LA NOTA ROTA, Francisco Javier Irazoki

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FRANCISCO JAVIER IRAZOKI, La nota rota, Hiperión, Madrid, 2009, 224 páginas.

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El poeta (y crítico musical) recoge en este volumen subtitulado París, 2003-2007 semblanzas de "músicos innovadores": de Chet Baker a Pertin pasando por Charlie Parker o Gesualdo.
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NICO

   En realidad se llamaba Christa Päffgen (Colonia, 1938 — Ibiza, 1988). Su padre, soldado del Reich, padecía alucina­ciones y terminó en un campo de concen­tración. Su madre era costurera. Cuentan que la chica, de belleza deslumbrante, fue violada por un sargento del ejército norte­americano.
   A los diecisiete años es la maniquí mejor pagada de su ciudad, se pasea por París de la mano de Coco Chanel, desfila en Nueva York y gana sumas turbadoras de dinero. Ya se ha convertido en Nico cuando merodea por los círculos de la vanguardia artística parisiense, hace amistad con Salvador Dalí y llama la atención de Federico Fellini, que le ofrece un papel en su película La dolce vita. Siempre dispues­ta a emprender nuevas aventuras, va a ins­talarse en Londres, donde inicia con Brian Jones (el guitarrista de Rolling Stones que aparece ahogado en la piscina) una larga serie de amores difíciles. A poco de publicar su primer disco, I’m not saying, conoce a Andy Warhol.
   Ahora se hospeda en el célebre Chelsea Hotel de Nueva York. Nico sale de las clases del Actor’s Studio, que le parecen soporíferas, pasa por un cabaré y entra en el enjambre de la Factory de Warhol. En esa bohemia se disuelven los últimos res­tos del catolicismo estricto de su infancia. Los tiempos están cambiando, le dice un novio llamado Bob Dylan, y ella se sube a la ola más moderna del cine; actúa en el filme Chelsea girl de Paul Morrissey. Pero la ocasión musical le llega en 1966, pues Andy Warhol la convierte en vocalista de Velvet Underground, un grupo creado por Lou Reed y John Cale (éste alumno de Iannis Xenakis y John Cage). Entre sus compañeros ataviados de negro y algo atur­didos por las imágenes y luces psicodélicas que Warhol proyecta sobre el escenario.
   Nico interpreta unas canciones emparenta­das con los mundos de Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire. Su voz poderosa y grave impresiona tanto como la poesía inquietante de Lou Reed. En 1967 se edita un álbum en cuya portada vemos el famo­so plátano pintado por el gurú Warhol.
   Tras abandonar Velvet Underground, Nico publica dos discos irregulares, Chelsea girl (título recurrente) y The marble index. En el segundo intuimos la presencia inspiradora del nuevo amante, Jim Morrison, a quien define como "el hombre más enigmático y solitario que he conoci­do". Con una base de armonio y el apoyo técnico de John Cale, la alemana logra varios fragmentos sugerentes. Regresa a París después de recibir una amenaza de las Panteras Negras. Aquí ha tenido un hijo con Alain Delon y, según testimonios reco­gidos en el documental de Susanne Ofteringer, el actor se desentiende de las responsabilidades paternas. A la cantante le queda el consuelo de una obra fechada en 1971, Desertshore, que es la preferida de sus seguidores, y el amor del cineasta y poeta Philippe Garrel, con quien rueda La cicatrice intérieure. Se revela como autora estimable, pero el consumo de heroína le arruina la salud. Los álbumes se resienten de esta deriva, aunque haya piezas de inte­rés. En Camera obscura, por ejemplo, encontramos una joya aislada: My funny Valentine. Y mi disco favorito es The end, donde Brian Eno y John Cale rivalizan en aciertos. Nico borda su versión del himno de The Doors. Añade tal fuerza que en las comparaciones el original de su querido Jim Morrison se encoge como una inocente nana. Si queréis algunos instantes de música estremecedora, elegid la exhibición de una mujer a la que injustamente han tildado de glacial.
   El 18 de julio de 1988 Nico circula en bicicleta por las cercanías de su granja de Ibiza. Va vestida con los abalorios del nihi­lismo cuando cae fulminada por un ataque cerebral.

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