EL BESUGO ME DA HIPO Y OTRAS HISTORIAS, Jesse Einsberg

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JESSE EINSBERG, El besugo me da hipo y otras historias, Reservoir Books, Barcelona, 2016, 264 páginas.

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Publica Reservoir Books el primer libro del actor norteamericano Jesse Einsberg. agradecerá el lector el sentido del humor que despliega en estos refrescantes relatos cortos.
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MASGOUF

   Anoche fui con mamá a un nuevo restaurante llamado Masgouf. Dijo que era un restaurante iraquí y que como somos gente de mentalidad abierta, teníamos que ir y apoyarlo. Me pareció raro porque el hermano de Matt está en el ejército en el Irak de verdad yen su coche pone APOYA A LAS TROPAS. Así que me dio la sensación de que estábamos apoyando al restaurante, en lugar de al her­mano de Matt.
   Mamá me dijo que todas las mujeres de su club de lectura habían ido a ese restaurante, pero yo no entendía por qué nosotros también teníamos que ir. Tampoco en­tiendo por qué mamá va al club de lectura, porque no lee ningún libro y la víspera de las reuniones del club no para de decir <(joder» y me pide que me mcta en la Wiki­pedia. Luego me pide que le lea el resumen de la trama y le describa los personajes principales mientras ella pasa el aspirador, cosa nada fácil porque el aspirador hace mu­cho ruido y tengo que seguirla por toda la casa leyendo en voz alta con el ordenador en las manos.
   El primer detalle extraño en el que me fijé cuando entré en Masgouf es que mucha de la gente que comía allí llevaba grandes máscaras negras que les tapaba toda la cara menos los ojos. Mamá me dijo algo decepcionada que esperaba que hubiera más gente «parecida a noso­tros)>. Pero yo le dije que no sabíamos cómo eran porque ocultaban la cara con las máscaras. Entonces mamá me dio una colleja, que es lo que hace cuando hablo dema­siado alto o demasiado bajo o cuando me  río.
   Después de mirar la carta mamá dijo entre dientes:
   «Joder, todo es seco». No estoy seguro de qué quería de­cir, pero creo que tenía algo que ver con el vino, porque cada vez que mamá abre una carta, lo primero que hace es mirar los vinos y soltar un suspiro de alivio.
   Mamá dijo que pediría por los dos y que compartiría­mos la cena, que es lo que hace cuando cree que la comi­da no estará buena. Cuando la camarera se acercó para tomar nota, mamá la miró como si fiera alguien sin ho­gar y preguntó:
   —¿De dónde eres? —Cuando la mujer contestó: «De Irak», mamá dijo—: Oh, qué bonito. ¿Y de qué ciudad?
   —De Bagdad —respondió entonces la mujer.
   —Ay —exclamó mamá, como si la camarera estuviera llorando, pero no estaba llorando, sino sonriendo.
   Así que miré a la camarera y le sonreí de oreja a oreja para demostrarle que no siempre estaba de parte de mi madre, pero al yerme sonriendo, la mujer puso una cara rara, como si pensara que me estaba burlando de ella, y no era verdad. Entonces mamá me dio una patada por debajo de la mesa, la pierna me dolió toda la noche y un poco a la mañana siguiente, que es hoy.
   Lo primero que la camarera nos trajo fue un extraño montón de arroz en un plato y un gran cuenco de puré de berenjena espeso en una salsa roja. Al verla a mamá le entraron náuseas, pero sonrió a la mujer y dijo:
   —Vaya. ¡Qué tradicional! ¡Estoy deseando hincarle el diente!
   Yo sabía que mentía porque, cuando la camarera se alejó, mamá le dio un bocadito con los dientes de delan­te y se le ensancharon los agujeros de la nariz, como si tuviera ganas de vomitar allí mismo.
   —Creo que te gustará, tesoro. ¿Por qué no lo pruebas?—dijo, y entonces supe que no le había gustado. Luego echó la berenjena en el arroz y lo esparció todo por el plato para que pareciera que nos lo habíamos comido.
   La camarera volvió a la mesa con el otro plato, que era un kebab de pollo con patatas fritas. Las patatas fritas sabían a patatas fritas, aunque no tenían ketchup, y el kebab de pollo sabía a pollo normal y corriente. Cuando mamá y yo comprobamos que tenía un sabor normal y corriente, nos miramos aliviados, como si fuéramos el hermano de Matt y acabáramos de regresar de Irak.
   En el camino de vuelta a casa, mamá llamó a todas las mujeres de su club de lectura para contarles que había­mos ido a Masgouf. Mintió al decirles lo agradable que era pasar un rato a solas conmigo y lo interesante que era ver a las iraquíes con sus máscaras negras, y que no había pensado en la nueva novia de papá ni una sola vez du­rante nuestra divertida y deliciosa cena. Cuando mamá miente no se limita a decir lo que no quiere decir, sino que dice lo contrario de lo que quiere decir. Probable­mente la mayoría de los niños se enfadarían con su ma­dre si mintiera tanto, pero, no sé por qué, yo solo sentía tristeza por ella.
   Cuando llegamos a casa le leí a mamá el resumen de la trama de Cumbres borrascosas, mientras ella pasaba el aspirador en ropa interior. Luego ella dijo que le dolía un poco la barriga y yo pensé que a mí también me dolía. Así que los dos fuimos directos cada uno a nuestro cuar­to de baño, y yo tardé mucho en salir. Por eso le doy a Masgouf 129 estrellas de 2.000.

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