DOBLE FONDO, Benjamín Prado

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BENJAMÍN PRADO, Doble fondo, Hiperión, Madrid, 2014, 120 páginas.

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Luchar contra ti mismo te enseñará a perder.
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El miedo se tiene; la cobardía se elige.
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Que una pareja no esté rota, no significa que aún funcione.
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Ser trigo limpio atrae a los cuervos.
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Lo que se puede sustituir, nunca es tan importante.
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Cuando no estoy contigo nos echo de menos a los dos.
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Lo bueno de encontrar lo que no buscabas es que te descubre lo que no podías imaginar.
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No dejes que lo que posees se adueñe de ti.

LAS ISLAS SUMERGIDAS, Eduardo García

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EDUARDO GARCÍA, Las islas sumergidas, Cuadernos del Vigía, Granada, 2014, 72 páginas.

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Dicen que la mentira tiene las patas muy cortas.
Por eso la calumnia calza botas de siete leguas.
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No hay qué ni cuándo si agoniza el para qué.
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Los guardianes de la métrica olvidan que un reloj, aunque parezca latir a intervalos regulares, dista mucho de ser un corazón.
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Un extraño se embosca en el espejo. Sangre de tu sangre, tu enemigo.
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Los que todo lo quieren no reparan en bajas.
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Para alzar el vuelo lo primero es perder el equilibrio.
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No confundir jamás la paz con el letargo.
Que fluya nuestra calma hacia alta mar.

MIRAMIENTOS, Javier Marías

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JAVIER MARÍAS, Miramientos, Alfagura, Madrid, 1997, 134 páginas.

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En el Prólogo (pp. 9-15) explica el autor la génesis del proyecto encargado por Luis Revenga para la revista Cuadernos Cervantes: quince retratos verbales, a partir de fofografías, con los glosar a Jorge Luis Borges, Vicente Aleixandre, Juan Benet, Victoria Ocampo, Luis Cernuda...  
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RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN, INVULNERABLE


   Aquí está Valle-Inclán con su barba fluvial, lo que más llama la atención en todos sus retratos, también cuando la barba era negra pero sobre todo cuando ya era espumosa y blanca y se iba dispersando o deshilachando según caía. En la primera foto está sentado, con la mano derecha agarrando o cubriendo el brazo de la butaca co­mo una zarpa, una mano tan conspicua y tan tensa que hace olvidar que por el otro lado le faltaba el brazo de car­ne, el izquierdo, perdido como resultado de una reyerta —qué admirable— literaria: botellazo, bastonazo, su pro­pio gemelo paró el golpe pero sólo para clavársele en la muñeca e infectar la herida (dicen que se lavaba poco). Aquí está casi mirando a la cámara, no le ha dado tiem­po a encararse del todo con ella, por eso tiene un aire de muy leve sorpresa o susto, parecen fingidos, como quien simula espantarse ante un niño que se disfrazó de fantas­ma y se acercó creyendo que no era visto. La mirada es irónica, o aún más, de guasa, las cejas enarcadas arrugan­do la frente bromista, toda la parte superior de la cabeza viaja hacia atrás confiriéndole velocidad, también el pe­lo mucho más obediente y liso que la barba escarchada, más también que el bigote con sus guías trabajadas hacia arriba —pero no mucho, como con descuido—. Parece que Valle-Inclán se hubiera interrumpido un momento en una tarea grata para dejarse hacer esta foto: ha retirado un segundo la butaca, tomando distancias con la car­peta y la mesa, entre displicente y halagado, como si no le resultara posible estar a la vez a dos cosas. Parece que haya dicho: “Bueno, venga, me dejo de historias, pero aca­bemos pronto.” Es un hombre capacitado para divertirse en cualquier instante, se ve en los ojos juveniles y vivos; está contento consigo mismo, parece casi invulnerable. Nadie diría que al hablar ceceaba.
   En la segunda foto se lo ve más modoso y vene­rable, hoy nos recuerda a un rabino con su sombrero blando, pero en su día esa imagen era la de un dandy en regla. Tampoco aquí se echa en falta su inexistente brazo, figura que los dos estén a la espalda. Llaman la atención sus botines con el empeine blanco, la raya del pantalón bien planchada y los pies pequeños, como de bailarín re­tirado, o acaso es efecto de su calzado de dos colores. Camina satisfecho, mira de reojo —vigila— a la cámara que lo está retratando. La chaqueta está abrochada en ambas imágenes, sobre todo el botón más alto, algo pro­pio de los frioleros. Podría estar paseando por Recoletos o la Castellana, donde hoy tiene una estatua. Ya no está vigente su aserto: los españoles nos dividimos en dos grandes bandos: uno, don Ramón María del Valle-In­clán, y el otro, todos los demás. Seguramente así de des­preocupado andaba también aquel día en que se le cru­zaron por un camino de El Pardo un pastor y su rebaño exigiéndole paso. Si mal no recuerdo, alzó el bastón al cielo y se plantó, gritando: “Apártate tú, vaquero, y deja paso a los hidalgos.”

LEYENDAS MEXICANAS, María Rosa Solsona

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MARÍA ROSA SOLSONA, Leyendas mexicanas, Sirpus, Barcelona, 2006, 112 páginas.

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EL FANTASMA DE LA MONJA

   Después de la conquista de América, los españoles llamaron a México «Nueva España». En la capital de Nueva España construyeron un convento. Se alojaron en él muchas monjas, hijas y familiares de los conquistadores. Una de ellas fue doña María de Alvarado. Era una mujer muy guapa, que tenía muchos pretendientes. Su familia era muy rica y noble.
   Pero María se había enamorado de un joven pobre, conocido por ser peleador y mentiroso. Se llamaba Arrutia. María le amaba y deseaba casarse con él. Los hermanos de la muchacha querían impedirlo, porque sabían que, en realidad, Arrutia sólo quería casarse con ella por su dinero.
   —Nada podréis hacer. Ella me ama y será mi esposa—les dijo él a los hermanos, en tono de burla—.
   Los hermanos, viendo que no la convencerían, ofrecieron a Arrutia una gran cantidad de dinero para que se marchara. Este aceptó y se fue sin siquiera despedirse de ella. No le importaba el dolor que le iba a causar a María. Pasaron dos años. La desdichada joven seguía llorando y sufriendo. Sus hermanos le aseguraron que Arrutia había muerto. Le dijeron que lo mejor para ella era hacerse monja y entrar en el convento.
   Tanta era la tristeza de María que ya no tenía voluntad. Siguió el consejo de sus hermanos y entró en el convento.
   Pero no consiguió olvidar a su amor. En la soledad de su cuarto pensaba en él, en sus palabras de amor y en su promesa de matrimonio. Todas sus oraciones eran para él, para que su alma encontrase paz, ya que lo creía muerto.
   Pero las noticias también llegaban a aquel lugar cerrado. María supo que su amado había recibido dinero a cambio de alejarse de ella. También se enteró de que había vuelto para pedir más dinero a sus hermanos. Estaba vivo y la había traicionado.No pudo soportar tanto dolor.
   Cogió un cordón fuerte, pidió perdón ante la Cruz, y se dirigió a la huerta, al lado de una fuente. Crecía allí un melocotonero en flor. Ató la cuerda a una rama alta y se ahorcó. Su cuerpo blanco y ligero quedó colgando, movido por el viento. Al día siguiente, una de las monjas la encontró muerta. Fue enterrada en el interior del convento. El melocotonero dejó de florecer.
   Al mes siguiente, una de las monjas vio, en las aguas de la fuente, el reflejo del cuerpo de la ahorcada. Y todas las demás monjas pudieron verla, día tras día, cuando el sol del atardecer se ocultaba y comenzaban las primeras sombras.
   Cuando su amado murió, de forma violenta, tal como había vivido, dejó de aparecer. Desde entonces, el melocotonero volvió a cubrirse de flores. Al amanecer están siempre húmedas, como mojadas por lágrimas.


ATLAS DE ISLAS REMOTAS, Judith Schalansky

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JUDITH SCHANSKY, Atlas de islas remotas, Capitan Swing Nórdica Libros, Barcelona, 2013, 156 páginas.



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Ancla Judith Schalansky el Prefacio ( 13-23) alrededor de esta sentencia: "Todos los mapas establecen un pacto de ficción que convierte la cartografía en un arte que oscila entre la abstracción que anula los detalles y el desdibujamiento estético del mundo". Antes, en la Introducción (pp. 8-9), había advertido: "Descubrí estas historias y las hice mías, como hacían los antiguos marinos con las tierras recién descubiertas". Al lector inteligente le corresponde zarpar y navegar por este singular mapa poético.   
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FLOREANA Islas Galápagos [Ecuador]


ESPAÑOL Santa María //  INGLÉS antiguamente Charles

573 Kilómetros cuadrados / 100 habitantes


Dramatis Personae; Dore Strauch, una profesora de instituto que sueña con una vida más emocionante que su matrimonio con el director del centro que le dobla la edad, y el doctor Friedrich Ritter, un dentista berlinés de frente arrugada y las pupilas brillantes que desea cartografiar el cerebro humano y que siente que la civilización no tiene nada nuevo que ofrecerle. En 1929 ambos abandonan a sus respectivos cónyuges para escapar a Floreana. un lugar sin estado, donde solo gobierna la ley de la necesidad. El escenario de la trama: una isla solitaria que nunca llegó a ser colonizada. Aquí, en el cráter verdoso de un volcán extinto, Friedrich y Dore establecieron su hogar: la granja Frido, una cabaña de chapa y acero inoxidable, y empezaron a cultivar esta tierra prometida, sin pensar en el pasado ni en el futuro. Su vestuario se reduce a unos harapos de ermitaño que solo utilizan cuando reciben visitas; al principio solo iban a Floreana curiosos que querían rellenar páginas de periódicos con la Historia de Adán y Eva en las Galápagos, pero pronto comienzan a llegar muchos imitadores. Apenas puedo creer que llegaran tantos visitantes a este lugar tan remoto e inaccesible, anota Ritter en su diario. En 1932 un nuevo personaje aparece en este teatro al aire libre: la austriaca Eloise Wagner de Bousquet, baronesa autoproclamada, una vividora de dientes grandes y pestañas oscuras, impulsada por la firme intención de construir un hotel de lujo para millonarios en la isla. Entre sus pertenencias se incluyen vacas, patos y pollos, ochenta quintales de cemento y dos amantes:Lorenz, un joven flaco y esmirriado, de cabello rubio como el trigo, y Philippson, un tipo atlético, fuerte y musculoso. Ambos son esclavos de los deseos y caprichos de la baronesa. quien disfruta jugando a ser emperatriz, tiranizando a los dos hombres y dando órdenes a golpes de látigo y pistola. Le gustaba atormentar al pobre Lorenz y herir a los animales. para volver a curarlos después. El hotel, que se iba a llamar Hacienda Paraíso, nunca llegó a ser construido, se quedó en una lona aislante extendida sobre cuatro estacas, bajo la que dormían los tres. La comedia acabó siendo un melodrama policíaco: en 1934 la baronesa y Philippson desaparecieron sin dejar rastro; el esqueleto de Lorenz fue encontrado en la playa de una isla cercana y el doctor Ritter murió por una intoxicación alimentaria. Solo Dore regresó a Berlín y los periódicos de todo el mundo especularon durante mucho tiempo sobre el affaire de las Galápagos. A día de hoy aún no se sabe quién fue el asesino.

LILUS KIKUS, Elena Poniatowska

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ELENA PONIATOWSKA, Lilus Kikus, Era, México, 1985, 64 páginas.

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Era reedita este libro publicado por primera vez en 1954. Le añaden interés a las doce narraciones las ilustraciones de la surrealista Leonora Carrington.
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LA AMIGA DE LILUS

   Lilus tenía una amiga: Chiruelita. Consentida y chiqueada. Chiruelita hablaba a los once años como en su más tierna infancia. Cuando Lilus volvía de Acapulco, su amiga la saludaba: ¿Qué tal te jué? ¿No te comielon los tibulonchitos, esos felochíchimos hololes?
   Semejante pregunta era una sorpresa para Lilus, que casi se había olvidado del modo de hablar de su amiga, pero pronto se volvía a acostumbrar. Todos sus instintos maternales se vertían en Chiruela, con máxima adoración. Además, Lilus oyó decir por allí que las tontas son las mujeres más encantadoras del mundo. Sí, las que no saben nada, las que son infantiles y ausentes... Ondina, Melisenda...
   Claro que Chiruelita se pasaba un poco de la raya, pero Lilus sabía siempre disculparla, y no le faltaban razones y ejemplos. Goethe, tan inteligente, tuvo como esposa a una niña fresca e ingenua, que nada sabía pero que siempre estaba contenta.
   Nadie ha dicho jamás que la Santísima Virgen supiera algo de griego o latín. La Virgen extiende los brazos, los abre como un niño chiquito y se da completamente.
   Lilus sabe cuántos peligros aguardan a quien trata de hablar bien, y prefiere callarse. Es mejor sentir que saber. Que lo bello y lo grande vengan a nosotros de incógnito, sin las credenciales que sabemos de memoria...
   Las mujeres que escuchan y reciben son como los arroyos crecidos como el agua de las lluvias, que se entregan en una gran corriente de felicidad. Esto puede parecer una apología de las burras. Pero ahora que hay tantas mujeres intelectuales, que enseñan, dirigen y gobiernan, es de lo más sano y refrescante encontrarse de pronto como una Chiruelita que habla de flores, de sustos, de perfumes y de tartaletitas de fresa.
   Chiruelita se casó a los diecisiete años con un artista lánguido y maniático. Era pintor, y en los primeros años se sintió feliz con todas las inconsecuencias y todos los inconvenientes de una mujer sencilla y sonriente que le servía té salado y le contaba todos los días el cuento del marido chiquito que se perdió en la cama, cuento que siempre acaba en un llanto cada vez más difícil de consolar.
   Pero un día que Chiruelita se acercó a su marido con una corona de flores en la cabeza, con prendedores de mariposas y de cerezas en las orejas, para decirle con su voz melodiosa: "Mi chivito, yo soy la Plimavela de Boticheli. ¡Hoy no hice comilita pala ti!", con gesto lánguido el artista de las manías le retorció el pescuezo.


CAZA MAYOR, Manuel Moya

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MANUEL MOYA, Caza mayor, Baile del Sol, Tegueste, 2014, 210 páginas.

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AMOUR FOIE
    a Manolo López, que anduvo conmigo en la patria del foie

   Por ti no me importaría dejarme reventar el hígado por ese granjero hijo de puta. Por ti me hubiera dejado retorcer el pescuezo, por ti habría aceptado verme reducida a una pelotita de foie gras. Por ti me hubiera dejado cocinar a la naranja o servir de relleno a un edredón nórdico... pero ahora resulta que no ves claro lo de dejar la granja, que no estoy a tu altura, joder, que te crees un maldito cisne.

CALENDARIO DE LA SABIDURÍA, Leon Tolstoi

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LEON TOLSTOI, Calendario de la sabiduría, Martínez Roca, Barcelona, 1998, 382 páginas.

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Peter Sekirin en Tolstoi y la creación del Calendario de la sabiduría (pp. 7-11) considera éste como el último libro importante del autor ruso, dado que ocupó quince años de su vida en  compilar la sabituría de los siglos en un solo libro. Publicado en 1912, después de la Revolución, fue prohibido "debido a la orientación espiritual del libro y a sus numerosas citas religiosas".
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24 DE MAYO



El amor es una de las manifestaciones de Dios en el hombre.
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El propósito de la vida es expresar el amor en todas sus manifestaciones.
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Con el fin de ser feliz, deberías amar, amar con abnegación, a todos y a todo, y tender una red de amor por todas partes. No importa quién caiga en esta red. Atrápalos a todos y llénalos de amor.
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Todo el mundo puede recordar un momento, común a todas las personas, tal vez de la niñez, cuando quería amar a todo el mundo y a todo, a su padre, a su madre, a sus hermanos, a los malvados, a un perro, a un gato, a la hierba, y quería que todo el mundo se sintiera bien, se sintiera feliz. Y aún más, deseaba hacer algo especial para que todo el mundo fuera feliz, hasta el punto de sacrificarse, de dar la vida para que todo el mundo viviera feliz y contento. Este sentimiento es el sentimiento del amor, y ha de ser mutuo, porque es la vida de todas las personas.
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Todo cuanto hagas debería estar henchido de amor.

EL OJO DE LA CERRADURA, José Luis Cantos

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JOSÉ LUIS CANTOS, El ojo en la cerradura, Ediciones del Cruciforme, 2013, 108 páginas.

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VENUS DE MILO

   —Han vuelto a crecerle —observó, encaramado a la escalera—. Cada año pasa lo mismo.
   —Quizás solo quiera sentir un abrazo, aunque tenga que proporcionárselo ella misma —suspiró su ayudante, melancólico.
   —Calla —atajó el restaurador, alzando el martillo—, no me lo hagas más difícil. 

K, Lilian Elphick

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LILIAN ELPHICKK, Ceibo Producciones, Santiago de Chile, 2014, 80 páginas.

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NICROPHORUS VESPILLO

   Soy como soy, señores del jurado. Mi familia es la más antigua del planeta. Ya en el año 1300 A.C., momificábamos los cadáveres de los otros, los inocentes que paseaban cerca nuestro, alardeando de sus élitros transparentes. Silphidus era el encargado de engañarlos. Hasta las ratitas caían en sus juegos de tenazas.
   Es cierto que maté a Gregorio. Se miraba todo el día en el espejo, esperando la transformación. Buenos días, Franz, decía frente a su imagen coleóptera, creyendo ver a un muchacho flaco y ojeroso.
   No alcanzó a sentir el golpe, lo juro. Escarbé la tierra, lo deposité en su lecho y comencé de inmediato a hacer la bola. Con ella se alimentaron mis larvas, que crecieron y crecieron hasta llegar a ser una multitud de jóvenes tísicos, pálidos y muy melancólicos, todos escritores.

LOS SUEÑOS DEL REY ROJO (VOL. I), Alberto Sánchez Argüello

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ALBERTO SÁNCHEZ ARGÜELLO, Los sueños del rey rojo. Primer volumen, Parafernalia, Managua, 2012, 124 páginas.

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GRANDES IDEAS

   El país era tan diminuto que cuando un ciudadano tenía grandes ideas se veía obligado a emigrar.

CASA DE FIERAS, Julio Monteverde & Julián Lacalle

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JULIO MONTEVERDE & JULIÁN LACALLE, Casa de fieras, Enclave de Libros, Madrid, 2013, 68 páginas.

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Julio Monteverde y Julián Lacalle regalan al lector este particular bestiario, pues sus ojos alucinados sí saben reconocer en los objetos "el aliento de la posibilidad".   

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EL TIBURÓN MATERIALISTA


   Lo único que os interesa de mí es la historia de mi conversión.
   Tiempo atrás, mecido por la corriente, yo fui idealista. En mis pensamientos divagué durante siglos convencido de la preeminencia del espíritu. Así, pagado de mí mismo, orgulloso, salía a recorrer las mareas como quien se deja arrastrar por el tiempo. Creía en las ideas, y buscaba la contemplación de los bañistas y la trayectoria apática de los peces más tontos. Me entretenía en encontrar frecuencias.
   Mi vida era perfecta. Creaba espacios vacíos que rodeaban la existencia de las cosas más simples, y luego lo saturaba de conceptos. Sin embargo, ¡Qué equivocado estaba! ¡Cuán alejado me encontraba de la verdadera presencia! Ahora ya no busco nada. ¿Quién necesita ideas cuando la materia vibra?
   Porque nada, ni la espuma besando las playas milenarias ni los infinitos campos de ondas en las planicies abisales. Nada, ni las simas misteriosas ni la quilla habitada de los barcos, ha podido jamás hacerme comprender alguna cosa como lo hizo aquél corte fino, limpio y claro que por instinto efectué un día de verano en el muslo de una muchacha.
   Yo ya estoy perdido y soy irrecuperable. Jamás volveré al silencio de las ideas y seguiré por siempre buscando atravesar de nuevo aquel límite. Pero vosotros, que queréis saber lo que significa verdaderamente la palabra materialismo, sabed por mi boca que no hay nada como abrir la carne con un corte limpio para comprenderlo. Ahí se acaban las historias, las distancias, y todo se concentra en una única iluminación.
   Esta y no otra es la historia de mi conversión.


LA VIDA REPENTINA, Eugenio Mandrini

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EUGENIO MANDRINI, La vida repentina, Macedonia, Morón, 2014.

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DE LA LUZ Y LA SOMBRA

   Todas las noches el ciego soñaba que disparaba un tiro al aire, y al rato aparecía su perro lazarillo con una perdiz entre los dientes.
   La última noche la escopeta se quedó sin balas, el perro se fue con su jauría, y las perdices emigraron.
   El ciego había apoyado su bastón en la sien, levantándose la tapa de las sombras.

LAS AVES, Ana Gerard & Cecilia Varela

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ANA GERHARD & CECILIA VARELA, Las aves, Océano Travesía, Barcelona, 2011, 56 páginas.

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Subtitulado Introducción a la música de concierto, contiene veinte piezas dedicadas a las aves en las que diversos compositores se han inspirado para crear su música. Cecilia Varela ilustra un libro que se abre oportunamente con el poema de Jacques Prévert Para hacer el retrato de un pájaro y se cierra con un Glorario de términos musicales.
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Einojuhani Rautavaara (1928)

Compositor filandés, que junto con Jan Sibelius, es el músico más conocido de este país. Profesor en la Academia Sibelius, Rautavaara es muy prolífico y ha compuesto obras con las más diversas fromas musicales.

Rautavaara experimentó en su juventud con los estilos de vanguardia de entonces, para después retomar sólo algunos elementos y crear su propio estilo. Una caracteristica de su música es la intención de crear paisajes sonoros.


MELANCOLÍA

Concierto para pájaros y orquesta

Los solistas de esta obra son las aves del polo norte: las grullas (muy parecidas a la garza, con sus cuellos y patas), las alondras de pantano y los cisnes. En contraste con las piezas anteriores, en el segundo movimiento Melancolía esscucharás cómo, lejos de transmitirnos la alegría de la primavera, estas aves nórdicas nos evocan la tristeza y la soledad del paisaje invernal.

Cantus Arcticus fue escrita en 1972 por encar­go de la Universidad Ártica de Oulu. Según cuenta el compositor, ya con la idea de un con­cierto para pájaros y orquesta en mente, se fue a pasear por los pantanos de Laponia, donde había pasado muchos veranos de su infancia. Ahí grabó a los pájaros cuyo canto “forma un misterioso contrapunto con los murmullos del bosque”. Al regreso de su excursión, en esta obra Rautavaara incorporó, junto a la música de los instrumentos, las voces de las aves repro­ducidas con las cintas magnéticas. 

EL MANUSCRITO, Patricia Nasello

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PATRICIA NASELLO, El manuscrito, Córdoba, 2001.

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AMANTES

   Estamos sobre la colina, al sol. De cara al mar.
   Celebrando.
   Acaricio su cuello, ciño mis muslos a su cuerpo.
   La gente que está abajo, en la playa, levanta la vista, nos señala.
   Me aferraría aún más a él si pudiera. Por deseo no, por rebeldía supongo.
   Los veo preparar sus cámaras fotográficas, subir la sierra.
   Vienen hacia nosotros.
   Este grupo trae un guía. El guía habla con voz chillona y explica obviedades: que estamos hechos en mármol, que yo soy una diosa que mi compañero un cisne, que lo monto como a un caballo.
   El hombre no tiene precisiones. Tal vez soy Afrodita. Quizá nos esculpieron hace 2400 años.
   —Nadie sabe cuánto más podremos disfrutar esta belleza —termina diciendo—, por el problema de la lluvia ácida— aclara.
   Los turistas se aburren. Toman algunas fotos, con descuido, apuradas. Y regresan a las olas. 
   El guía se demora un par de minutos a nuestro lado. Cuando cree que nadie lo observa, me acaricia.
   Su sudor se pega a mis labios.
   Me mira a los ojos. Con mirada firme. Precisa. De lobo.
   —2400 años, miserable cantidad de tiempo para una diosa —estimo—, pero estoy cansada. De  lobos y de cisnes. Te agradezco, lluvia ácida.  

A FAVOR DEL PLACER, Manuel Vicent

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MANUEL VICENT, A favor del placer, El País Aguilar, Madrid, 1993, 264 páginas.

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GOLIAT

   Del campamento de los filisteos salió un hombre bastardo llamado Goliat, cuya estatura alcanzaba seis codos y un palmo, equivalentes a casi tres metros de altura. Traía en la cabeza un morrión de bronce e iba vestido con una coraza escamada, calzaba inmensas botas también de bronce y además usaba un gran escudo para protegerse los hombros. El astil de su lanza tenía el grueso de un enjullo de telar. Este gigante, encaramado en un risco, desafió a las huestes de Israel con bravatas de muerte. Frente a él estaba David, pastor nacido en Belén, un joven desvalido, aunque de gallarda presencia, hábil en tañer el arpa y en el manejo de la honda. El combate entre ellos parecía desigual. David escogió del torrente cinco guijarros bien lisos, los guardó en el zurrón y desde el valle subió al monte en busca del filisteo, que le esperaba en lo alto de una breña cubierto de metales. Mientras aquel bravucón se deshacía en amenazas, el pequeño pastor de ojos azules tomó la honda y con ella lanzó una piedra, la cual fue directa a incrustarse en la testa del gigante, quedando éste derribado. Entonces David se abatió sobre él, y después de segarle el cuello, llevó la cabeza de Goliat, triunfalmente, a Jerusalén. Según la historia, así sucedieron las cosas; pero la historia miente. Las cosas sucedieron al revés. Goliat no era filisteo, sino judío. Este coloso, adornado con toda la maquinaria de guerra, se paseaba por tierras de Jehová repartiendo culatazos a los palestinos con suprema ignominia. En cierta ocasión, el gigante se hallaba en el filo de un terraplén, y hasta allí llegó un humilde muchacho armado sólo con un tirachinas. Este nuevo David se atrevió a arrojar a Goliat  un miserable pedrusco que rebotó en su admirable coraza. El gigante montó en cólera, y dando cuatro zancadas, alcanzó en seguida al agresor. Le fijó con la bota el gaznate contra el suelo de Abraham y, sin pensarlo nada, le partió los brazos con una roca. Los huesos del pequeño David saltaron como piñones. Luego el gigante le arreó dos patadas en los riñones y soltó una carcajada.

LA IMPURA VERDAD, Edgardo Ariel Epherra

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EDGARDO ARIEL EPHERRA, La impura verdad. Cuentos de doble filo, Macedonia, Morón, 2012.

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ALERTA AMARILLA

   Por largo tiempo en Oriente la Poesía impuso a uno de sus hijos rigurosas amputaciones, hasta dejarlo enano. Hoy este engendro recorre el mundo con una mueca de lacónica ferocidad. Prontuariado bajo el nombre de Haiku, simula ser un inocente contrabandista de aforismos, pero esa fachada oculta a un violador. A la vuelta de cualquier página (incendiado de lujuria bonsái) el monstruo embaraza conciencias y multiplica portadores de la contagiosa ‘Peste Súbita’. Hay motivo para el pánico: víctimas que pidieron ayuda al 911 denuncian que las telefonistas responden en japonés. 

HABLAR CON DESCONOCIDOS, Carlos Skliar

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CARLOS SKLIAR, Hablar con desconocidos, Candaya, Barcelona, 2014, 140 páginas.

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Pronunciarte en gerundio. Para que sigas existiendo.
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Alejarse de uno lo suficiente como para volverse un sueño sin final, la voz ilegible de un desconocido. Ser ese tren que se queda sin trazado, sin guardián, sin horario, a la espera de saber si es regreso o partida. Ser ese árbol de quinta fila al que el viento le llega como murmullo. Ser la voluntad de un camino todavía escondido.
***
Exactamente lo opuesto a las estatuas abandonadas, a los perros perdidos, al llanto doblado de los niños, al momento en que el miedo se concentra en la punta de unas manos que se separan de un cuerpo y ya no regresan: eso es el amor, si es que amor hubiera.
***
Soñarse es traer la vida del otro al deseo de uno, pero dejando su respiración intacta. Por ejemplo: soñar que aquí estás, aunque no sea cierto. Y rozarte, lo que es completamente verdadero.
***
El paso de la vida, su derrotero: antes se morían los más viejos, ahora se mueren tus contemporáneos.

GENTE DE LA CIUDAD, Guillermo Samperio

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GUILLERMO SAMPERIO, Gente de la ciudad, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1986, 182 páginas.

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EL HOMBRE DE NEGRO

   Un hombre embozado en su capetón negro, con un sentimiento hundido en el pecho como estaca, de manera subrepticia viola el tiempo donde existió y viola las oficinas de concreto. Sube, emocionado y misterioso, por las escaleras de servicio. Si escucha algún ruido, detiene el paso, lleva la mano derecha a la empuñadura del sable y espera que el peligro se aleje. Sigue subiendo, mientras en su pecho ahora juguetea una canción plateada que susurra voces negras: sólo tú.
   Llega a un piso muy extraño y sabe hacia dónde dirigir sus pasos. Penetra en la habitación del fondo, donde el aroma a mujer es tan fuerte que él lo reconoce al entrar. Aspira hondo para llevarse en la memoria esa presencia que en ese momento es sólo silencio y penumbra, tiempo perdurable y transfigurado. El Hombre de Negro mete el brazo debajo de su largo capetón, hurga en el pecho como sacándose un dolor, y extrae una flor luminosamente amarilla que trajo el tiempo, cultivada tal vez en la zona norte de San Marino. La deposita en un florero de barro y sale.

EL CUENTO DE LOS CUATRO NIÑOS QUE DIERON LA VUELTA AL MUNDO, Edward Lear

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EDWARD LEAR, El cuento de los cuatro niños que dieron la vuelta al mundo (y algunos limericks), Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2010, 48 páginas.

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Adriana Hidalgo premia, a los que acaben de leer el cuento de los niños viajeros, con un delicioso postre: unos cuantos limericks en traducción de Eduardo Berti con las ilustraciones de Lear en color.
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Había un hombre de barba espesa
que dijo: “¡Vaya sorpresa
una gallina y dos lechuzas
cuatro calandrias y una grulla
anidaron en medio de mi barba espesa!"



There was an Old Man with a beard,
Who said, 'It is just as I feared!
Two Owls and a Hen,
Four Larks and a Wren,
Have all built their nests in my beard!'

JARDÍN FELINO, Nanim Rekacz

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NANIM REKACZ, Jardín felino, Macedonia Ediciones, Morón, 2014.

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FORMACIÓN DE LAS PLAYAS

   Cuando me acuesto al sol temo dormirme y convertirme en roca. Puedo intuir en la costa las inmóviles siluetas de pétreas hembras desnudas, heridas por los rayos, lamidas por las olas.
He oído que las que se niegan a permanecer se desintegran, se hacen arena.

CUENTOS, MICROCUENTOS Y ANTICUENTOS, Mario Halley Mora

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MARIO HALLEY MORA, Cuentos, microcuentos y anticuentos, El Lector, Asunción, 1987, 140 páginas.
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AMOR Y CELOS

   Fue el primer amor, y como siempre sucede, ella se casó con otro, y él permaneció soltero, un poco por desengaño y otro poco por comodidad. Ella tuvo una hija que era su vivo retrato. Él, maduro ya, conoció a la hija de su antiguo amor, y la amó como había amado a la madre, y la muchacha amó al galán maduro como no lo había amado su madre. La madre siente unos celos ardientes, pero todavía no está segura de quién.

RUBAYAT, Abusaíd Abuljair

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ABUSAÍD ABULJAIR, Rubayat, Trotta, Madrid, 2003, 96 páginas.

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En Sobre el Sheij Abusaíd Abuljair Que la pad divini esté con él (pp. 17-33), Farid ud-Din Attar escribe: "En la pobreza, anodadamiento y sufrimiento alcanzó un altísismo grado". En el Preliminar (pp. 11-16) Clara Janés y Ahmad Taherí, traductores de los poemas seleccionados por Mohsén Emadí, trazan la biografía de Abusaíd Abuljair (967-1043), fascinado ya desde niño por la espiritualidad sufí. 
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La mitad de tu rostros: "¿Lejos he partido?"
La otra mitad: "Existe un castigo."
Escrito alrededor: "la vida doy, la vida quito."
"Quien muere de amor, muere en el martirio."

NO LEER, Alejandro Zambra

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ALEJANDRO ZAMBRA, No leer, Alpha Decay, Barcelona, 2013, 240 páginas.

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LECTURAS OBLIGATORIAS

   Aún recuerdo la tarde en que la profesora de castella­no se volvió a la pizarra y escribió las palabras prueba, próximo, viernes, Madame, Bovary, Gustave, Flau­bert, francés. Con cada palabra crecía el silencio y al final solamente se oía el triste chirrido de la tiza. Por entonces ya habíamos leído novelas largas, casi tan lar­gas como Madame Bovary, pero esta vez el plazo era imposible: teníamos apenas una semana para enfren­tar una novela de cuatrocientas páginas. Comenzába­mos a acostumbrarnos, sin embargo, a esas sorpresas: acabábamos de entrar al Instituto Nacional, teníamos doce o trece años, y ya sabíamos que en adelante todos los libros serían largos.
   Así nos enseñaron a leer: a palos. Todavía pienso que los profesores no querían entusiasmarnos sino di­suadirnos, alejarnos para siempre de los libros. No gas­taban saliva hablando sobre el placer de la lectura, tal vez porque ellos habían perdido ese placer o nunca lo habían experimentado realmente: se supone que eran buenos profesores, pero en ese tiempo ser bueno era poco más que saberse los manuales.
   Como en el poema de Parra, los profesores nos vol­vían locos con preguntas que no iban al caso. Pero al poco tiempo ya conocíamos sus trucos o teníamos tru­cos propios. En todas las pruebas, por ejemplo, había un ítem de identificación de personajes, que incluía puros personajes secundarios: mientras más secunda­rio fuera el personaje era mayor la posibilidad de que nos preguntaran por él, así que memorizábamos los nombres con resignación y también con la alegría de cultivar un puntaje seguro.
   Había cierta belleza en el gesto, pues entonces éra­mos justamente eso, personajes secundarios, centena­res de niños que cruzaban la ciudad equilibrando ape­nas las mochilas de mezclilla. Los vecinos del barrio tomaban el peso y hacían siempre la misma broma: pa­rece que llevaras piedras en la mochila. El centro de Santiago nos recibía con bombas lacrimógenas, pero no llevábamos piedras sino ladrillos de Baldor o de Vi­llee o de Flaubert.
    Madame Bovary era una de las pocas novelas que había en mi casa, así que esa misma noche comencé a leerla, siguiendo el método de urgencia que me ha­bía enseñado mi padre: leer las dos primeras páginas y enseguida las dos últimas, y sólo entonces, sólo des­pués de saber el comienzo y el final de la novela, se­guir leyendo de corrido. Si no alcanzas a terminar, al menos ya sabes quién es el asesino, decía mi padre, que al parecer solamente había leído libros en que ha­bía un asesino.
   La verdad es que no avancé mucho más en la lectu­ra. Me gustaba leer, pero la prosa de Flaubert simple­mente me hacía cabecear. Por suerte encontré, el día anterior a la prueba, una copia de la película en un vi­deoclub de Maipú. Mi mamá intentó oponerse a que la viera, pues pensaba que no era adecuada para mi edad, y yo también pensaba o más bien esperaba eso, pues Madame Bovary me sonaba a porno, todo lo francés me sonaba a porno. La película era, en este sentido, decepcionante, pero la vi dos veces y llené las hojas de oficio por lado y lado. Me saqué un rojo, sin embargo, de manera que durante bastante tiempo asocié Mada­me Bovary a ese rojo y al nombre del director de la pe­lícula, que la profesora escribió entre signos de excla­mación junto a la mala nota: ¡Vincente Minnelli!
   Nunca volví a confiar en las versiones cinemato­gráficas y desde entonces creo que el cine miente y la literatura no (pero no tengo cómo demostrar eso, por supuesto). Leí la novela de Flaubert mucho tiem­po después y suelo releerla más o menos a la altura de la primera gripe del año. No es misterioso el cambio de gustos, pues cosas similares suceden en la vida de cualquier lector. Pero es un milagro que hayamos so­brevivido a esos profesores, que hicieron todo lo posi­ble para demostrarnos que leer era la cosa más aburri­da del mundo.

PURA LÓGICA, Benjamín Prado

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BENJAMÍN PRADO, Pura lógica, Hiperión, Madrid, 2012, 142 páginas.

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En el Epílogo (pp. 124-135), Julio César Galán destaca el "fuerte carácter lírico" de estos quinientos aforismos que ha compilado para este volumen.  
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La crisis repta, no vuela; muerde a ras de suelo y nunca en los despachos más altos.
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Una amenaza tiene el tamaño de las personas que la temen.
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Hay gente que confunde vivir con estar vivo.
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A menudo ya es demasiado tarde. A menudo, cuando aprendes a tragarte el sable el circo ya está en otra ciudad.
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Cada cosa que pierdes te convierte en una persona distinta.
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La venganza es la victoria de los derrotados.
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Un cuchillo es un cubierto, una herramienta o un arma dependiendo de la mano en la que acabe. Un poema, también.
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La poesía hace invisible al silencio como la arquitectura le da forma al vacío.



RELATOS, Samuel Beckett

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SAMUEL BECKETT, Relatos, Tusquets, Barcelona, 1997, 256 páginas.

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A LO LEJOS UN PÁJARO

   Tierra cubierta de ruinas, ha caminado toda la noche, yo renuncié, rozando los setos, entre calzada y cuneta, sobre la hierba seca, pasitos lentos, toda la noche sin ruido, deteniéndose a menudo, más o menos cada diez pasos, pasitos desconfiados, volviendo a tomar aliento, escuchando luego, tierra cubierta de ruinas, yo renuncié antes de nacer, no es posible de otro modo, pero era preciso que eso naciese, fue él, yo estaba dentro, se ha detenido, es la centésima vez esta noche, más o menos, eso indica el espacio recorrido, es la última, se ha encorvado sobre su bastón, yo estoy dentro, es él quien ha gritado, él quien ha salido a la luz, yo no he gritado, yo no he salido a la luz, las dos manos, una sobre otra, descargan su peso en el bastón, la frente en las manos, ha vuelto a tomar aliento, puede escuchar, tronco horizontal, piernas separadas, dobladas las rodillas, mismo abrigo viejo, los faldones envarados se levantan por atrás, despunta el día, no tendría más que levantar los ojos, que abrirlos, que levantarlos, se confunde con el seto, a lo lejos un pájaro, lo justo para sorprender y se larga, es él quien ha vivido, yo no he vivido, malvivido, por mi culpa, es imposible que yo posea una conciencia y tengo una, otro me com prende, nos comprende, está ahí, ha terminado por llegar hasta ahí, le imagino, ahí comprendiéndonos, las dos manos y la cabeza hacen un montoncito, las horas pasan, él no se mueve, me busca una voz, es imposible que yo tenga voz y no la tengo, va a encontrarme una, me irá mal a él, le ajustaré las cuentas, sus cuentas, pero nada más, esta imagen, el montoncito de las manos con la cabeza, el tronco horizontal, los codos por ambas partes, los ojos cerrados y el rostro paralizado a la escucha, los ojos que no se ven y todo el rostro que no se ve, el tiempo no cambia nada, esta imagen y nada más, tierra cubierta de ruinas, la noche se retira, se ha largado, yo estoy dentro, va a matarse, por mi culpa, voy a vivir eso, voy a vivir su muerte, el final de su vida y después su muerte, poco a poco, en presente, cómo va a arreglárselas, es imposible que yo lo sepa, no lo sabré, poco a poco, él es quien morirá, yo no moriré, no quedará de él más que los huesos, yo estaré dentro, no quedará de él más que arena, yo estaré dentro, no es posible de otro modo, tierra cubierta de ruinas, ha atravesado el seto, ya no se detiene, nunca dirá yo, por mi culpa, no hablará con nadie, nadie le hablará, no hablará solo, no queda nada en su cabeza, yo pondré en ella lo que se necesita, para acabar, para no decir más yo, para no abrir ya la boca, confundidos recuerdos y pesares, confusión de seres queridos y juventud imposible, inclinado hacia delante y sosteniendo el bastón por el medio avanza tropezando a campo traviesa, una vida mía, lo intenté, ha sido un fracaso, nunca más que suya, mala, por mi culpa, él decía que no había sólo una, pero sí, sólo hay una todavía, la misma, pondré rostros en su cabeza, nombres, lugares, lo tramaré todo, con qué terminar, sombras para huir, últimas sombras, para huir y para perseguir, confundirá a su madre con unas grullas, a su padre con un peón caminero llamado Balfe, le pegaré un viejo chucho enfermo para que ame todavía, se pierda todavía, tierra cubierta de ruinas, pequeños pasos enloquecidos.

PIEDRAS NEGRAS, Jesús Zomeño

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JESÚS ZOMEÑO, Piedras negras, Lengua de Trapo, Madrid, 2013, 162 páginas.

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CRUEL

   Las tropas se han acantonado en el pueblo. Los batallo­nes siguen un turno rotatorio. Descansan unas semanas y vuelven a las trincheras. Vivir aquí es una gracia tran­sitoria.
   Al atardecer inicia la marcha el relevo. Cuando los sol­dados reciben la orden, se les encoge el corazón y compri­men el cuerpo para meterse dentro de sus mochilas. El petate les protege, delimita lo que es suyo de lo que no les pertenece. Afuera, el mundo es inmenso y está lleno de peligros; en cambio, lo de dentro es escaso, concreto y fiable. En el interior de sus mochilas todo tiene una fina­lidad y nada provoca duda alguna. No hay espacio para lo abstracto ni para divagaciones. Solo cabe lo que es im­prescindible, y son tan pocas cosas que al verlas compren­des el escaso valor de la vida. Si tuviéramos que juzgar, no podríamos dar mucho valor ni trascendencia a un hom­bre que al morir se presenta únicamente con un abrela­tas, un cuchillo, una cuchara-tenedor, un cabo de vela, un peine, un espejo chico, medio frasco pequeño de colonia, un lapicero, una caja de cerillas mojadas en la que solo queden dos, un ovillo de hilo gris con una aguja, tres pal­mos de cuerda, un trozo de hule para la lluvia y un reloj. Nadie sabe si el reloj funciona, porque el soldado tiene miedo de darle cuerda.

   Los del relevo marchan al atardecer. Con suerte, si no llueve ni se pierden, llegarán pasada la medianoche a las trincheras de primera línea. Las bombas les harán un tanteo en el camino. Les esperan los supervivientes de las compañías a las que sustituyen y que ahora van a re­gresar. En el petate de los que vuelven sobra espacio, por­que ellos tienen ambiciones y esperanza y no precisan nada de lo que traen.

Cuando pasan camino del frente por la puerta de mi casa, los soldados se asoman a la ventana y sonríen. No es alegría, sino nostalgia. La paz se refleja en su cara, una paz que no tienen pero anhelan. Yo entonces levanto del plato la cuchara de madera y dejo que las gachas se enfríen sin prisa, no les soplo por no diluir la satisfacción del momento. La cuchara oculta mi sonrisa.

Ellos regresan al frente y yo me mantengo a salvo.

Enciendo el fuego y dejo abierto el portón de la ven­tana para que me vean cuando pasan camino de las trincheras. Tengo un poder sobre ellos, porque saben que yo sobreviviré a pesar de los próximos ataques. Yo quisiera que no acabase nunca esta guerra: no quiero volver a ser un pobre tullido sin piernas que provoque lástima. Ahora me envidian.

Los soldados pasan por delante y arrastran los pies como si lamentasen tenerlos cuando vuelven a las trin­cheras. A mí también me aprietan los zapatos que guardo debajo de la cama. El del pie izquierdo tiene rota la suela y abre paso al polvo y a las piedras del camino, además me entra agua cuando llueve. Son de piel rígida, me están pequeños. Odio esos zapatos negros, soy afortunado de que me hayan amputado las piernas.

Un hombre cruel, soy un hombre cruel. Afilo cuchillos, tijeras y guadañas de los campesinos. Me gusta mi tra­bajo. Cuido sobre todo del filo en la punta, me recreo en sus posibilidades. Cualquier cosa que corten después se igualará a los muñones de mis piernas y hará del mundo un lugar un poco más equilibrado y justo.

Mi mujer escupe dentro de mi plato de sopa y yo le digo que la quiero, porque es su obligación cuidarme hasta que yo deje de decirle que la quiero. Los hijos que no tenemos reposan en el fondo de la ciénaga, entre los sapos y los otros cadáveres junto a los que volaron mis testículos.

Mi mujer es feliz porque sabe que no le queda otro re­medio. Se agacha para fregar el suelo de pizarra, a salvo de la patada que le daría si tuviese piernas. Mi esposa es gorda como una vaca y sus pechos enormes y blancos, como de interior desbordado. La textura de esas tetas es blanda y derretida, apretarlos no proporciona más satisfacción que la de sostener en la mano el contenido de un vaso de leche que se derrama entre tus dedos y mancha el suelo. Piel ma­cilenta, de engrudo mal diluido. Ella tiene además un culo espantoso: aplastado y estrecho, claramente desproporcio­nado con la anchura de los hombros y el grosor de los mus­los. Ella presume de sus pezones, porque piensa que a los hombres nos gusta masticarlos, y es que los soldados que conoce se los muerden con tanta fuerza que cualquiera diría que les repugna tener que amarla.

Lamería la boca sin dientes de los borrachos si traba­jase en un burdel de París, pero aquí puede fingir casti­dad, sorpresa, indignación.., antes de ceder. Se permite incluso una clara preferencia por los oficiales. Sobran pa­labras, pobre mujer: gorda, perversa y deformada ante tantos hombres desesperados. Es feliz en esta guerra y prefiere este a cualquier otro lugar del mundo. En nin­guna parte sería tan hermosa ni tan deseada.

Ella me quiere porque mi mutilación justifica su in­continencia. Miente si dice que hace el amor conmigo por la noche, porque yo duermo dentro de una caja de galle­tas y ella cierra la tapa antes de irse a la cama con otro.

Pasan los soldados con los petates a la espalda, si­guiendo el turno rotatorio con el que les convoca la muerte en las trincheras. Mi esposa finge no verlos cuando se aso­man, acaso porque tema haber olvidado a más de uno. Yo, en cambio, pido que enciendan en casa otra lámpara, y no por alumbrarles el camino, sino para que la penumbra no impida que les duelan los detalles. Muestro orgulloso los muñones de mis piernas, para que les quede claro que yo, a diferencia de ellos, nunca volveré a las trincheras.

Hay quienes hacen negocio con las tropas. Mis vecinos les venden vino y comida, les alquilan mesas, sillas, la bañera o incluso una cama. Es porque con esa riqueza se previenen para cuando acabe la guerra. En cambio, nosotros no tenemos futuro. Vendrá el circo a llevarnos cuando acabe esta guerra y seremos exhibidos a la com­pasión del público, pero hasta que eso ocurra nosotros seremos los afortunados.

¡Ojalá nunca termine la guerra!

LA RAZÓN POR LA QUE SALTO, Naoki Higashida

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NAOKI HIGASHIDA, La razón por la que salto, Roca, Barcelona, 2014, 192 páginas.

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No es hasta los trece años cuando Naoki Higashida, joven japonés con un grado severo de autismo, comienza a comunicarse y utilizar la palabra para transmitir sus pensamientos y emociones. Sin embargo, no sólo logrará hacerlo para aspectos de la vida diaria: a través de este libro, proporciona una puerta de entrada, con preguntas y respuestas, hacia su mundo interior, y la acompaña, además, con una colección de breves relatos que confirman su sueño de ser escritor en una realidad. Las sugerentes ilustraciones de Kai & Sunny, o el prólogo de David Mitchell, se presentan como un buen complemento para el atractivo intrínseco de estas páginas.

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EL CUERVO NEGRO Y LA PALOMA BLANCA

   Había una vez un cuervo negro a quien le gustaba una canción llamada Los siete cuervitos, que decía: «Croo, croo, croo, ¿por qué graznas así?». Normalmente, en los cuentos, los cuervos son malos, arrogantes y todo el mundo los odia, pero en esta canción no era así. Al cuervo negro, la fama que tenían le disgustaba, y se preguntaba: «¿Por qué siempre tienen que ser los cuervos los malos de la pelicula?».
   Un día, una paloma blanca que se había perdido se encontró con el cuervo negro.
   —¿Adónde conduce este camino? —le preguntó, y se quedó mirando al suelo, con aspecto desvalido.
   El cuervo negro no entendia qué estaba pasando.
   —¿Qué es lo que sucede?
   La paloma blanca, al borde de las lágrimas, respondió: 
   —Llevo buscando el camino a la felicidad durante mucho mucho tiempo, pero no lo encuentro. ¥ se supone que yo soy el ave de la paz...
   El cuervo negro se sorprendió al ver que incluso un pájaro tan bello y querido por todos como la paloma blanca tuviera también graves problemas en los que pensar, y respondió:
   —¡Pero si todos los caminos son el mismo! iSe conectan en un único camino!
   La paloma blanca pareció sorprenderse ante aquella respuesta. Pero, al cabo de un momento, sonrió:
   —¿Y eso? Así pues, ¿el camino que he estado buscando todo el tiempo es el camino en el que estoy ya? —preguntó la paloma, que se puso de un humor excelente y echó a volar hacia el cielo azul.
   Entonces el cuervo negro también levantó la mirada al cielo y agitó sus alas con fuerza, despegando tras ella. Y, con el cielo azul de fondo, la imagen del cuervo negro se veía igual de perfecta que la de la paloma blanca.

CUENTOS PARA NO MATAR Y OTROS MÁS INOFENSIVOS, Giselle Aronson

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GISELLE ARONSONCuentos para no matar y otros más inofensivosMacedonia, Morón, 2011, 96 páginas.

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PEDIDO

—Sólo te pido una cosa —susurró ella cuando descubrió que él se había propuesto quitarle la ropa.
—Lo que quieras.
—Que parezca amor.

RELATOS CON ABRELATAS, Ricardo Guadalupe

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RICARDO GUADALUPE, Relatos con abrelatas, Octaedro, Barcelona, 2013, 104 páginas.

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Ramón Alcaraz subraya en su prólogo una curiosidad de este libro: después de la lectura de cada texto, se presenta "un breve comentario del autor que nos trae algo más allá de lo que se acaba de leer, su propia visión o aportación particular (...)". Sin embargo, los relatos de Ricardo Guadalupe ya se defienden por sí mismos: cada punto final supone una apelación al lector para que se dirija en busca de un abrelatas, de forma que el filo vaya mellando el metal de las palabras y, al final, la tapa ceda hasta que con deleite pueda degustarse el interior.

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LA ESTELA DEL OLVIDO

   Mucho tiempo después, Teseo, solo, regresó al laberinto donde un día consiguiera ser un héroe. Recorrió sus muros, hasta que, al pasar una encrucijada, una risa le detuvo. Giró a tiempo de ver desaparecer una túnica femenina. ¡Ariadna! Se conjuró no volver a perderla. Persiguió su sombra, probó atajos, pero no la alcanzó. Pensó que habría escapado del laberinto, y cayó exhausto en un claro. Después le despertó la misma risa. Venía de todas partes. Esta vez no la siguió. Se dirigió hacia la salida, que tapió con piedras y selló dejando seco el barro al sol. Fue de vuelta al claro cuando la vio, más bella que nunca. Pero entonces Ariadna, de forma inesperada, desplegó dos grandes alas. Ella le dijo desde el aire que siempre supo volar. Él se quedó pegado al suelo, encerrado.

SOBRE LA FELICIDAD, Epicuro

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EPICURO, Sobre la felicidad, Debate, Barcelona, 2000, 128 páginas.

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En El arte de vivir o la búsqueda de la felicidad (pp. 7-20) Carlos García Gual sintetiza: "La doctrina de Epicuro se caracteriza por su reivindicación del placer como el fundamento natural, fácil y firme de la felicidad". A esta introducción sucede un ensayo firmado por Emilio Lledó Sobre el epicureísmo  (pp. 21-36).
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Con amor a la verdadera filosofía se desvanece cualquier deseo desordenado y penoso.
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Téngase presente sólo el cuadrifármaco: dios no se ha de temer, la muerte es insensible, el bien es fácil de procurar, el mal, fácil de soportar.
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Frente a las demás cosas es posible procurarse seguridad, pero frente a la muerte todos los hombres habitamos una ciudad sin murallas.
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El acordarse de los bienes pasados es muy importante para la vida feliz.
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Cada cual deja la vida como si acabara de nacer ahora.