EL SILENCIO DEL CUERPO, Guido Ceronetti

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GUIDO CERONETTI, El silencio del cuerpo, Acantilado, 2006, Barcelona, 256 páginas.

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Acantilado permite a los lectores españoles volver a acercarse a la obra de Ceronetti en la traducción de J. A. González Sainz. 
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El optimismo es como el óxido de carbono: mata dejando sobre los cadáveres una impronta rosa.
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La elección profunda del hombre será siempre un infierno apasionado antes que un paraíso inerte.
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Aparece un ángel pregonero y anuncia: «Será eliminada del género humano la amenaza de la destrucción nuclear y del exceso de población (cosas más bien ligadas entre sí) con la condición de que toda la humanidad renuncie a las aspirinas y a las anestesias dentarias. Recordad: ¡es un precio más que modesto para alejar de vosotros a los espectros del Fuego y del Hambre, de los que, en caso contrario, no podréis huir!.» Los gobiernos están per­plejos, convocan a los pueblos a decidir mediante el vo­to. Conozco ya el resultado.
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En I9I4, en las naciones llamadas a entrar en guerra, hu­bo océanos de sábanas mojadas de esperma, gran abun­dancia de fusiones espermáticas. El joven Hitler inunda su habitación, en Múnich, y, en Zúrich, la Krupskaya le murmura a Lenin: «¿Volodia, qué te pasa?» La guerra, como un necesario deshincharse de las tumefacciones. Primero la esperma, después la sangre, su hija y madre. Sábana, trinchera, sábana. El armisticio anunciará que la esperma está cansada, las venas vacías.
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El médico Richard Blackmore le preguntó a Sydenham qué autores tenía que leer para ser un buen médico. Sydenham le aconsejó a Cervantes.
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Sobre el hambre de amor en el mundo estamos poco in­formados. Probablemente es menor de cuanto se pueda creer. Cada día se presentan ocasiones para saciar esa hambre, pero rompemos a desgana nuestro ayuno, o nos damos cuenta de que realmente no hemos tenido nunca hambre.

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