PALABRAS DE DOBLE FILO, Álex Grijelmo

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ÁLEX GRIJELMO, Palabras de doble filo, Espasa, Barcelona, 2015, 280 páginas.

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Subtitulado Avisos y antídotos contra engaños y calamidades, recoge artículos publicados en el diario El País en los últimos años.
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PALABRAS EN BUSCA DE DICCIONARIO

   Miles de palabras seguirán existiendo aunque no figuren en el nuevo Diccionario. Pero casi todos hemos caído alguna vez en la calamidad de decir «esa palabra no existe», cuando el mero hecho de haberla oído certifica lo contrario.
   El lexicón académico ha dejado friera muchos términos cuyo uso, sin embargo, no suena extraño. Si alguien dice «esto es cabreante» no se nos ocurrirá corregirle: «Cabreante no está en el Diccionario»; aunque no esté (que no está). Se trata de una creación legítima, igual que «ilusionante» o «escuchante» (ambas han entrado) o «murmurante» (que sigue fuera); formas todas ellas derivadas de «cabrear», «ilusionar», «escuchar» y «murmurar» (y que se han llamado «participios presentes», «participios activos» o «adjetivos verbales»). No estarán algunas en el Diccionario, pero sí en la gramática. Porque la lengua tiene recursos creativos. Si de «anónimo» deriva «anonimato», ¿cómo no dar validez a «seudonimato» a partir de «seudónimo»?
   El idioma nos sirve para comunicarnos, y todas sus herra­mientas son buenas o malas en función de los interlocutores. Muchos vocablos expresan lo que tanto el emisor como el receptor entienden; y su ausencia del Diccionario no les resta eficacia.
   El director del diario As, Alfredo Relaño, se refería en su periódico el 24 dDiccionarioe agosto de 2013 al «estaribel» montado en el estadio Bernabéu (y luego desmontado) para la presentación del galés Gareth Bale. Muchos lectores se estarán extrañando ahora al saber por estas líneas que la voz «estaribel» no ha sido bendecida por la Academia como instalación provisional que se destina a un fin perecedero: por ejemplo, los tenderetes de feria, el escenario del grupo verbenero o el tingladillo que se monta en el estadio madridista en días de fichaje. Sin embar­go, otros no la habrán oído nunca, porque no ha logrado un uso muy amplio.
   Han escrito «estaribel» autores como Pérez Galdós, Valle-Inclán, Luis Mateo Díez o Juan Madrid, pero ni siquiera los significados que le otorgan todos ellos parecen coincidentes, pues el vocablo puede interpretarse en unos casos como refe­rencia a una instalación provisional y en otros como un lío o un embrollo. El sentido que le dio Relaño quizás sea el más extendido, y no resultaría mala alternativa esa palabra ante el anglicismo stand que se va colando en las distintas ferias comerciales.
   «Pifostio» tampoco ha entrado en el nuevo Diccionario, y sin embargo miles de lectores entenderán la oración «se mon­tó un pifostio». Y no figuran igualmente «trantrán» («ese camarero trabaja al trantrán», es decir, sin correr demasiado, dejándose llevar) o «bocachancla», expresión inventada para definir a la persona charlatana, indiscreta, cuya boca se abre y se cierra como la chancla en su chasquido contra el pie.
   Otras palabras que siguen en su busca de diccionario pue­den sorprendernos también desde sus rinconcillos: «rompesuelas» (amante del senderismo), «vallenato» (género musical colombiano) «cotolengo» (asilo), «ojiplático» (sorprendido), «escaldasono» (calientacamas, palabra ésta que tampoco ha sido recogida), «analema» (fotos hechas desde un mismo pun­to para reflejar el movimiento del Sol), «viejuno»...
   García Márquez lamentaba en 1997 que la voz «condoliente» (el que sufre junto a otro) aún no se hubiera inventado. Y tenía razón. No estaba documentada entonces, según se verifica en los bancos de datos académicos; pero era una palabra posible. De hecho, el corpus del siglo XXI ya registra cinco usos literarios (en autores de España, Ecuador, México, Guinea y Colombia).
   El Diccionario, pues, no debe ser la única referencia para criticar el empleo concreto de una palabra. También se ha de analizar si las personas a quienes nos dirigimos la entenderán o no. Y eso resulta más fácil cuando el neologismo lo forman
cromosomas reconocibles. Por ejemplo, en esta expresión oída a un adolescente: «Jo, tengo la pantalla de la tableta muy dedoseada».
   Tal sentido de «tableta» ya ha sido consagrado por la Academia. El verbo «dedosear» quizás deba acreditar todavía un mayor uso. Pero se entiende de maravilla.

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