SOBRE NADA Y OTROS ESCRITOS, Mark Strand

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MARK STRAND, Sobre nada y otros escritos, Turner, Madrid, 2015, 174 páginas.

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POESÍA NARRATIVA 


   Ayer en el supermercado oí a un hombre y a una mujer discutiendo sobre la poesía narrativa. Ella dijo: «Puede que todos esos llamados poemas narrativos no hagan más que señalar lo pobres que nos hemos vuelto, y cómo, cual utopistas sin esperanza, vivimos para el final. Muestran que nuestra vida está invalidada por las necesidades, sobre todo por la necesidad de seguir. He llegado a creer que la narrativa nace del odio a uno mismo». 
   Él dijo: «Lo que a mí me preocupa es el poema narrativo que no proporciona un marco coherente para medir el desplazamiento temporal y espacial, el poema narrativo en el que el héroe viaja, creyendo que avanza cuando en realidad está quieto, convertido en la encarnación de la poesía narrativa, su terrible engaño, la pesadilla de su propia irrealidad». 
   Quise recordarles que el poema narrativo ocupa el lugar de una narración ausente y absorbe en todo momento la ausencia del otro para poderla nombrar, a la vez que entrega su propia presentía a las soledades terribles del olvido. Quise decir que la narración ausente es aquella en la que nuestro destino está escrito. Pero se fueron antes de que yo pudiese hablar.
   Cuando llegué a casa, mi hermana me esperaba sentada en el salón. Le dije: «Verás, hermanita, se me ha ocurrido que algunos poemas narrativos se mueven tan rápidamente que no podemos seguirles el paso, por lo que su avance nos lo tenemos que imaginar. Son los que mas se parecen a la vida real y los menos reales». «Si —dijo mi hermana—, pero, ¿te has dado cuenta de que algunos poemas narrativos se mueven con tanta lentitud que nos adelantamos constantemente a ellos, imaginando lo que podrían ser?». «Sí —dije—, me he dado cuenta».
   Después me acordé de aquel verano en Roma cuando estaba convencido de que los poemas narrativos en los que la memoria desempeña un papel importante se derrotan a sí mismos. Comprendí que la memoria es un mausoleo de acontecimientos que no se sostendrían en el presente, y por ello está impregnada de lástima y su música es siempre un canto fúnebre.
   Sonó entonces el teléfono. Era mi madre, que llamaba para saber qué hacía. Le dije que estaba trabajando en un poema narrativo negativo, un poema que se niega a comenzar porque el comienzo es un sinsentido en un universo infinito, y que por esa misma razón se niega a terminar. Es, todo él, un espacio intermedio suprimido, una conjunción inagotable. «Y, mamá —le dije—, se niega a enmascarar la quietud esencial y universal, y por lo tanto limita sus observaciones a lo que nunca ocurre».
   Entonces dijo mi madre: «Tu padre me hablaba a menudo de la poesía narrativa. Decía que era una mujer con un vestido largo y que portaba flores. Era pelirroja y el pelo le caía suavemente sobre los hombros. Decía que la poesía narrativa sucedía habitualmente en primavera y que tenía que ver con un hombre. La mujer se acercaba a la casa de él, lo saludaba y dejaba caer sus flores. Por lo visto esto —añadió mamá— pretendía dar a entender la inutilidad de la poesía narrativa».
   «Pero mamá —dije—, lo que llamamos narración es simplemente la sumisión a los insufribles reclamos del predicado sobre el futuro; perpetúa su continuación, florece en otro predicado. ¡No pienses que las nociones de conclusión se fundan en nuestra añoranza de predicado estéril!» «Eso es absolutamente cierto —dijo mi madre—, no hay otra forma de concebirlo». Y colgó.

The Continuous Life, 1990, recogido en The Weather of Words, 2000.

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