NOMBRES COMUNES, VISIONES PROPIAS, Ramón Núñez

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RAMÓN NÚÑEZ, Nombres comunes, visiones propias, Celeste, Madrid, 1996, 274 páginas.

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Subtitulado Diccionario heterodoxo contiene (desde Agua hasta Zapatos) los artículos que este divulgador fue publicando para difundir su saber científico y cultural. Acompañan a las entradas citas bien seleccionadas y fotografías de Xurxo Lobato. 
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BUSCANDO EL CENTRO

El dibujo más conocido sobre el canon de las proporciones del cuerpo humano probablemente sea uno de Leonardo, que recoge las ideas del arquitecto romano Vitruvio. Representa a un varón con los brazos abier­tos y extendidos, dirigidos ligeramente hacia arriba; con las piernas tam­bién abiertas, determinando con los dedos de sus extremidades una cir­cunferencia que tiene su centro en el ombligo. Por su parte Durero, en su obra De Symmetria Partium Humnanorum Corporum, hace explícita esta geometría también en el cuerpo femenino, dibujando en ambos casos el radio de ese círculo. El ombligo era el centro.

Delfos, la ciudad sagrada de la Grecia antigua, está situada en la ladera sur del monte Parnaso, cerca del golfo de Corinto. Allí estaba el “Omphalós”, el ombligo del mundo, concretado a su vez en una piedra grande y redondeada. Como se sabe, Delfos estaba sobre todo dedicada a Apolo, que era dios de la profecía y patrón de la filosofía y las artes, pero también a Dioniso, divinidad asociada al vino y las orgías. O sea que Delfos, lugar sagrado y sede del Omphalós, era el lugar donde se encontraban las fuerzas creativas racionales e irracionales, de Apolo y Dioniso. Por cierto que el templo de Apolo contenía dos inscripciones que siguen siendo máximas de la filosofía universal: “Conócete a ti mismo” y “Nada en demasía”. Muy bien, pero no creo que allí estuviera ningún centro. Muy lejos de Grecia, en el siglo XI, las tribus llegadas desde el lago Titicaca fundaron en un valle andino a cerca de 3.500 metros de altitud la ciudad de Cuzco, palabra que en idioma quechua significa “ombligo”. Aquella ciudad era para los incas el centro del mundo.

Si hay un centro, si el ombligo es el centro, allí ha de estar el origen. La idea invita a la marcha atrás que imaginó Hubble para el universo y que llevó a inventar el Big Bang, o también a la que sugiere Joyce en el pri­mer capítulo del Ulises: “Los cordones de todos se eslabonan hacia atrás, cable de trenzados hilos de toda carne”. Mirando el ombligo se puede llegar por esa vía hasta Eva, que no sabemos si lo tenía, O hasta Lucy, que lo tendría oculto entre el pelo. Si enlazásemos todos los cor­dones umbilicales, desde uno de nosotros hacia atrás, madre tras madre, hasta esa Australopithecus afarensis que vivió en África hace tres o cuatro millones de años, formaríamos una cadena humana de sólo cien kilóme­tros. Un cordón demasiado corto como para creernos el centro de nada.

 24 de abril de 1996



Tu ombligo es una copa en la que nunca falta el vino; tu vientre, montón de trigo rodeado de azucenas.

CANTAR DE LOS CANTARES. SALOMÓN (7,3)
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¿Queréis ser como dioses? Contemplaos el ombligo.

JAMES AUCUSTINE JOYCE. ESCRITOR (1882- 1941)

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Mi héroe es aquel griego, que vio cómo el agua del baño le llegaba al ombligo y salió a la calle gritando “lo encontré, lo encontré”, desnu­do en todo su esplendor, olvidando que los demás se fijarían sólo en sus genitales.

DANNIEL ABSE. ESCRITOR (1923-?)

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En cuanto a Alemania, es ésta desde hace años una nación de faqui­res que se pasan la vida contemplando el ombligo imperial germá­nico.

MIGUEL DE UNAMUNO. FILÓSOFO (1864-1936)

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El hombre sin ombligo perdura en mí.

THOMAS BROWNE. MÉDICO (1605-1682).

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Todos los ombligos son redondos.

ÁLVARO DE LA IGLESIA. HUMORISTA (1922-1981)

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