JARDÍN DE FRANCIA, Elena Poniatowska

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ELENA PONIATOWSKA, Jardín de Francia, FCE, Madrid, 2008, 430 páginas.

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Recoge este volumen los artículos de que Elena Poniatowska escribió durante los años 50.
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MARÍA CASARES Y JEANNE MOREAU

   Además de Edith Piaf, Audrey Hepburn y Leslie Caron, también María Casares y Jeanne Moreau destacaron en los teatros y en las pantallas de Francia. ¿Quién no conoce a esa gran actriz que es María Casares, la mejor intérprete de Jean Cocteau, de Marcel Carné, de André Cayatte, de Rafael Alberti, la esposa des­deñada por Jean~Louis Barrault en Les enfants do Paradis, la inolvidable muerte en Orfeo?
   La Lady Macbeth de María Casares es una tigresa. Vive en un pequeño departamento de la calle de Vaugirard, en donde los ladridos de su perrito Quat'sous (Cuatro centavos) reemplazan el sollozo de las lechuzas, los rayos y truenos prescritos por Shakespeare. En la sala no había brujas ni caldera con la poción envenenada, ni la bola de cristal del futuro, ni hechizos o escobas. La acompañante de María, su fiel Ángela, le sirve casi a diario unos huevos revueltos con Jitomate porque es española y tiene los mismos gustos que patrona, a quien atiende desde hace más de veinte años.
   María Casares, actriz de origen español, conoce bien a Octavio Paz. Admira su poesía y siente simpatía por Elena Garro, su talentosísima mujer. "Elena es especial, ¿verdad? La encuentro aún más atractiva que él.”
   Es hosca, pero cuando un tema le interesa, se suelta hablando como cotorra, a veces en español, a veces en francés, un poco a la manera de La Bella Otero, que interpreta nuestra María Félix.
   La conversación de María Casares sorprendería a los amateurs de cocktail parties, a los adictos a la trivia, que ella rechaza con una terquedad de hembra española. “¿Qué quiere usted? Soy infeliz en reuniones sociales.” Cuando María ríe, le sale una risita de cabra acatarrada que descon­cierta.
   —¿Qué papeles ha hecho últimamente?
   —La Provincial de Turgueniev, en la que tuve que usar una peluca rubia que me disgustó. “La Segunda”, de Colette. “La Perricholi» peruana, y la Grouchenka de Los hermanos Karamazov papel al que aspiraba la rubia aero­dinámica de la época nylon, Marilyn Monroe. Me quejo de no hacer más que papeles funestos pero reconozco en Lady Macbeth el rol de mi vida.
   María Casares tiene una larga trenza negra que encarcela dentro del casco de Lady Macbeth. Además cuando fuma, da el golpe, como decimos en Méxi­co, y guarda el humo durante tanto tiempo que tuve la absoluta certeza de que saldría pita y pita y caminando como locomotora pero a los cinco minutos lo soltó redondeando la boca, y descansé.
   —Lady Macbeth no es un papel, señorita, es una serie de flashes o de fuegos de artificio (y enciende un fuego de artificio imaginario entre sus de­dos). Lady Macbeth no es un ser humano; es una fuerza de la naturaleza. No está unida a su marido, sino sembrada en él, como un árbol, cuyas raíces se aferran a la tierra. Es tan ambiciosa como una planta sedienta; se seca y espera que la rieguen. Se abandona a la alegría del éxito como el viento a la alegría de soplar. Su crimen es un monumento a la torpeza. El único que puede con ella es el sueño. Hice el papel de Lady Macbeth como pienso que ella lo vivió, es decir, sin pensar


JEANNE MOREAU

Por culpa de Jeanne Moreau, Jean Marais decidió transformarse en Pigmalión. La Moreau lo dejó con la boca abierta y su admiración por ella es ilimitada (Ella y Marlene Dietrich, la abuelita de las piernas más bellas de Europa, son las dos únicas mujeres que han logrado impresionarlo.) A Marais le gusta la barbilla voluntariosa de la Moreau, su mirada atenta, su energía y el modo que tiene de memorizar sus papeles y ensayarlos sin tregua ni descanso.
   Desde que montó Pigmalión de Bernard Shaw Jean Marais no ha tenido otra compañera de teatro. Jeanne huyó de la Comedia Francesa a la edad en que todos sueñan con ser admitidos en ella. Por culpa de Jeanne Moreau, Ma­rais montó también Galatea de Bernard Shaw.
   Si Elisa Doolittle la pordiosera vende violetas, Jeanne Moreau reempla za el cockney de la heroína de Bernard Shaw por una especie de jerga francesa.
   Cada una de las actitudes de la Moreau, sus entradas a escena, sus movimientos fueron minuciosamente planeados por Marais “¡Ah! —dice Jeanne Mo­reau—, puedo tener la certeza de que a mi director no se le va una. Estoy ex­hausta y encantada.”

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