JAZZ EN EL DESPACHO DE HITLER, Plàcid García-Planas

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PLÀCID GARCIA-PLANAS, Jazz en el despacho de Hitler, Península, Barcelona, 2010, 278 páginas.

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Este volumen subtitulado Otra forma de ver las guerras recoge las crónicas enviadas para el periódico La Vanguardia. García-Planas obtuvo el Premio Godó de Periodismo de Investigación y Reporterismo. Sorprende cómo algunas veces la mejor literatura nace de la urgencia.
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MADRID, BARÇA, YIHAD

   Azhar Hanani jugó al fútbol con la peña. Después del partido, se ajustó un pesado cinturón debajo de su camiseta del ReaI Madrid y se fue colina arriba. A explotar su cuerpo en el asentamiento judío de Elon Moreh.
   Quiso morir así. A los diecisiete años. Tras un partido de fútbol. Matando al enemigo con su camiseta blanca.
   —Fue el 29 de mayo de 2002. El viernes hizo siete años. Mató a tres o cuatro judíos —comenta Yusuf Abu Amar en su farmacia, llamada The Antidote Pharmacy. 
   Yusuf se graduó en Farmacia por la Universidad Católica de Lovaina, es imán y se sabe el Corán de memoria.
   —Aquí —dice— nunca habrá paz.
   Azhar fue el primer shahid de Bet Furik, el primer mártir del islam en este pueblo palestino de una Samaria con monumentos a Sadam en unas colinas e iluminados colonos hebreos en las de enfrente. Todos en Bet Furik admiran profundamente su acción: tres o cuatro colonos menos. Y el equipo local lleva hoy su nombre: Fútbol Club Azhar.
   Un año después se explotó Habash Hanani, primo de Azhar y alma culé. Porque todos en Bet Furik —ayer territorio Al Fatah y hoy punta de lanza de Hamas en Cisjordania— son del Barça o del Madrid. De los trece shabides que ha dado el pueblo, siete eran fanáticos del balón: cuatro culés y tres merengues.
   —No somos terroristas. Esto no nos gusta. Sólo defendemos nuestros derechos. No odiamos a los judíos porque sean judíos —asegura el madridista Omar Abed al Rauf, jeque de la mezquita.
   —¿Qué le diría a su hijo si un día le expresa el deseo de matar y matarse con una bomba? —le pregunto al jeque.
   —No lo apoyaría. Pero tampoco se lo impediría —contesta. Es la misma respuesta que el jeque da a la pregunta de qué le diría a su hijo si se hiciera del Barça: que elija su propio camino.
   En la cancha de fútbol, con los asentamientos judíos donde murió Azhar recortando el perfil de las colinas, los culés y los merengues del pueblo —algunos unidos por estudiadas barbas— le dan esta tarde al balón. Y, sorprendentemente, uno de los culés escoge una palabra hebrea para reflejar lo que sienten cada vez que el Barça —el de verdad— salta al campo: bemetaj, algo así como el corazón en un puño.
   —¿Qué pone ahí? —le pregunto a un chico con un escrito en árabe estampado en su camiseta de fútbol.
   No me lo dice: un adulto le indica que no me lo diga.
   —Cuatro shabides de Bet Furik eran del Barça y tres del Madrid... ¿Es una competición? —le pregunto a un jugador culé llamado Mohamed.
   —No... salió así... —Y todos los jugadores sonríen.
   —¿Cuál es tu sueño? —le pregunto para ir más allá del fútbol, para que me hable de un futuro quizá de paz...
   —¿Mi sueño?... Jugar un día en el Barça —responde.
   —El primer shahid era del Madrid y se fue con la camiseta puesta —le comento a un merengue que también se llama Mohamed.
   —Sí. Madridista hasta el final. Estamos muy orgullosos.
   —¿Harías tú lo mismo?
   —No. Porque tengo familia y porque no somos mártires por ser mártires. Amamos la vida.
   Nadie sabe si Habash Hanani, el segundo mártir del pueblo, se explotó entre civiles con la camiseta azulgrana puesta. En la casa familiar, su hermano Maizan enumera las estrellas del Barcelona que más fascinaban al shahid...
   —¿Qué crees que piensan los jugadores del Barça de la inmolación de tu hermano?
  —Tienen que entender que estamos bajo una ocupación. No podemos mirar sólo al Barça y olvidarnos de nuestra gente.
   Maizan muestra una foto de Habash con dos amigos, todos en plan pose con gafas de sol y una playa tropical photoshop detrás.
   —¿Dónde está ahora Habash?
   —En el Paraíso. Eso seguro —contesta Maizan con sus hermanos pequeños dando vueltas por el sillón disparándose con pistolas de juguete.
   Yusuf describe cómo —según el islam— Azhar vive ahora en el Paraíso: su cuerpo tiene quince metros de altura, potencia eterna y, «para empezar», decenas de vírgenes a su disposición.
   En Bet Furik se saben de memoria cada alineación del Barça y del Madrid. Con más exactitud que otras alineaciones. Porque, en contra de lo que recuerdan el imán y el jeque, Azhar no murió en el año 2002: murió en 2003. No murió el 29 de mayo: murió el 30 de abril. Y, en contra de lo que todos creen en el pueblo, no murió matando a ningún judío. Ni siquiera llegó a apretar el interruptor de su cinturón: fue acribillado por el ejército israelí antes de traspasar la valla de Elon Moreh.
   Lo que sí saben con certeza es que Azhar se fue con la camiseta blanca. Que cuatro shahides eran superculés y tres supermerengues. Y que, en las inciertas colinas de Samaria, los culés han ganado esta tarde por esa misma proporción —cuatro a tres— en el clásico de Bet Furik.
  —Aquí todo esto es normal —dice el imán-farmacéutico en The Antidote, explicando satisfecho que se ha echado una novia marroquí por Internet.

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