LEYENDAS MEXICANAS, María Rosa Solsona

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MARÍA ROSA SOLSONA, Leyendas mexicanas, Sirpus, Barcelona, 2006, 112 páginas.

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EL FANTASMA DE LA MONJA

   Después de la conquista de América, los españoles llamaron a México «Nueva España». En la capital de Nueva España construyeron un convento. Se alojaron en él muchas monjas, hijas y familiares de los conquistadores. Una de ellas fue doña María de Alvarado. Era una mujer muy guapa, que tenía muchos pretendientes. Su familia era muy rica y noble.
   Pero María se había enamorado de un joven pobre, conocido por ser peleador y mentiroso. Se llamaba Arrutia. María le amaba y deseaba casarse con él. Los hermanos de la muchacha querían impedirlo, porque sabían que, en realidad, Arrutia sólo quería casarse con ella por su dinero.
   —Nada podréis hacer. Ella me ama y será mi esposa—les dijo él a los hermanos, en tono de burla—.
   Los hermanos, viendo que no la convencerían, ofrecieron a Arrutia una gran cantidad de dinero para que se marchara. Este aceptó y se fue sin siquiera despedirse de ella. No le importaba el dolor que le iba a causar a María. Pasaron dos años. La desdichada joven seguía llorando y sufriendo. Sus hermanos le aseguraron que Arrutia había muerto. Le dijeron que lo mejor para ella era hacerse monja y entrar en el convento.
   Tanta era la tristeza de María que ya no tenía voluntad. Siguió el consejo de sus hermanos y entró en el convento.
   Pero no consiguió olvidar a su amor. En la soledad de su cuarto pensaba en él, en sus palabras de amor y en su promesa de matrimonio. Todas sus oraciones eran para él, para que su alma encontrase paz, ya que lo creía muerto.
   Pero las noticias también llegaban a aquel lugar cerrado. María supo que su amado había recibido dinero a cambio de alejarse de ella. También se enteró de que había vuelto para pedir más dinero a sus hermanos. Estaba vivo y la había traicionado.No pudo soportar tanto dolor.
   Cogió un cordón fuerte, pidió perdón ante la Cruz, y se dirigió a la huerta, al lado de una fuente. Crecía allí un melocotonero en flor. Ató la cuerda a una rama alta y se ahorcó. Su cuerpo blanco y ligero quedó colgando, movido por el viento. Al día siguiente, una de las monjas la encontró muerta. Fue enterrada en el interior del convento. El melocotonero dejó de florecer.
   Al mes siguiente, una de las monjas vio, en las aguas de la fuente, el reflejo del cuerpo de la ahorcada. Y todas las demás monjas pudieron verla, día tras día, cuando el sol del atardecer se ocultaba y comenzaban las primeras sombras.
   Cuando su amado murió, de forma violenta, tal como había vivido, dejó de aparecer. Desde entonces, el melocotonero volvió a cubrirse de flores. Al amanecer están siempre húmedas, como mojadas por lágrimas.


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