SEGUNDO ABECEDARIO, José Jiménez Lozano

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JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Segundo abecedario, Anthropos, Barcelona, 1992, 272 páginas.

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Según los periódicos, en el entierro de Cortázar, alguien dijo que «habría que hacer una manifestación contra la muerte»; y hay un verso de Guillén, que también ha muerto un día de estos, que dice:

Muerte, para ti no existo.

Pero estas protestas ya van siendo raras: los hombres de esta civilización nuestra aceptan, cada vez de modo más resignado e incluso más tranquilo, la muerte y su señorío universal: como algo obvio y trivial. Esta es la hora del memento mori científico o de salón: el hombre acepta su fin como si se tratase del final del verano, pero sin siquiera su melancolía.

Es terrible esta gran sumisión al imperio de la muerte de esta nuestra cultura. Hay como una extraña alegría democrática de que todos vayamos al hoyo. Debe de ser la pasión por la igualdad, como a fines de la Edad Media o en el Barroco: un trompe l’oeil del peor conservadurismo.

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El filme original o master o banda original de la Juana de Arco de Dreyer acaba de encontrarse, cuando se creía perdida... en un asilo psiquiátrico danés.

Es todo un símbolo. ¿Dónde podría haber quedado de mejor manera a salvo? ¿Dónde podrían también esconder mejor Juana y el propio Dreyer su mundo interior que entre los totalmente marginales y marginados?

LOS SERES IMPOSIBLES, Antón Castro

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ANTÓN CASTRO, Los seres imposibles, Destino, Barcelona, 1998, 184 páginas.

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LA DAMA INVISIBLE

   El suyo era un amor sin nombre. Se había perpetuado en el rocío de los mirtos, en los aleros de los edificios y en el cauce del río. Nadie la conocía pero adivinaban su llanto en la catedral a medianoche, presagiaban las amapolas de ceniza de sus ojos y su destino de peregrina invisible por callejas sombrías y por los patios donde el agua abastecía los rosales. Cuando las campanas se deshacían en llanto en Albarracín, la gente afirmaba que era ella quien plañía, o si la lluvia azotaba las murallas y crujía pesadamente en las rejas oxidadas, nadie dudaba de que era la dama en un arrebato de cólera. El cielo se estremecía de estrellas a su paso y los pregoneros, en el centro de la plaza, evocaban un pasado de caballos, de espadas y de linajes. Nadie se atrevió jamás a nombrarla y sólo un joven, un ciego de pedir por puertas, creyó verla en la ribera del río en una noche de luna, desnuda de asombro, con el cabello negrísimo y blanca.

CUENTOS CON CORAZÓN, Varios Autores

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VARIOS AUTORES, Cuentos con corazón, Ediciones B, Barcelona, 2005, 224 páginas.

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En el Prólogo (p. 7) Belén Rueda explica el origen de este ilusionante proyecto de Menudos Corazones (Fundación de ayuda a los niños con problemas de corazón). En el Epílogo (p. 217) María Escudero Espinosa de los Monteros, Presidenta de la Fundación reparte muestras de gratitud, en particular a los músicos del grupo A Contraluz impulsores de otros proyectos. En medio, los textos de múltiples escritores organizados en diversos bloques atendiendo a la edad de los destinatarios.  
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HABÍA UNA VEZ UN SULTÁN

   Había una vez un sultán, que tenía tres hijas, y un día entre los días, se le ocurrió vender la gasolina en eu­ros a todo el mundo, ¡ay!
   ¿Por qué ¡ay!?
   Porque los que, hasta ese día, que­rían gasolina, le tenían que dar la mi­tad a los dueños de la máquina de ha­cer dólares, que estaban en Estados Unidos.
   Ellos hacían sus dibujitos en sus papeles verdes, y, ¡hala!, todo el mundo a darles la mitad de lo que se compraba con sus papeles.
   Entonces los dueños de la máquina de hacer dólares, se enfadaron mu­chísimo, y les salía la espuma por la boca de rabia.
   Y eso que eran riquísimos.
   Y eran siete, y cuatro querían ha­cer la guerra y decirles a todos que la culpa era del sultán.
   Pero los otros tres pensaban que era mejor casarse con las tres hijas del sultán y quedarse a vivir en su pa­lacio.
   Y quedaron de acuerdo en eso.
   Pero no pudo ser porque las hijas del sultán no les quisieron.
   Y los dueños de la máquina de ha­cer dólares se compraron todas las televisiones y todos los periódicos, y dijeron que el sultán quería matar a todos los americanos y a todos los ru­sos, ya todos los árabes.., y envene­nar todo el planeta...
   Pero los europeos que tenían la máquina de hacer euros no se lo cre­yeron.
   Y mandaron a sus periodistas, pero los de la máquina de hacer dólares se enfadaron porque iban a descubrir­los, y mandaron matarlos.
   Y, bueno, hicieron la guerra, y como tenían mucho dinero también compraron a algunos traidores euro­peos, y mataron a mucha gente, y los llamaron terroristas, y rompieron las casas y los hospitales y dejaban sin beber y sin comer a toda la gente.
   Pero las tres hijas del sultán se es­caparon con sus maridos y su niños y se fueron a vivir a Suiza, que está muy limpia, y tienen buenos quesos y sitios para esquiar.
   Y, a los chinos de la China, se les ocurrió hacer una moneda para todo el planeta, que fuera de todos, y así ya no hubiera más guerras por eso.
   Y los dueños de la máquina de ha­cer dólares se murieron rabiando, y tuvieron que reencarnar de cocodri­los con reúma. En un sitio apestoso, contaminado de gasolina.
   Hasta que por fin pudieron morirse otra vez y ser felices. Allá en el cielo, con todos los muertos de la guerra que ya les habían perdonado, y lleva­ban muchísimos años pasándoselo requetebién.



Ángel Luis Cancela

AFORISMOS, Voltaire

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VOLTAIRE, Aforismos. Extraídos de la correspondencia., Hermida Editores, Madrid, 2013, 150 páginas.

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La traducción y las notas son de María Teresa Gallego y Amaya García, que organizan alfabéticamente el tomo, atendiendo al destinatario de las cartas del autor.
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Si se pretende causar daño con una obra, debe ser buena en sí y cubrir el veneno con flores.
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Soportad la vida; bien sabéis que muy pocos disfrutan de ella.
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No hay que pensar sino en vivir con uno mismo y con sus amigos; y no crearse una segunda existencia, muy quimérica, en la mente de los demás hombres. La felicidad o el dolor son reales; y la reputación no es sino un sueño.
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Sólo hay dos cosas que puedan hacerse en este mundo: tener paciencia y morirse.
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Cuanto más y enfermos estemos, más debemos reírnos. La decrepitud es triste en exceso.
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El mal tiene alas y el bien va a paso de tortuga.
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Los animales tienen una gran ventaja sobre la especie humana: se mueren sin sospechar que se mueren.

MONÓLOGOS DE LA VAGINA, Eve Ensler

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EVE ENSLER, Monólogos de la vagina, Emecé, Barcelona, 2005, 122 páginas.

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En el Prólogo (pp. 7-17) Gloria Steinem señala que "el valor de Monólogos de la vagina va más allá de purgar un pasado repleto de actitudes negativas". En la Introducción  (pp. 19-24) es la propia autora la que justifica con elocuencia y rabia su proyecto: "Digo "vagina" porque he leído las estadśiticas, y les están ocurriendo cosas malas a las vaginas de todas partes: 500 000 mujeres son violadas todos los años en Estados Unidos; 100 millones de mujeres han sido mutiladas genitalmente en todo el mundo; y la lista continúa".   
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VERDADES SOBRE LA VAGINA

   En un proceso por brujería celebrado en 1593, el inquisidor (Un hombre casado) por lo visto descubrió un clítoris por primera vez. Lo identificó como una tetilla de diablo, prueba concluyente de la culpabilidad de la bruja encausada. Se trataba de «un pequeño bulto de carne, con forma protuberante como si fuese una tetilla, con una longitud de media pulgada» que el carcelero, «al percatarse de él a primera vista, no quiso revelar, pues se hallaba junto a un lugar tan secreto que no era decente mostrar. Finalmente, sin embargo, reacio a ocultar un asunto tan extraño», se lo mostró a diversos circunstantes. Dichos circunstantes jamás habían visto nada igual. La bruja fue declarada culpable.

The Woman’s Encyclopedia of Myths and Secrets.

SINIESTRAS AMADAS, Jack Mircala

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JACK MIRCALA, Siniestras amadas, Sins entido, Madrid, 2008, 128 páginas.

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Sirve el subtítulo de este delicioso volumen (lamentablemente, agotado), 22 delirios necro-románticos de Edgar Allan Poe, para aproximar al lector a su contenido: Jack Mircala homenajea a Poe componiendo con su técnica habitual los retratos escénicos de estos emblemáticos personajes femeninos ya universales. También es Mircala el responsable de la traducción de los poemas o relatos que protagonizan.   
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ADELINE

Tan dulce la hora, tan sereno el tiempo,
siento que es casi un crimen,
cuando la Naturaleza duerme y los astros están mudos,
alterar el silencio tan siquiera con un laúd.
Apoyada en los brillantes pilares del océano,
una imagen del Elíseo descansa;
siete Pléyades extasiadas en el Cielo,
forman en el abismo otras siete;
Endimión, saludando desde arriba,
ve en el mar un segundo amor;
en los valles umbríos y pardos,
y en la espectral cumbre de la montaña,
la luz fatigada va declinando;
y tierra, y astros, y mar y cielo,
están perfumados de sueño, como yo
estoy perfumado de ti y de
tu cautivador amor, mi Adeline.
Pero escucha, ¡oh, escucha!, tan suave y leve
fluirá esta noche la voz de tu amante
que, sobresaltada, tu alma tomará
mis palabras por la música de un sueño.
Así, mientras que ningún sonido demasiado brusco
perturbe tu descanso,
nuestros pensamientos, nuestras almas, ¡oh, Dios en lo alto!,
en cada acto se fundirán, mi amor.



UN VIEJO ESTANQUE, Frutos Soriano & Susana Benet

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FRUTOS SORIANO & SUSANA BENET, Un viejo estanque, Comares, Granada, 2014, 192 páginas.

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En el Prólogo, que firma el gran conocedor Fernando Rodríguez-Izquierdo, queda patente su admiración ante la variedad y calidad de los cultivadores españoles de haiku recogidos en esta Antología de haiku contemporáneo en español, que arranca de la A de Sergio Abadía y alcanza hasta la Zeta de Mercedes Zayas. En la senda: Jesús Aguado, Verónca Aranda, José Cereijo, Isabel Escudero, Andrés Neuman, Miguel D'Ors, Unberto Senegal, Andrés Trapiello y tantos otros.

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Pelo patatas.
Del día solo quedan
mondas de hastío.

Susana Benet

PRÍNCIPE BUSCA PRINCESA, Lorena Díaz Meza

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LORENA DÍAZ MEZA, Príncipe busca princesa, Sherezade, Santiago de Chile, 2012, 62 páginas.

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ARROZ CON LECHE

   Príncipe busca muchacha para vivir un cuento de hadas. Las interesadas deben cumplir con los siguientes requisitos: ser hermosas, tener pies pequeños, tez blanca como la nieve, saber labores domésticas y en lo posible ser huérfana o cargar con un pasado tormentoso (para sentir que casarse con el príncipe fue lo mejor que le podía pasar). Interesadas llamar a palacio pasadas las diez de la mañana, antes, el príncipe duerme. A cambio se ofrece estabilidad económica, ser llamada princesa y la frase Vivieron felices para siempre de adorno para la puerta de entrada. 

CANCIONES DE AMOR Y DE LLUVIA, Sergi Pàmies

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SERGI PÀMIES, Canciones de amor y de lluvia, Anagrama, Barcelona, 2014, 160 páginas.

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EL TIEMPO

   Con chaqueta de camuflaje y botas altas, avanzas sin hacer ruido. Observas todo lo que se mueve con mirada de experto. No tienes miedo. En el morral, llevas una pistola y un puñal, aunque prefieres utilizar la escopeta, que te permite avanzar con el cañón abriéndose paso entre las ramas y los zarzales. En casa, guardas fotografías y recuerdos de esas salidas: una imagen en la que se te ve con las manos arañadas tras estrangular a un día o, colgada en la pared, una semana disecada, tan inexpresiva como en el momento de pegarle dos tiros entre el miércoles y el jueves. No sabes qué puedes encontrar pero tienes suficiente experiencia para intuir el peligro. Te reconforta volver a vivir esa sensación de inminencia. La descubriste hace muchos años, cuando apenas eras capaz de matar una hora o una tarde (luego llegaron los días, las semanas, los meses). A medida que sigues avanzando, sitúas la escopeta en poslclon de disparo. Sientes la frialdad de la culata, la tirantez del gatillo y te preparas para el impacto, siempre sorprendente, del retroceso. Adivinas el aliento de la presa mientras calculas sus dimensiones. De nuevo, reconoces la responsabilidad y el riesgo, el vértigo de saber que en ese paisaje definitivamente íntimo, sintiendo la humedad del suelo bajo las botas, o disparas y matas el tiempo o el tiempo te mata a ti.

EL SIGLO DE LA GRAN PRUEBA, Jorge Riechmann

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JORGE RIECHMANN, El siglo de la gran prueba, Baile del Sol, Tegueste, 2013, 166 páginas.

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   Un espacio señero de resistencia se abre hoy si uno se hurta al atiborramiento. Y lo mejor de estas prácticas emancipatorias “nuevas”, del tipo de dejar de comer carne, apagar las pantallas o vivir más despacio, es que están al alcance de cualquiera que se las tome en serio, aquí y ahora. No requieren ninguna inversión adicional de recursos escasos, en la medida en que son prácticas de austeridad que lo que hacen es precisamente liberar recursos escasos. 
   No se trata del conocido eslogan que paren el mundo, que me quiero bajar: sino, antes bien, porque quiero vivir de verdad en este mundo, es de la Megamáquina de donde he de apearme.
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   Cuando estés repitiendo tu itinerario acostumbrado, repetido mil veces y automatizado hasta la indiferencia, recuerda: hay siempre varios trayectos posibles para llegar a un lugar, y ahora mismo podrías estar explorando la calle de al lado.
   El arte es una navaja multiusos: gran cantidad dc errores y malentendidos se derivan de la suposición de que es sólo un martillo, o sólo un abrelatas, o sólo un destornillador...
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   Bueno es aspirar a lo bueno. Pretender lo perfecto es totalitario.
   «No se puede perder el tiempo en ser moderno cuando hay tantas cosas más importantes que ser», escribió muy atinadamente Wallace Stevens. Hoy, casi medio siglo después de su muerte, completaríamos: no se puede perder el tiempo en ser posmoderno...
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   Hay que seguir defendiendo el uno por ciento. El uno por ciento de comportamiento racional en la conducta humana, el uno por ciento de la poesía en la suma de lo que lee la gente, el uno por ciento de las ideas igualitarias y ecologistas entre la masa de creencias políticas del personal... Hay que seguir defendiendo el uno por ciento, sin amargura y sin desmayo.
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   La experiencia —de un lugar, de una persona, de un texto— requiere tiempo. En nuestras sociedades tardocapitalistas, la gente quiere experiencias, muchas experiencias (pues ¿cómo si no dar sentido a un mundo privado de trascendencia?): pero no se permiten —o no pueden permitirse, en muchos casos— el tiempo necesario para ellas. Como en otros ámbitos de nuestra neurotizante vida contemporánea, el deseo sólo puede ser frustrado.
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   El coche atropelló al gatito. A la mañana siguiente, en la estrecha carretera de montaña, el autobús esquivó a la tortuga.
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   No desconocer el horror, no apartar la vista, sería la primera regla. Pero la segunda me parece aún más importante: no situarlo imaginariamente fuera de nosotros. Ser capaz de reconocerlo ahí donde se encuentra: en el atrio de tu corazón.

ADIÓS AL FÚTBOL, Valerio Magrelli

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VALERIO MAGRELLI, Adiós al fútbol, Xordica, Zaragoza, 2013, 128 páginas.
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Noventa textos, uno por minuto, recogen distintas reflexiones y anécdotas durante las páginas de este partido: en ellas, ajenos al marcador, juegan los recuerdos de una vida bajo el escudo de la literatura y el fútbol.
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28'

   Él no era irlandés, pero lo parecía. De pelo rojo, aspecto de anciano, trabajaba de vigilante de la pisclna municipal, y aún no había aprendido a hablar italiano. Era Rudi Volk, el antiguo goleador de la A.S. Roma Calcio, autor del gol decisivo en el primer derbi contra la Lazio. Hablo de los años veinte. Pero un tío mío me había regalado un libro con toda la historia de su amado equipo, y por eso lo reconocí. Eludía el tema, pero no había duda de que le alegraba que un chavalín se acordara de su pasado. El goleador en la taquilla: otra imagen tremendamente insólita, de memento mori, que nunca he sido capaz de olvidar.

UN ELEFANTE EN HARRODS, Francisco Rodríguez Criado

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FRANCISCO RODRÍGUEZ CRIADO, Un elefante en Harrods, De La Luna, Mérida, 2006, 88 páginas.

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LA IRA DE ZEUS

   Atraído por mis crónicas sobre la Grecia moderna y el aroma de mi café expreso, Zeus visitaba mi casa al menos una vez por semana. Nada más cruzar el umbral dejaba su terrible rayo en el paragüero del vestíbulo y, sonriendo, su famosa águila posada en el hombro, venía hacia mí con los brazos abiertos. Era un tipo afable y locuaz, aunque con mucho carácter. (Qué les voy a contar que ustedes no sepan a estas alturas.)
   Durante la tertulia –nunca antes de apurar la segunda taza de café– se mesaba la barba mientras me hacía partícipe de los graves problemas a los que se enfrentaba en “el gobierno de este nefasto imperio que es el mundo, donde todo son conflictos y desdichas”. Le gustaba hablar de su infancia, de las guerras que había librado, de los castigos infligidos a quienes habían desoído su voluntad y, cómo no, le gustaba jactarse de su numerosa descendencia con diosas y mujeres de carne y hueso. En verdad ese era su tema preferido: las mujeres. Yo, pobre mortal, me limitaba a contarle naderías: mis fracasos literarios, los problemas domésticos, las dificultades para llegar a final de mes y, como dije antes, alguna que otra anécdota de mi pasada estancia en Grecia, un viajecito en Atenas... En resumen, poca cosa.
   Todo iba bien hasta que Zeus, señor del cielo y dios de la lluvia, padre de los seres humanos, tuvo que ausentarse unos días de la ciudad.
   –He de estar presente en los Juegos Olímpicos que se celebran en mi honor –se excusó complacido.
   En su lugar envió a su hija Helena (a la postre Helena de Troya), la mujer más bella de Grecia. Subyugada por el café y mi colección de discos de los Beatles, consternada por la soledad que exhalaban mis ojos apagados, Helena durmió aquella noche en mi cama.
   Zeus, al enterarse, arremetió con toda su furia contra este indefenso servidor.
   Manco del brazo derecho desde ese instante, habrá de perdonar el lector la brevedad y falta de puntería de mis últimos escritos.

DIARIO DE K, Karmelo C. Iribarren

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KARMELO C. IRIBARREN, Diario de K, Renacimiento, Sevilla, 2014, 204 páginas.

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Algunas enfermedades crónicas son como embajadas de la muerte en tu cuerpo.
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En las memorias de los escritores las ausencias suelen ser venganzas.
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En la literatura como en la vida, si vas por libre te lo harán pagar.
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Lo rápido que se apagan algunas ideas brillantes.
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Hay días absurdos, tediosos, grises, que a última hora inesperadamente nos sorprenden con un crepúsculo espectacular. De estos días, podría decirse que, paradójicamente, su muerte los salva.
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Es maravilloso cuando te despiertas, abres los ojos y dices: “Cojonudo. No me he muerto”.
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Cuántos amigos lo son solo hasta que tienen que demostrarlo.
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Un poema “es” porque muchos otros no pudieron serlo.
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No hay peor dolor que el que no puedes contar.
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A veces echo de menos a las novias que no tuve.

LA DISPERSIÓN, Eugenio Trías

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EUGENIO TRÍAS, La dispersión, Taurus, Madrid, 1971, 206 páginas.


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Escribir, pintar, crear o producir formas, máscaras: eso es vivir otra vez y a más altura... 
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El hombre inocente nunca escarmienta. Por eso no "madura" jamás.
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LA MUERTE. Un espacio en blanco, ese que separa, por ejemplo, un aforismo de otro.
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Escribir es aventurarse en la tundra, esa tundra del papel recién estrenado, nieve virgen a punto de salvarse.
¿Ved cómo avanza, ella, la pluma! 
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El espacio que separa un aforismo de otro es una invitación a olvidar.
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Una odisea en el espacio es mi vida, un dardo lanzado más allá del infinito.
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El hombre de teatro sabe acerca del cambio de papeles; a veces su profesión le devora y uno se pregunta. ¿Qué hay detrás...? 
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El pensamiento utópico se alimenta de la nostalgia de una "unidad perdida" que el futuro rescatará.

CASI UN MILLÓN DE CUENTOS, Daniel Nesquens & Pepe Serrano

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DANIEL NESQUENS & PEPE SERRANO, Casi un millón de cuentos, Edelvives, Zaragoza, 2013, 122 páginas.

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Casi un millón de cuentos contiene quince relatos escritos a dos manos por Nesquens y Serrano e ilustrados por Sonja Wimmer.
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COSAS QUE OCURREN

   El padre se llamaba Enrique. Estaba casado y era padre de dos niños y un pe­rro. El perro se llamaba Lucas, como el hijo mayor. La hija se llamaba Cristina, como la madre.
   Se podía decir que Enrique no era ex­cesivamente serio ni excesivamente di­vertido. Era como era.
   Cierta noche, después de cenar, con el ruido del lavavajillas de fondo, cuando toda la familia estaba viendo una serie de dibujos animados en el televisor, abrió la boca y dijo:
   —Que a gusto me convertiría en una pera.
   —¿En una pera? —preguntó el hijo.
   El padre afirmó con la cabeza.
   —¡Una pera! Nadie se convierte en una pera —dijo su mujer—. Además, es peli­groso. Te puedes caer de la rama y «¡plooof!».
   —Tiene razón mamá —dijo la hija.
   —Sería mucho mejor convertirse en un melón —sentenció el hijo—. O en una sandía.
   —¡Guuuau!
   Y «¡zas!», justo cuando en la televisión daban paso a la publicidad y comenzaba el anuncio de un automóvil con llantas de aleación, elevalunas eléctrico y cierre centralizado, el padre se convirtió en una sandía verde, reluciente como el coche.
   El primero en reaccionar fue su hijo:
   —¡Pues si papá se ha convertido en una sandía, yo quiero convertirme en mi héroe favorito: en Batman!
   —¡Y yo en Batwoman! —dijo su hija, algo envidiosa.
   —¡Guuuau!
   Pero ninguno de los hijos se transformó en nada. Lo que sí ocurrió es que la mujer se levantó de un salto del sofá, y puso los brazos en jarras y un grito en el cielo:
   —¡Enrique! ¡Qué has hecho! ¡Te acabas de cargar siglos y siglos de evolución! ¡Es­tarás contento!
   —Si yo... —intentó dar una explicación la sandía.
   —¡Qué disgusto nos acabas de dar! ¡Cómo se te ocurre convertirte en una sandía.  Me voy a dormir. Y vosotros tam­bién, que mañana tenéis que ir al colegio.
   —¡Halaaa! —protestaron, entonces, a coro los niños.
   —Si yo... —balbuceó el padre; es decir, la sandía.
   —Ni me hables. Y ni se te ocurra acu­dir con esas pepitas a la cama. Duermes en la encimera de la cocina o en la cesta de mimbre o en el frutero o dentro de la nevera en el cajón de la fruta.
   —Pero...
   —Ni peros ni peras limoneras —dijo la mujer.
   Y se transformó en una manzana rei­neta, verde, reluciente, como el coche del anuncio.

EL GRAN SILENCIO, Emilio Gavilanes

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EMILIO GAVILANES, El gran silencio, Comares, Granada, 2013, 60 páginas.

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Se rompió el hilo.
Cada vez más lejanos
cometa y niño.

ADVENIMIENTOS, José Jiménez Lozano

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JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Advenimientos, Pre-Textos, Valencia, 2006, 224 páginas.

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Jiménez Lozano explica el oportuno título de esta entrega: "El nombre de Advenimientos bajo el que recojo las [notas] que aquí van publicadas es el de la cartela que llevaba el atado de los últimos cuadernos de 2001". Estos apuntes diarísticos de Lozano se extienden hasta el 2004.
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   S. me cuenta que, en tiempos de la Segunda República, en un pueblo pequeño, el colegio electoral estaba abierto, como de costumbre, en una de las escuelas de las que ya se había quitado el crucifijo. Un votante entró allí con la gorra puesta y, al acercarse a la mesa donde estaba la urna, el presidente o uno de los miembros de la mesa, le ordenó que se descubriese; y, entonces, el interpelado, señalando el lugar donde había estado el crucifijo, dijo más o menos estas palabras: "Como aquél no está, entre nosotros naide es más que naide".
   Los señores de la mesa se rieron, porque les hizo gracia lo de naide, que a sus ojos revelaba incultura; pero no parece que se enteraran de lo que iba el asunto.

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NOCTURNO

Cálida noche de estío;
bajo el rosal, luciérnagas.
¿Rosas transfiguradas?
  

PARA EL CORAZÓN QUE NO DUDA, Rodrigo Escobar & Javier Tafur

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RODRIGO ESCOBAR & JAVIER TAFUR, Para el corazón que no duda, Universidad del Valle, Cali, 2005, 372 páginas.

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En la Introducción (pp. 7-10) de esta inexactamente Breve antología de haiku japonés, leemos: "El poema es una visión por la que el Haijin nos llama la atención y nos decubre pasajes de la vida que de otra manera pasarían inadvertidos y permanecerían ocultos".
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Flores dispersas
tras ellas, persiguiéndolas,
el huracán.

Chiru hana wo
oikakete yuku
arashi kana.

Sadaiye

IMÁGENES DEL INCENDIO, Edmundo Paz Soldán

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EDMUNDO PAZ SOLDÁN, Imágenes del incendio, Algaida, Sevilla, 2005, 304 páginas.

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LAS RUINAS CIRCULARES

   A Rodrigo se le había ocurrido soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad del Playground. Ese proyecto ya no tan mágico había agotado el espacio entero de su alma: nunca, hasta leer ese cuento que hablaba de noches unánimes y canoas de bambú sumiéndose en el fango sagrado, le había llamado la atención esa realidad virtual en la que pasaban buena parte del tiempo sus estudiantes y muchos ciudadanos de Río Fugitivo. Para él, la realidad era ya una realidad virtual; ¿para qué, entonces, la necesidad de enfrentarse a la pantalla de una computadora, hacerse de un avatar y caminar por calles hechas de pixeles? Pero ahora el cuento del hombre que quería soñar un hombre le daba un buen motivo. Conjeturaba que eso era, precisamente, lo que podía hacerse en el Playground.
   Esa noche, encendió la computadora y se registró en el Playground. En una pantalla aparecieron instrucciones: ¿crearía a su avatar, o prefería uno de los modelos disponibles? Tardó en responder, y de pronto se encontró en una llanura sobresaturada de verde, enfrentado a nubes de avatares esperando que una palabra suya redimiera a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolara en el mundo real. Entonces se mostró insatisfecho y los borró a todos ellos y se dedicó a crear a su avatar. Siguió instrucciones, pulsó botones en el teclado. Trató de delinear su sueño: lo fue creando activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color magenta en la penumbra de un cuerpo humano aún sin cara ni sexo. A medida que lo percibía con mayor evidencia, lo fue viviendo desde muchas distancias y muchos ángulos. Al final de la noche llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Creó el hombre íntegro de sus sueños, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Lo había creado como lo había soñado, dormido.
   El avatar de Rodrigo era tan inhábil, rudo y elemental como el Adán de las cosmogonías gnósticas. Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Cuando comprendió que su avatar estaba listo para nacer, y tal vez impaciente, lo bautizó como Rodrigo, besó la pantalla y lo envió a las calles del Playground, pobladas de prostitutas virtuales con polvo fosforescente en sus caras, policías con pecheras de metal y terroristas manejados por piratas informáticos.
   Rodrigo sintió que su propósito estaba colmado, y vivió las primeras horas de su creación en una suerte de éxtasis. Poco a poco, sin embargo, lo fue visitando una desazón infinita. Temió que su avatar descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre, ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; era natural que Rodrigo temiera por el porvenir de Rodrigo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en una noche secreta.
   El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero, el color de las paredes de su despacho, que cambiaba de un rosado claro a uno intenso como el de la encía de los leopardos, y no se decidía entre ambos; luego hacia la derecha de su escritorio, los libros que pulsaban como si una luz interior amenazara con escaparse de sus páginas; después la fuga pánica de los sonidos. Se le ocurrió que era el cansancio, una suerte de delirio ocasionado por las múltiples horas frente a la pantalla. O acaso se trataba de problemas en la computadora, o ún desperfecto en la provisión de energía eléctrica en Río Fugitivo.
   Escuchó unos pasos. Alguien se acercaba.
   Cuando la luz del Playground se apagó, Rodrigo comprendió con alivio, con humillación, con terror, que él también era un avatar, que otro lo había soñado.

PUNTO DE FUGA, Elizabeth Flores

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ELIZABETH FLORES, Punto de fuga, Ficticia, México D.F., 2012, 94 páginas.

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EL ÁRBOL QUE FLORECE EN INVIERNO

   —Tengo que volver sobre los pasos de mis hijos muertos para poder morir en paz.
   La voz sorprendió a la enfermera, que dejó caer la bandeja. La gelatina se estrelló en el suelo con un ruido acuoso, inquietante y salpicó sus albos zapatos de piel de ternera.
   Se volvió para mirar al viejo de la cama nueve. Al verlo tan quieto, por un momento pensó que el comentario había sido una alucinación. Pero el viejo volvió a hablar.
   —Tengo que ir a Praga, señorita, ver con mis propios ojos a la prostituta de la calle Nadrazni.
   La piel del rostro de la enfermera se contrajo ligeramente alrededor de los ojos, pero sólo por un instante. Su seno subió y bajó casi imperceptible, y su mano se deslizó hacia su costado. Sin mirar al viejo, sacó del bolsillo derecho la hipodérmica de emergencia, hurgó entre las sábanas buscando el delgadísimo brazo y hundió la aguja lenta y mecánicamente en la maltrecha vena basílica.
   El viejo la miró con odio reptiliano por un segundo antes de quedarse dormido, pensando en el sonido de las palabras child, kiltham, kilpei, y su origen gótico: vientre. Útero. La "k" resonando como en una cueva. ¿Cómo podía decir que eran sus hijos, sus retoños, su nada, si le estaba negado llevar vida dentro de sí? ¿Cómo podía sentirlos suyos?
   El veneno que llevaba en sus gotas el propofol, solución 5%, parecía quedarse suspendido, mordiendo las ancianas venas. El viejo, sin embargo, luchaba por mantener la expresión concentrada y ausente que deben tener los moribundos. La mirada de la enfermera se posaba, ya en el cabello blanco y quebradizo, ya en la almohada que lo sostenía. Blanco. Blanco azulado. Gris. Negro.
   Los ojos cerrados del viejo no eran suficiente confirmación; la enfermera tomó el pulso. Lo arropó como se hace con los niños recién nacidos, casi vegetales, y apagó la lámpara de la mesita antes de comenzar a limpiar el suelo y sus zapatos. Su expresión se veía perturbada a ratos por un ligero cambio en la luz o en la posición de la máquina que, a cada cierto tiempo, confirmaba que el cliente del cuarto nueve seguía respirando. La voz entrecortada del monitor que respondía, a su manera, la pregunta más triste, la más necesaria, ¿sigues vivo? Hundido en la artificial ensoñación diurna, recorría calles cuyas luces se prendían al paso, sólo para apagarse inmediatamente después.

LLUVIAS CONTINUAS, Verónica Aranda

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VERÓNICA ARANDA, Lluvias continuas, Polibea, Madrid, 2014.

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Senda de hayas.
La libélula busca
franjas de luz.

CORAZONADAS, Ana Clavel

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ANA CLAVEL, CorazoNadas, Posdata, Monterrey, 2014.

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Tanto hablaban de él, inventándole quién sabe cuántas colas, que cuando despertaron, descubrieron que por fin se había marchado. Pues qué esperaban… El dinosaurio también tenía su corazoncito.

SEÑALES DE HUMO, Alberto Benza González

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ALBERTO BENZA GONZÁLEZ, Señales de humoAcerva, Huancayo, 2012.

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DESESPERACIÓN

   No puedo dejar de brindar: es mi tiempo, es mi copa y se viene la muerte.

LOS SUEÑOS DEL SAPO, Javier Villafañe

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JAVIER VILLAFAÑE, Los sueños del sapo, Colihue, Buenos AIres, 2010, 128 páginas.

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Subtitulado Cuentos y leyendas, las narraciones están acompañadas de ilustraciones de Tabaré.
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HISTORIA DE DOS OSAS Y UN OSO

   Sibiú es una vieja ciudad de Rumania. Todo es mágico en Sibiú: los parques, los mercados, la gente, las calles. Las calles, por ejemplo, tienen estos nombres: calle de La Lámpara, calle del Lomo del Perro, calle del Herrero, calle de la Torre, y hay una calle arriba, alta, a la que se llega subiendo por una escalera que da vueltas como la casa del caracol, y esta calle se llama: calle de la Escalera del Dedillo. Y me acuerdo también de otra calle por donde pasa un hilo de agua, y se llama: calle del Pope que se Ahogó.
   Todo es mágico en Sibiú. Es como si anduviéramos despiertos por el sueño. Tiene un tranvía que parece de juguete. Es muy lento y le dicen el buey. Hay un solo par de vías, y por ellas el buey va y vuelve desde la Estación del Ferrocarril al Jardín Zoológico, y sigue más lejos todavía, a una población de cuyo nombre no me acuerdo.
   El buey atraviesa la ciudad, unos parques, y llega al Jardín Zoológico, al pequeño Jardín Zoológico que está cerca de un lago. Es tan pequeño que se lo recorre íntegramente en menos de quince minutos y caminando muy despacio. Allí hay una jaula con un zorro, una jaula con una ardilla y otras jaulas con pájaros. Un elefante dormido, y que encoge la trompa, es más grande que el Jardin Zoológico de Sibíú. Y en ese diminuto Jardín Zoológico hay también una jaula donde viven dos osas gordas y peludas.
   Una mañana estaba mirando las osas, y un amigo me contó la siguiente historia que puede titularse: "Historia de dos osas y un oso".
   —Una vez, no hace mucho tiempo —contó mi amigo—, a esta jaula donde viven las dos osas, trajeron un oso. El oso lo primero que hizo, cuando entró en la jaula fue tomar agua. Debía tener sed. Después saludó a las osas, y les dijo:
   —Me alegro, porque vamos a estar juntos.
   —¿No —contestaron las osas que hablaban las dos al mismo tiempo—. Aquí no queremos a ningún oso, ni a nadie. Tenés que irte.
   Y el oso dijo:
   —No puedo irme. Estoy en una jaula.
   —Es un capricho tuyo —respondieron las osas.
  —No, no es un capricho —contestó el oso—. Estoy en una jaula. Además, prefiero la compañía de ustedes a la de los dos cazadores que me trajeron aquí; eran cazadores con botas y barba. Las prefiero a ustedes. Repito: no es un capricho. Francamente, me siento muy feliz aquí.
   Y las osas se pusieron furiosas. Se les vino todo el pelo para arriba. Se armaron de uñas y dientes. Y a un mismo tiempo se abalanzaron sobre el oso. Le dieron una paliza tremenda.
   El oso, de rodillas, lloraba desconsoladamente. Se lamía las heridas, y decía:
   —Soy el más desgraciado de los osos.
   Vio entonces que las dos osas se preparaban para seguir castigándolo. Tuvo miedo, y comenzó a retroceder.
Golpeó violentamente contra los barrotes de la jaula, que se quebraron, y cayó sobre el césped.
   Estaba en libertad, y suplicó con una triste voz de oso:
   —Déjenme entrar. Quiero estar con ustedes. No es un capricho.
   —No contestaron las osas—, es un capricho.
   Y le dieron la espalda.
   El oso no insistió, y se fue. Caminaba mirando los árboles, el cielo. Al llegar a la orilla del lago se lamió las heridas, y siguió caminando.
   Es muy probable que haya pensado irse a la ciudad. Y se detuvo en la parada donde se detiene el tranvía —el buey— para recoger pasajeros.  Pero no lo dejaron subir al tranvía porque era un oso.
   —¿Y qué hizo el oso? ¿Adónde fue? —pregunté.
   —No sé —respondió mi amigo—. Aquí, a la jaula, no volvió.
   Quizás regresó a su país, donde hay siempre nieve y son felices los osos.
   —Comprendo —contesté.
   Estas cosas sólo pueden pasar en Sibiú. Sibiú es una ciudad mágica. Sibiú es una ciudad de Rumania.

MANUAL DE AUTOAYUDA PARA FANTASMAS, Daniel Frini

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DANIEL FRINI, Manual de autoayuda para fantasmas, Micrópolis, Lima, 2013. 

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SE NECESITA UN MANUAL DE AUTOAYUDA PARA FANTASMAS


   Zacarías Ayala era muy feo.
   Y era curandero. Arte que heredó de su abuela, famosa por el litigio que le ganó, allá por el cincuenta, al doctor Zamponi, quien la había denunciado por ejercicio ilegal de la curandería.
Ayala fue contratado por la viuda del alemán von Staffel, doña Nieves García Rodríguez; hija del que fuera gobernador antes de la revolución del sesenta y uno. No está clara la naturaleza de su trabajo, pero al cabo de tres meses, el curandero estaba viviendo con la viuda, en el casco de la estancia del alemán. Desde esa época se lo conoció en el pueblo como el Yeti Ayala, el abominable hombre de la Nieves.
   Von Saffel todavía habitaba la casa, en calidad de fantasma, y sospechó algo cuando el olor a sahumerios, a los que siempre fue alérgico, comenzó a afectarlo. Cuentan los peones que era muy común escuchar los estornudos del finado, aún durante el día. El Yeti alegaba que el patchouli mantenía a raya la culebriya, el mal de ojo y los cornudos.
   Celoso, el fantasma decidió asustar y echar de su casa a su reemplazante; para lo cual una noche abrió la puerta del baño, con la peor cara de muerto que pudo poner.
   Ayala se estaba afeitando. Von Saffel no vio a uno, sino a dos feos: el original y al reflejado en el espejo. Su terror fue tal, que desapareció para siempre de la estancia.
   Esto ocurrió hace más de treinta años. Aún se escuchan sus estornudos en medio del campo. Se agravó su alergia. Ahora no soporta ni el olor a soja.

LA BAILARINA COJA, Mònica Maragall

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MÒNICA MARAGALL, La bailarina coja, Montesinos, Barcelona, 1993, 138 páginas.

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Verano, 1991
   Aquella tarde, una tarde como las que a veces parecen iglesias vacías, en las que lo infinito regresa a los andenes de este desierto, la bailarina coja dejó escapar otra vez todos los trenes llenos de niños en vacaciones. Se sentó en la mecedora, impulsando suavemente las páginas absortas, las nubes pretéritas. No era ya el mismo cancel, hecho de miedo y sabiduría, lo que debía atravesar, sino solamente recoger la vieja madera de la mecedora y rodearse de un suave olor a tiempo y a estaciones, refugios en los que es preciso no esconderse durante mucho tiempo, porque dentro de una misma, amenaza una flor y el viento.

LUZ EN LA ARENA, Roger Wolfe

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ROGER WOLFE, Luz en la arena, Zut Ediciones, Málaga, 2013, 400 páginas.

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Mediante episodios narrados a modo de breves pinceladas, Roger Wolfe compone un agradable lienzo a partir de los recuerdos de su infancia en Alicante, en las décadas de 1960 y 1970.

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ALAS DE MARIPOSA

   Una mañana de verano, cuando aún vivíamos en la urbanización Niza, mi padre entró muy temprano en nuestra habitación y nos despertó.
   —Venga, levantaros. Vuestra madre ya está preparándose.
   Fuera gorjeaban los pájaros, escurriéndose con inquietos revuelos de plumas agitadas entre las hojas de los árboles. Tímidos haces de ingrávida luz, tiritantes como alas de mariposa, se filtraban por las rendijas de las persianas de madera. El silencio era tan profundo que uno no se atrevía a alzar la voz.
   —¿Qué pasa? —susurramos.
   No estábamos asustados. Era imposible que nada raro sucediera en una mañana así. Y además mi padre iba enfundado en una chaqueta de playa, reversible, de tela de cuadros por un lado y de felpa naranja por el otro, que era el que llevaba vuelto hacia fuera en ese momento. Iba en bañador, y calzaba zapatos de trapo, de suela de cordel, sin calcetines.
   —Nada. Vamos a desayunar.
   Mis padres estaban gozosos esa mañana. No hablaban, pero en sus gestos y ademanes había una dicha muda y tranquila, profundamente terapéutica, que irradiaba contagiosa serenidad. Era una de esas infrecuentes ocasiones en que se diría que todas las piezas del mundo encajan por volición propia, sin el más mínimo roce ni estridencias, fluyendo en suave armonía predeterminada, y todo parece gobernado espontáneamente por la gracia.
   El desayuno resultó especialmente suculento: grandes rebanadas de pan tostado con mantequilla, espolvoreadas de canela, y enormes tazones de leche con chocolate en polvo. En la cocina ya empezaba a notarse algo de calor, tocado aún de suave y traslúcido frescor matinal.
   Bajamos por las escaleras dando mal reprimidos botes de alegría contenida, con los bañadores ya puestos bajo los faldones de la camisa, cargando cada cual con alguno de los diversos elementos de nuestra más bien exigua parafernalia playera: la sombrilla y las toallas, un par de sillas plegables, y una bolsa de la compra, de lona listada de rayas rojas y azules, que contenía sabrosos bocadillos de jamón, de queso con tomate y de huevo cocido y picado, mezclado con mayonesa (y que si por nosotros hubiera sido, y a pesar de que acabábamos de desayunar, hubiéramos devorado allí mismo sin pensárnoslo dos veces).
   Nos montamos todos en el 4L y salimos de la urbanización. Mi padre conducía con su chaqueta de felpa naranja y unas gafas de sol de las de entonces, de ésas que parecían gafas ordinarias pero llevaban los cristales ahumados. Junto a él iba mi madre, con las rodillas ligeramente ladeadas en su asiento y las manos serenamente recogidas en el regazo, mirando a su alrededor con vagas sonrisas apenas esbozadas y una expresión de íntima satisfacción. De vez en cuando se volvía hacia nosotros y la sonrisa le afloraba más intensamente en el rostro, recorriéndole el semblante con una leve ondulación de intensa felicidad.
   —¡Cuidado con esa pequeña! —nos decía.
  La pequeña era mi hermana menor, que debía de ir sujeta entre los brazos de mi hermano.
   La mayor iba contemplando el mundo por la ventanilla, con ensimismado gesto ausente que de pronto se mudó en sorpresa:
   —¡Mirad! ¡Un burro en ese campo!
   —¡Sí! ¡Es verdad! —dijo riéndose mi madre—. ¡Nos está mirando! Debe de estar preguntando que a dónde vamos tan temprano.
   —¿Y por qué lo tienen ahí? —pregunté yo, tras descorrer una de las hojas deslizables de la ventanilla para ver mejor al animal.
   —Pues ahí es donde duerme —me respondió mi madre. Ahora en verano está más fresco. Será de los gitanos que andan recogiendo cartones.
   El burro se quedó mirándonos un momento, con tristes ojos fijos de quien ya lo ha visto todo, y luego se alejó dando mansos pasos entre los matojos y agitando indolentemente la cola.
   En el cruce nos desviamos a la izquierda y cogimos la general de Valencia. En la fachada lateral del modesto bloque de pisos del otro lado de la carretera, el anuncio de Cafés Jurado resplandecía con fulgores dorados, reflejando de lleno los primeros rayos del sol.
   Aquella mágica mañana es una de las que más nítidamente recuerdo de mi más remota infancia; regresa una y otra vez al álbum virtual de mi memoria, disolviendo las décadas como quien hace estallar una pompa de jabón, y cada vez que vuelve es como si hubiera tenido lugar ayer.
   El resto del día, que pasamos excepcionalmente en Benidorm, no lo recuerdo, salvo por otra fulgurante instantánea, panorámica esta vez, en que nos veo a todos en la playa de Levante de la localidad, sentados en la arena, mientras mi padre, que está de pie, gira la cabeza al cielo y se deja despeinar por un golpe de viento, quién sabe si siguiendo el vuelo de un lejano avión por las alturas.
   Misteriosos e insondables enigmas del tiempo.

DE IDA Y VUELTA, Enrique García-Máiquez

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ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ, De ida y vuelta, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011, 144 páginas.
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En el prólogo Artículos de contrabando (pp. 11-14) el autor confiesa haber elegido aquellas entradas de su blog Rayos y truenos, que resultaron ser salidas publicadas en "las páginas del periódico, forzando un poco los límites de su género y su espacio".
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FARAI UN VERS DE DREIT NIEN

   Que significa: «Haré un verso sobre absolutamente nada». Se lo propuso el IX duque de Aquitania Guillermo de Poitiers, a comienzos del siglo XII. El resultado fue un poema redondo (aunque con un agujero dentro, como los donuts) que nos estremece aún a través de las lenguas y los siglos. La innegable modernidad de Guillermo de Poitiers no estriba sólo en tan felino regodeo en el nihilismo, sino en su anticlericalismo feroz, en sus dos esposas (que una repudiadas se fueron a vivir al mismo monasterio), en su cinismo y en su sensualidad. Todo lo cual nos lleva a sospechar que lo que se entiende por moderno no es tan nuevo, después de todo.
   Quizá resultaría más apasionante un artículo sobre él, en vez de éste, empeñado en imitarle. Pero farei un artículo de dreit nien con la intención de reflejar nuestro tiempo, que es el del aborto, ese agujero negro, y la disolvente multiculturalidad. Fijémonos en la política. Nuestros Políticos son grandes expertos en nadas: discursean sin descanso, pero qué cuentan.
  Cada cual dispone de un método para lograr un vacío tan eufónico. Más perfeccionado es el de Zapatero, y por eso gana las elecciones en la España posmoderna. Con lógica y sintaxis de pensamiento débil, dice lo uno y hace lo otro, de modo que ambos extremos se anulan. El y los suyos han reconocido explícitamente que mintieron sobre las negociaciones políticas con ETA después del atentado de la T-4 (dos muertos). Y están reconociendo implícitamente que mintieron al negar la crisis económica durante la campaña electoral, que ahora sí.
   El método Rajoy es —nomen omen— rajarse. O sea, él expone muy en serio sus principios, pero, luego no gana las elecciones, tiene otros prin­cipios, igual que Groucho Marx y Javier Arenas. Lo del PP es la búsqueda incesante del centro (del centro del donut). Cuando la muerte quiera una verdad qui­tar de entre sus manos, las hallará vacías, como en la adolescencia, ardientes de deseo, tendidas hacia el centro.
   La nada lo invade todo. El libro Hilos de Chantal Maillard acaba de ganar el Premio Nacional de la Crítica de Poesía, y se lo merece, porque ha captado el espíritu de la época. Qué mejor que dar un premio nacional de una nación que es discutida, discutible y se disuelve como un azucarillo a un libro sobre... ¿sobre qué? La crítica acierta en lo suyo: el poemario está sin duda muy bien cocinado. Es nada montada. Se lo aplaudo: admira que Chantal Maillard haya logrado rellenar 194 páginas de vacío. Yo, menos talentoso, las he pasado canutas para inflar este folio, pero no me negarán que rebosa de pura nada. Y si me lo nie­gan, bueno, pues nada.

SUSURROS EN EL TEJADO, Eva Díaz Riobello

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EVA DÍAZ RIOBELLO, Susurros en el tejado, Alhulia, 2010, 114 páginas.

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LA ESPERA

   En un rincón perdido de la biblioteca había un libro, y dentro del libro un bosque, y en el bosque una niña descalza que recogía hojas secas con forma de poemas arrugados y se las comía, riendo, y al reír exhalaba palabras hermosas que volaban entre las páginas, recorriendo las estanterías como insectos zumbantes, derribando cuentos, formando frases extrañas, hasta derramarse por fin en la cabeza del escritor que, sentado junto a la ventana, suspiraba por una pizca de inspiración.

MOSQUITOS EN TU ALCOBA, Nuría Botey

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NURIA BOTEY, Mosquitos en tu alcoba, Amargord, 2013, 130 páginas. 

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BENEMÉRITA

   Tres días después de incautarse en Barajas de aquellos veinticinco mil lunnis falsos de origen desconocido, el sargento Alonso aún no se explica por qué en vez del clásico "buenas noches, hasta mañana", lo único que dicen al apretarles la barriga es "Terrícola, llévanos ante tu líder".