BABEL DE UN HOMBRE Y OTROS RELATOS, Javier Montiel

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JAVIER MONTIEL, Babel de un hombre y otros relatos, Maclein y Parker, Sevilla, 2017, 110 páginas.

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EL REPOSO DE LAS HOJAS

   Debemos ser al menos cien, quizás más. Esperamos para entrar en un sitio donde he escuchado que pasan buena música, donde conviven seres de todas las especies, de todas las edades. En la calle, junto a las paredes de las casas vecinas, todos juntos formamos una cadena humana ridícula, de eslabones desprendidos y brazos que elevan relojes o celulares y se dejan acompañar por gestos de hastío y comentarios de cómo administrar mejor estos establecimientos.
    Estamos todos muy pegados, tratando de ser solidarios con los que están más al fondo para que no deban doblar la esquina y puedan así perderse de ver el momento tan esperado en que aquellos dos rinocerontes de trajes hechos a medida –a medida de alguien más chico- abran por fin el cordón y podamos entrar.
   Los perros callejeros nos son completamente indiferentes. Cada tanto veo una hoja seca desprenderse de la rama de la que se sostenía tan precaria y austera. La veo navegar por el aire unos instantes hasta tocar por primera vez en toda su existencia, un piso que no es ni de tierra, ni con pastos que le acaricie al rozarlo, no es una superficie húmeda y serena que albergue insectos atraídos por ella. Lo que le espera es el frío negro del asfalto, la carcomida acera del desaliento, los ríos oscuros que rodean nuestras cajas. Y pienso: más le hubiese valido el suicidio que un desprendimiento natural, al menos esta mierda de perro sobre la que reposa ahora tendría más sentido.
   Me acerco al final de ese pensamiento -sintiendo con congoja que aquella hoja merecía ese minuto de silencio, ese pensar lacónico- cuando el tipo que tengo delante hace el amague de dar un paso hacia atrás, para evitar ser golpeado por una chica, y roza la punta de mi zapato que corro inmediatamente para que no lo pise y pueda perder el equilibrio. Sería lamentable que cayera sobre aquella hoja.
   Al mover mi pie, no pude evitar golpear la punta del pie de la chica que está detrás de mí. Pegó un gritito -exagerado si me preguntan- y movió también su extremidad. Golpeó sin querer el tobillo de una anciana que se encontraba agachada detrás de ella hurgando en una bolsa de supermercado, seguramente buscando un tentempié que engañara la madeja de entrañas que escondía bajo la piel de su barriga. Con el golpe se irguió de pronto, pegándole en el mentón al chico de detrás, que sintió inmediatamente como se aflojaba uno de sus incisivos inferiores. Quiso tomarlo antes de que se desprendiera y al levantar la mano, le enterró el codo en el ojo a una niña que acompañaba al borracho de su padre en la fila. El grito de la niña fue muy superior al de la chica que esta inmediatamente detrás de mí. Tal fue la agudeza e intensidad del aire pasando por su garganta que su padre fue arrancado del estado de letargo alcohólico en el que se encontraba, se dio media vuelta, y bajó de una piña a un muchacho todo vestido de negro, con el pelo llovido sobre los ojos y el celular en la mano. Con la vista clavada en la pantalla, no fue capaz de ver que aquel puño traía consigo toda la carga de una paternidad fracasada que intentaba redimirse en aquel heroico acto donde su niña fuese vengada. Sus pelos quedaron unos instantes apuntando hacia el mismo lado que el puño bañado en saliva. Cayó finalmente al piso y el celular voló hacia los pies de una señora ciega, que comenzó a zapatear, histérica, pensando que una rata quería subirse por la red de sus medias. El zapateo cesó cuando uno de los tacones quedó enganchado entre una baldosa floja y otra más tozuda, cayendo de lleno en un grupo de jóvenes asiáticas que tenía detrás y que como efecto dominó, acabó derribando la fila entera, incluso allá, dando vuelta la esquina y tres cuadras más allá.
   Los rinocerontes finalmente abrieron el cordón –y mientras lo hacían las mangas del traje llegaban a sus codos-. Conseguimos entrar cinco personas, pero una voz en off nos indicaba que el espectáculo se cancelaría por falta de concurrencia y que a ninguno de nosotros se nos devolvería el dinero. 

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