproximación lúdica a 90 obras que resultan indispensables en la biblioteca de un autoproclamado lector inteligente.
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El lobo estepario, 1928
Hermann Hesse, 1877-1962


EL BARCO DE CHOCOLATE, Cristina Norton

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CRISTINA NORTON, El barco de chocolate, Editorial Juventud, Barcelona, 2012, 64 páginas.

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Subtitulado Cuentos para niños y no tan niños contiene doce relatos ilustrados por Danuta Wojciechowska.
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EL CUENTO LARGO

   Érase una vez un cuento muy largo, tan largo que nadie lo quería contar.
   Vivía en un rincón de la biblioteca, muy triste de que nunca le prestaran atención.
   A veces, cuando venían amigos a la casa y decidían leer alguna historia para entretenerse, el cuento se erguía cuanto podía para conseguir que lo viesen. Pero si un niño decía:
   —Ese, ese no lo conozco.
   Rápidamente otro respondía. 
   —No, ese no, que es muy largo.
   Y el cuento volvía a acurrucarse lleno de pena y se tapaba los oídos, pues le costaba aceptar que los niños fueran más felices leyendo otra historia. 
   Los días y las semanas iban pasando, y él, para entretenerse, recordaba el tiempo que había pasado en una pequeña librería de barrio.
   Aquel lugar era oscuro, pero había luz suficiente para poder ver el brillo de las tapas de los libros, leer las letras doradas de las grandes encuadernaciones y hojear con cuidado los ejemplares más raros.
   Todo allí transmitía paz. Era como si el mundo, que transcurría veloz al otro lado de la puerta, hubiese abierto un paréntesis en aquel lugar. 
   En las páginas de las novelas se podían vivir mil vidas, y otras tantas en las de los manuales de historia. Utilizando la imaginación, uno podía colarse en aquellos libros y convertirse en cada uno de sus personajes.
   En aquella librería el cuento largo se sentía importante. Las personas lo cogían y giraban sus páginas, reconfortándole con el calor de las manos. 
   Y aunque estaba siempre a la espera de que alguien lo comprase, al menos no tenía la impresión de que lo dejaban de lado. Ahora, en cambio, olvidado en una estantería, ¿quién iba a saber todo lo  que tenía por contar? El cuento lo  había escrito, con mucho cariño, una vieja señora que vivía en una casa de montaña, rodeada de árboles y alejada del resto de aldeanos. La escritora tenía muchos nietos, a los que veía menos de lo que le gustaría, pues vivían en la ciudad, donde  sus padres trabajaban y ellos iban a la escuela. Como no tenía otra compañía que la de un perro muy peludo, disponía de todo el tiempo del mundo para escribir largos cuentos que después dedicaba a sus nietos. De esa manera, se sentía un poco más cerca de la familia.

   El cuento miró distraídamente hacia el calendario y vio que ya había pasado un ano desde que fue regalado al niño de la casa. Desde entonces, nadie lo había vuelto a abrir. 
   Se sintió tan triste que, por primera vez en su vida de libro, empezó a llorar. 
   Lo que él no sabía era que sus lágrimas, al caer, habían empezado a borrar las letras y que, cuanto más lloraba, más se hacía pequeño. 
   De repente, una niña entró en la habitación y, gritando, llamó a los otros;
   —¡Venid, rápido! ¡Mirad qué pequeñito se está quedando aquel libro, se esta deshaciendo! ¡Deprisa, vamos a buscarlo antes de que desaparezca! 
   Y el cuento largo, que ahora, de pronto, era corto, se quedó tan sorprendido cuando los niños lo sacaron de la estantería y comenzaron a leerlo, que dejó de llorar. 
   Todos descubrieron que se había transformado en un cuento muy bonito, y desde ese momento pasó a ser el libro más reclamado. 
   Fue traducido a todas las lenguas del mundo, y niños de todos los países, razas y religiones lo leyeron con alegría y admiración.


NUEVOS AEROLITOS, Carlos Edmundo de Ory

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CARLOS EDMUNDO DE ORY, Nuevos Aerolitos, Ediciones Libertarias, Murcia, 1995, 76 páginas.

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Los árboles son las estatuas del viento.
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Amnesia crónica del hombre: olvida que es un gusano.
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Hago el silencio a gritos.
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Alguien comparó la escritura japonesa con la lluvia.
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Escaparme una de estas noches, en camisón, de la cama de hospital del mundo.
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El dolor que nos duele no sabe que es dolor que está doliéndonos.
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Sin previo silencio las palabras no suenan.
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Siento nostalgia de la llaga, herida tan bella, mirando en el sitio la cicatriz perdurable.

EL AFORISMO ESPAÑOL DEL SIGLO XX, Erika Martínez

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El aforismo español del Siglo XX, Espasa, Madrid, Septiembre, 2013, nº 801, 36 páginas.

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Erika Martínez es la encargada de la coordinación de este necesario monográfico, El aforismo español del siglo XX, que se cierra con una valiosísima Bibliografía citada (p. 36).
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ALEXIS GROHMANN: Nigel Dennis, in memoriam  [2]
ERIKA MARTÍNEZ: Ideas en desbandada. Notas sobre el aforismo contemporáneo  [3]
SEBASTIAN NEUMEISTER: Baltasar Gracián, fundador del aforismo moderno  [7]
JOSÉ RAMÓN GONZÁLEZ: Fragmentos de razón: el aforismo español en la primera mitad del siglo XX  [10]
MANUEL NEILA: Retablillo de aforistas  [13]
JUAN VARO ZAFRA: El andarín en su órbita. Los aforismos de Juan Ramón Jiménez entre 1919 y 1936 [16]
IOANA ZLOTESCU SIMATU: "La realidad tal como no es". Breves apuntes en torno a la visión greguerística de Gómez de la Serna  [19]
MARINA BIANCHI: Mythos y logos: leyendo los sofismas de Vicente Núñez desde la filosofía [21]
AZUCENA GONZÁLEZ BLANCO: Aforismo y paradoja: el caso de Carlos Pujol [25]
JAVIER PERUCHO: El ateneo, hogar de las musas menores [27]
ERIKA MARTÍNEZ:  Poéticas del aforismo español actual [30]

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Detrás de cada aforismo, de la coraza de acero que cubre cada aforismo, se esconde una idea desnuda. 
Manuel Neila
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Imaginar que bajo el mar existe otro mar, y otro, y otro, y que morir no es una cuestión de fondo.
Ramón Eder
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No le pregunto a mi mirada si me engaña. Le pregunto si me engaña bien.
Lorenzo Oliván