MANUAL PARA PADRES QUISQUILLOSOS, Ken Jennings

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KEN JENNINGS, Manual para padres quisquillosos, Ariel, Barcelona, 2013, 272 páginas.


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En el Prefacio (pp. 13-18) el autor desvela sus intenciones: "recopilar un centenar de enojosas perlas de sabiduría paterna" y "rastrear sus bases científicas".
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NO LEAS AQUÍ; ESTÁ MUY OSCURO Y TE DAÑARÁS LOS OJOS

   Es del dominio público que el joven Abraham Lincoln leía hasta tarde por las noches a la luz de una vela, pero los niños de hoy no cuentan con los mismos privilegios presidenciales. A las madres y los padres les encanta ir por ahí encendiendo luces cuando los niños leen o ven la tele. Y, por si fuera poco, después se quejan de que las luces estén encendidas todo el rato. «¿Qué os creéis, niños? ¿Que la luz es gratis?»
   Esta creencia atemporal de los padres trasciende fronteras, es internacional. Un estudio llevado a cabo en 2006 en Pakistán reveló que el 56 por ciento de los maestros de escuela regañaban a los niños por leer con poca luz, mientras que sólo el nueve por ciento de éstos consideraba que hacerlo era malo para la vista. En este caso, los que tienen razón son los niños: no existen pruebas que relacionen el hecho de leer con poca luz y padecer problemas oculares. «Usar los ojos en penumbra no los daña —se dice desde la Academia Americana de Oftalmología—. Sin embargo, una buena iluminación sí hace que leer sea más fácil y previene la fatiga ocular. »
   El ojo humano evolucionó durante nuestro periodo de cazadores-recolectores para hacer bien muchas cosas, pero entre ellas no se encontraba la de moverlo de izquierda a derecha sobre objetos muy cercanos a mucha velocidad y durante horas. Leer demasiado fatiga la vista, por más luz que haya. Cuando ésta es tenue, es cierto que al ojo le cuesta más enfocar la página, y que el ojo puede secarse antes, o tardar menos en doler o en presentar visión borrosa. Pero tras unos minutos de descanso, la visión vuelve a ser clara.
   Algunos investigadores se han preguntado si los rigores del siglo XXI a los que sometemos a nuestros ojos (horas de lectura, pantallas de ordenador, etcétera) podrían tener efectos a largo plazo todavía no lo bastante estudiados. Un estudio citado a menudo es el que se publicó en 1969 y que prestaba atención a los ojos de 1.200 inuits de Barrow, Alaska, la ciudad más septentrional de Estados Unidos. Allí la miopía era desconocida hasta que se introdujo la cultura moderna, durante la Segunda Guerra Mundial. Hacia 1960, la generación de edad más avanzada seguía teniendo una incidencia de miopía del cero por ciento, pero un asombroso 88 por ciento de las personas menores de veinte años eran cortas de vista.
   Sigue sin existir consenso científico sobre la relación entre leer o ver la tele y la miopía. Pero incluso si la vida moderna que llevamos cansa la vista y hace que nuestros hijos sean más propensos a padecer problemas de visión —y recalco que la mayoría de médicos siguen creyendo que eso no es cierto—, ello no implica que leer con poca luz sea uno de esos factores. Como señala la Academia Americana de Oftalmología: «Durante siglos, la lectura y la costura se realizaban a la luz de velas o con lámparas de gas o queroseno». Dicho de otro modo: vivimos en una edad de oro sin precedentes por lo que se refiere a la correcta iluminación para leer, por lo que si los casos de miopía aumentan, tal vez la causa no sea nuestra distancia con respecto a la lámpara del salón. Después de todo, Abraham Lincoln no necesitó lentes para leer hasta que cumplió los cincuenta.

FALSO

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