CUENTOS DE LA MADRE TIERRA, Rolande Causse, Nane & Jean-Luc Vézinet

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ROLANDE CAUSSE, NANE & JEAN-LUC VÉZINET, Cuentos de la Madre Tierra, Editorial Juventud, Barcelona, 2014, 46 páginas.

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Ilustra estas nueve lecciones de ecología y amor a la Tierra Amélie Fontaine.
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LA MALICIA DE LOS ANIMALES

Cuento francés de La Picardía



   Cuentan que en otro tiempo existía un cazador temible. Recorría sin tregua todos los bosques de su región para acechar su caza. Tan hábil como rápido, nunca le faltaban presas. Perdices, liebres, ciervos, jabalíes, osos, lobos, águilas e incluso leones, todos, pequeños y grandes, temblaban cuando se acercaba.
   Una noche, para intentar poner fin a la carnicería que diezmaba a sus familias, los animales se reunieron en el corazón del bosque, en un claro, para celebrar un consejo entre el mayor de los secretos. El jabalí, proclamado rey de la selva en ausencia del león, gravemente herido por el cazador, tomó la palabra:
   —Este hombre es peligroso: caza no solo para alimentarse sino por el placer de matar. ¡Además, al parecer diseca nuestras cabezas para hacer trofeos ridículos que vende a precio de oro a sus semejantes! Es preciso que nos libremos de él. Tenemos que tenderle una trampa.
   Todos los animales estuvieron de acuerdo y tramaron una estratagema.
   Convinieron que uno de ellos se expondría a las balas del cazador. Ocultos entre la maleza, los demás se precipitarían sobre él cuando dejase en el suelo su arma y se acercase a su víctima. Pero ningún animal quiso ofrecerse voluntario para enfrentarse al fusil del cazador. Entre un gran silencio, cada uno de ellos miraba a su vecino, esperando que alguno se ofreciese.
   —Bueno —dijo el jabalí, que se tomaba su cargo muy en serio—, ya que nadie se presenta voluntario, debo sacrificarme. Tengo la piel tan dura que una bala apenas me hará daño.
   Y así se hizo. Tal como esperaba, el jabalí solo resultó ligeramente herido. Cuando el cazador se aproximó a su víctima, que se hacía el muerto, fue asaltado por una horda de animales furiosos que, a golpe de garras, mordiscos, picotazos y coces, le hicieron pasar de vivo a difunto.
   —¡Nos hemos librado de nuestro enemigo! —exclamaron al unísono liebres, perdices, zorros, ciervos y lobos.
   Entonces el oso tomó la palabra:
   —Amigos míos, obremos como criaturas civilizadas: debemos dar al cazador el tributo que merece todo difunto de su especie. Organicemos sus funerales.
   Sin tardar, la garduña y el topo cavaron una fosa en el claro, mientras el oso derribaba un hermoso roble para hacer un ataúd, con la ayuda del talento de los castores.
   Cuando todo estuvo preparado, la comitiva se puso en marcha. El zorro iba a la cabeza, fingiendo rezar como un cura con su misal. El oso y el lobo trans­portaban el ataúd, seguidos del ciervo, que lloraba a lágrima viva. Los demás animales seguían el cortejo fúnebre con cara triste. El zorro pronunció un sermón que emocionó a todos los reunidos. Después los pájaros transportaron en su pico flores del campo que depositaron sobre la tumba.
   La ceremonia terminó y todos regresaron a sus casas. Cuando la garduña y el topo cerraban el ataúd, escucharon un fuerte grito.
   —¡No, piedad! ¡Deteneos! ¡No me matéis! No me enterréis! Jamás os volveré a hacer daño!
   —¿Por qué gritas de esta manera? —dijo la mujer del cazador, que dormía a su lado—. Sin duda has tenido una pesadilla...
   —No, uf... sí..., ¡creía que me había llegado la hora! ¡Todos los animales del bosque iban a enterrarme!
   Aquella misma mañana, el hombre rompió su fusil y ya nunca más volvió a cazar.
   Y así fue cómo, gracias a un sueño, los animales vivieron por fin en paz.

   Contra la barbarie del hombre, toda la naturaleza se alía.
   Quien siembra destrucción y muerte, cosechará pesadillas.


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