PÁGINAS ESCOGIDAS, Rafael Sánchez Ferlosio

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RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO, Páginas escogidas, Literatura Random House, Barcelona, 2017, 400 páginas.
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En la Presentación (pp. 11-17) Ignacio Echevarría señala que esta antología pretende «vencer las aprensiones que despierta la complejidad que tantos atribuyen a Ferlosio».
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EL DERECHO NARRATIVO

   Hace u muchos años designé como «derecho narrativo» a todo un cuerpo de convenciones —tácita, pero explicitables— que a lo largo del tiempo se ha venido fijando sobre la narración hasta alcanzar casi el rigor de obligatorias cláusulas contractuales en el contrato de compraventa entre el autor y los lectores. En ciertas piezas simples y esquemáticas están justificadas y exigidas por el sentido mismo de la historia: por ejemplo, la cláusula del orden de sucesión en la fabula del desafío entre Ricardo Corazón de León y Saladino: «El príncipe Ricardo puso en pie un tocho de tronco de roble y usando a guisa de hacha su mandoble lo partió en dos de un solo formidable golpe; Saladino echó al aire un chal de seda y cruzándolo al vuelo con su cimitarra lo hizo llegar al suelo cortado en dos mitades». Es evidente que si invirtiésemos el orden de actuación de los dos campeones, no tendríamos fábula, porque iríamos de más a menos y el sentido exige ir de menos a más: la fuerza primaria, directa, bruta no es más que pura fuerza a secas, y no tiene otra sorpresa que dar más que la de la mera magnitud; es la fuerza secundaria, indirecta, sutil, la que sí, en cambio, puede darle una sorpresa a la primera. La convención del orden de sucesión de las acciones o actuaciones es aquí idónea, necesaria para el sentido mismo de la fábula y para su intención, y, por ende, irreprochable. (Lo mismo puede decirse de la del desafío entre el sol y el viento a ver quién era capaz de quitarle la capa al hombre; el viento sopló y sopló, y el hombre no hizo más que apretarse más y más la capa contra el cuerpo; entonces salió el sol y calentó y calentó, hasta que el hombre, asfixiado y bañado de sudor, se quitó la capa con sus propias manos. Aquí también, invertir el orden de sucesión de las actuaciones habría deshecho el sentido y la intención de la fábula.)
   En estas fábulas esquemáticas de desafío o de certamen, en cierto modo «abstractas», el sentido está regido por una orientación intencional, que sólo a veces —en modo alguno necesariamente— es lo que suele llamarse «moraleja». Por eso he hablado, más arriba, por dos veces, de «intención»: el narrador apunta y nos dirige hacia algo ajeno y exterior a la escueta facticidad de lo narrado: si se ciñese al principio narrativo de «esto es lo que pasó y así os lo cuento», no habría más convenciones ni más «derecho narrativo» —al menos incidentes en el propio argumento, incluida la sucesión argumental— que el de los hechos mismos: por eso el viejo Homero tiene una cierta fama. Por lo menos bajo la mirada a la que hoy hemos acabado por ahormar y adaptar nuestros ojos de lectores es imposible advertir ni sospechar en la Ilíada ni la sombra de algún hecho marcado por cualquier posible «intención» subjetiva del aedo. El «derecho narrativo», desconocido para él, se compone, por supuesto, de otras muchas convenciones o «cláusulas contractuales» que, tal vez incoadas de modo perceptible a partir de los «libros de caballería» y, en general, desarrolladas sobre todo en la novela «popular», han sido la mayor catástrofe que podía sufrir la narración. Su más estricta observancia se da precisamente en la novela más barata, escrita por autores de tan fácil pluma como escaso escrúpulo y destinada a los lectores menos cultos. Podría pensarse que el público que compra esas novelas las acepta por falta de exigencias; paradójicamente, sin embargo, es, en cierto sentido, el más exigente de los públicos, el que se siente más vivamente defraudado en sus derechos de lector ante la infracción de cualquier cláusula contractual que forme parte del derecho narrativo; asimismo, precisamente por ser éste una rutina sobradamente trillada y consabida, tampoco hay que extrañarse de que sean los autores de más fácil pluma los que saben moverse con mayor desenvoltura, sin la mínima desviación ni titubeo, por la segura solidez de sus carriles. Finalmente, la industria cultural, o la industrialización de la cultura, ha extremado hasta tal punto el rigor de la observancia del «derecho narrativo», especialmente desde el cinematógrafo —donde las sumas de dinero que se arriesgan no tienen comparación con lo que arriesga un autor o un editor—, que ya no extraña siquiera la cada vez más desavisada y más condescendiente aceptación del recrecido e infinitamente repetitivo imperio de las convenciones narrativas por las personas ilustradas, que apenas puede entenderse cómo pueden soportar y hasta apreciar una película del Oeste más, una persecución automovilística más, un happy end más, o, en fin, todo un océano de piezas narrativas, cinematográficas o literarias, cada vez más huero y más concentradamente idéntico a sí mismo. Hasta la crema de la intelectualidad se toma en serio inmundicias no sólo estéticas sino también ideológicas, como Casablanca o Lo que el viento se llevó, pues las convenciones del «derecho narrativo», además de ser ideológicas ya en cuanto formas o más bien fórmulas en sí, se han convertido también en eficaz instrumento pedagógico, potenciador de las ideologías. El paradigma supremo de semejante fundan educativa es, sin duda, Walt Disney, el gran corruptor de menores y la mayor catástrofe estética, moral y cultural del siglo XX. Todo suele empezar por la estética, pues la primera que viene es la Fealdad, luego la Estupidez y finalmente la Maldad. Pero tampoco sería acertado saltar desde este orden de sucesión a una interpretación «consecuencialista» del pecado estético: la fealdad es ya un mal en sí mismo, que se cumple del todo, consecuencias aparte, con su mera aparición: una película de Landa, una columna de Cela, una pintura de Tapies es que no tienen que dejarse ver, pues con su sólo mostrarse la fealdad ya se ha cumplido, el pecado estético ya ha sido cometido. La índole del pecado de fealdad es «hacer daño a la vista», «ofender la mirada», no necesita hacer más daño a nadie; la propia noción de «obscenidad» connota la incriminación de algo que no consiste más que en un mero mostrarse.

NOTICIA DE TIERRAS IMPROBABLES, Pedro Ugarte

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PEDRO UGARTE, Noticia de tierras improbables, Hierbaola, Pamplona, 1992, 168 páginas.

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DEMOCRACIA

   Esa mujer a la que me refiero forma parte de esos círculos conservadores que tan incómodos se encuentran explicitando su ideología como confirmándola con cada uno de sus actos. En mi pequeño país, al menos, esos círculos se aposentan casi siempre en áreas residenciales muy concretas y eso, posiblemente, los delata. Esa mujer, con la llegada de la democracia, sufrió cierta conmoción interior nunca resuelta del todo. Pero ella tenía una irreductible conciencia de su ciudadanía de modo que, ante la más mínima perturbación, gustaba de exclamar: "¿Es esto la democracia?". Así, si en su automóvil la sancionaban con una multa, espetaba airada al agente de turno: "¿Es esto la democracia?". O si había obras a la entrada de su casa que dificultaban el acceso, preguntaba a los peones sudorosos: "¿Y esto es la democracia?".
   "Pero, oiga, ¿es esto la democracia?", terminará diciendo acaso, en su lecho de muerte, mirando desesperadamente hacia ninguna parte, donde acaso Alguien pueda decirle que sí.

EL SENDERO ILUMINADO, José Ortega Moreno

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JOSÉ ORTEGA MORENO, El sendero iluminado, (Sic) Editorial, Bucaramanga, 2003, 54 páginas.

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Recorro el territorio de tu piel
E insomne busco
Donde sembrar mi cuerpo

IDEA INTUITIVA DE UN CUERPO GEOMÉTRICO, Itziar Mínguez Arnáiz

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ITZIAR MÍNGUEZ ARNÁIZ, Idea intuitiva de un cuerpo geométrico, L.U.P.I., Sestao, 2018, 96 páginas.

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INVITACIÓN

Ven.

Quiero estar sola
y necesito un testigo.

INOLVIDABLES, Luise Berg-Ehlers

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LUISE BERG-EHLERS, Inolvidables, Maeva, Madrid, 2018, 172 páginas.

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«Hasta muy entrado el siglo XIX, escribir y educar era la única tarea que podían desempeñar las mujeres sin perder la consideración social». Luise Berg-Ehlers compone este inventario de semblanzas de Grandes autoras que escriben para los pequeños: por sus páginas se pasean desde Louisa May Alcott a Lygia Bojunga.
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ELENA FORTÚN [1886-1952]

  Mientras que en los países anglosajones las corrientes feministas estaban adquiriendo mucha presencia, en España se fraguaban lentamente y, además, tenían un carácter aislado. Se acercaba una época de cambio, pero la forma de vivir decimonónica de nuestro país aún dejaba entrever la situación de desigualdad y subordinación en la que se encontraba la mujer.
   En este ambiente tradicional nace la criatura de ficción más famosa de toda la literatura infantil española. Era un domingo 24 de junio de 1928 y sus primeras palabras fueron: «Así, pensando y pensando, ha entendido que, siendo los mayores tan grandes y tan ásperos, tan diferentes en todo a los niños, no pueden comprender nada de lo que los niños piensan o hacen». ¡Toda una declaración de intenciones! ¿Quién era esa criatura de siete años, respondona, picara y dotada de una imaginación desbordante? Celia Gálvez de Montalbán, una niña madrileña de grandes rizos rubios, precursora de la «chica rara», que llegó para colarse en todos los hogares españoles, rojos o nacionales, y que dio voz a una infancia invisible.
   Las primeras ilustraciones de Celia estuvieron a cargo de Serny (Ricardo Summers e Isern), que la imaginó como una dulce niña de pelo rubio y gesto picara, imagen icónica que permanece hasta nuestros días. Sus grandes ojos quieren absorber y comprender todo lo que la rodea, y sus piernas robustas y sus recios zapatos le permiten desplazarse con libertad. Su cuerpo está siempre en acción. Es joven, locuaz y emprendedora. Esa cría de clase alta, que vivía en un piso inmenso con su nanny inglesa y su gato Pirracas, y que se atrevía a cuestionar el mundo de los adultos y a defender el reparto de la riqueza entre los más desfavorecidos, salió de la pluma de Encarnación Aragoneses de Urquijo.
   Nacida en Madrid en 1886 en el seno de una familia acomodada, Encarnación fue educada, como todas las niñas españolas de la época, en un ambiente de gran discriminación sexual. Apenas tuvo acceso a la enseñanza, más que de manera escasa y deficiente. Una herencia que le llevo a casarse a los 21 años con su primo Eusebio Gorbea, un militar con vocación de escritor. La pareja tendría dos hijos en los años siguientes, Luis y Manuel, pero el matrimonio no fue feliz. La futura escritora se vio relegada a ser «la mujer de» para dedicarse exclusivamente a la vida doméstica y al cuidado de sus hijos, una realidad frustrante para ella, que era una mujer curiosa, ávida por la lectura y el conocimiento. Más adelante, en sus artículos periodísticos criticaría la ignorancia de las madres que educan a sus hijas en el único fin de conseguir marido, situación que ella misma sufrió.
   La familia vivía cerca del parque madrileño de El Retiro, al que Encarnación acudía a diario junto a sus pequeños. Allí se divertía observando sus juegos y escuchando sus conversaciones y sus risas. Furtivamente, anotaba los diálogos de los niños en un cuaderno escolar que siempre llevaba en el bolso. Sin ella saberlo, se estaba gestando la escritora Elena Fortún.
   Sin embargo, en 1920, la muerte, con tan solo diez años de edad del hijo pequeño, Manuel al que cariñosamente llamaban «Bolín», sacude a toda la familia. Dos años después del durísimo golpe, la familia se muda a Tenerife. Allí Encarnación encontrará consuelo en su amiga Mercedes, cuyas cartas de apoyo y cariño habían sido el principal soporte desde la muerte del niño. El contacto con la familia feliz, amable y numerosa de su amiga, fue la fuente de inspiración de la que nacerían los principales personajes de sus cuentos. Y así, Florinda, la hija de Mercedes, se convertirá en Celia, su personaje más famoso, Félix, el hermano pequeño de Florinda, sera Cuchifritín, y la hermana de Mercedes se convertirá en la tía Cecilia.
   A su vuelta a Madrid, en 1924, la incipiente escritora, que ya publicaba artículos periodísticos, se siente como una mujer nueva: quiere escribir. Estudia biblioteconomía en el Instituto Internacional de Boston de Madrid y también ingresa como miembro del Lyceum Club, un lugar de encuentro para las mujeres de escritores que dirigía María de Maeztu. Allí, entre tertulias y charlas, conoce a Torcuato Luca de Tena, director del periódico ABC. Comienza entonces a publicar Celia, lo que dice en Gente Menuda, suplemento infantil del dominical Blanco y Negro, bajo el nombre de Elena Fortún.
   Debido al éxito obtenido con las peripecias de Celia en las publicaciones dominicales, la editorial Aguilar adquiere los derechos de publicación de Celia y su mundo, el primer título de los once de la serie, al que siguen Celia, lo que dice (1929), Celia en el colegio (1932), Celia novelista y Celia en el mundo (1934). Celia irá creciendo y madurando en la ficción al mismo tiempo que se van sumando nuevos personajes a sus aventuras, como Cuchifritín, el hermano de Celia más pequeño, más inocente y más trasto o Matonkikí, la prima de Celia. Sin estos dos personajes complementarios, Celia no hubiera sido la misma, ya que los tres formaban un trío divertidísimo.
   En el verano de 1936, estalla la Guerra Civil y Encarnación —o Elena Fortún— se ve obligada a interrumpir su colaboración con Gente Menuda. Esta gran tragedia humana le afectará hasta tal punto que, con gran dolor, decide emigrar a Buenos Aires junto a su marido. Allí, ella consigue trabajo en la Biblioteca Municipal, labor que compagina con la de cuentacuentos en las bibliotecas públicas Su marido, sin embargo, no tiene tanta suerte y se dedica a trabajar como traductor de francés. En julio de 1943 termina de escribir el borrador de Celia en la revolución, narra a través de los ojos de Celia la locura adulta del enfrentamiento, aunque la obra no verá la luz hasta la década de los ochenta.
Tras cuatro años de exilio, la pareja decide regresar a España. Ella viaja primero. Ya en Madrid, recibe con alegría la noticia de que el Tribunal Militar ha concedido la amnistia a Eusebio, lo que supone que podrá recuperar su antiguo empleo y sueldo de comandante. Lamentablemente, no volverá a reunirse con su marido, ya que este se quitaría la vida en Buenos Aires.
   Debido al dolor que le producen los recuerdos de su vida en Madrid, en 1950 decide instalarse en Barcelona, donde escribirá los tres últimos encargos de la editorial Aguilar. Dos años más tarde fallece en Madrid a causa de una complicación respiratoria.
   Pero la vida de Celia no termina con la muerte de la autora. En 1981, Aguilar decide reeditar los primeros títulos de la serie con el formato y las ilustraciones originales. Más tarde, en 1983, Televisión Española rescata la figura de Celia y emite una serie de seis capítulos, cuya canción de cabecera tarareaban todos los niños de esa época. 


FUTURO IMPERFECTO, Varios Autores

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CLARA OBLIGADO (ed.), Futuro imperfecto. Antología de nuevos narradores, Talleres de Escritura Creativa Clara Obligado, Madrid, 2012, 312 páginas.

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BASURA

   Adoquines grises, sucios, tan grises y tan sucios como el aire de la ciudad. Están plagados de manchas oscuras de las que será mejor no conocer el origen. Es lo único que alcanza su vista. Huele a decadencia, a cigarrillos apagados, a suciedad, a orina, a alcohol, a abandono; es el mismo olor que le ha acompañado durante los últimos dos años, desde que el viejo teatro cerró sus puertas y se entregó al olvido. La gente de antaño se ha evaporado y, en su lugar, solo queda silencio. De vez en cuando, pasos apresurados pasan por su lado, pero nunca reparan en él. Ya poco o nada queda de ese zapato color alquitrán, elegante y lustroso, reducido ahora a parte de esa basura que nadie mira. 
   De pronto, la monotonía se rompe. Algo nuevo irrumpe en escena. En lo primero que piensa es en un trozo de sol desorientado, pero no tarda en salir de su error. Es un zapato femenino, de un tono rojo brillante que roza la fina línea entre lo llamativo y lo desagradablemente chillón. En su punta, una flor oscura y delicada, como un ave a punto de despegar, añade un toque de dulzura a ese aspecto resuelto e independiente. Produce esa sensación extraña tan propia de las combinadones poco habituales. Es corno mezclar naranja y chcolate. 
   Le gustaría poder decir que es alguien como él, pero sabe que no le llega ni a la punta del fino tacón. 
   Siente un cosquilleo extraño, ganas de acercarse, de conocerla. Es como en los viejos, los buenos tiempos, con su cuero de nuevo intacto y sus remaches metálicos sin óxido alguno. Vuelve a ser la estrella, el rey de la fiesta. 
   Cuando se mueve, su suela cruje sonoramente, como si estuviera hecha de galleta.
   Ella se gira hacia él y le mira por un breve instante. No hace falta más. La lástima y la repugnancia no necesitan más tiempo para hacerse evidentes. Es suficiente para recordarle que es un mero desperdicio. 
   El chasquido de los tacones alejándose resonó sobre los adoquines grises y sucios, tan grises y sucios como el aire de la ciudad.

Sara Gancedo

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS, Francisco Ayala

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FRANCISCO AYALA, El jardín de las delicias, Seix Barral, Barcelona, 1973 (1971), 185 páginas.
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ESCASEZ DE LA VIVIENDA EN EL JAPÓN

   Un pintoresco suceso ocurrido en Tokio pone de relieve la gravedad que en aquel país ha alcanzado el problema de la vivienda. La policía detuvo días atrás en un parque céntrico a una pareja que, al abrigo de un seto, estaba entregándose a las efusiones más íntimas. Conducidos a la comisaría los fogosos amantes, su identificación dio a conocer que los detenidos eran marido y mujer. Ante circunstancia tan insólita, quiso saber el comisario qué motivo había impulsado a la pareja a ejercer en lugar público sus actividades genéricas en vez de reservarlas para el sagrado del domicilio conyugal; y entonces el esposo, no sin orientales circunloquios y embarazadas sonrisas, hubo de explicarle que dicho domicilio consistía en una sola habitación donde se alojaban, con el matrimonio y tres hijitos, su suegra y dos cuñadas, cuya presencia continua ofrecía más penoso impedimento a las naturales expansiones que el eventual paso de algún extraño por los arriates del parque.

CUANDO LOS TONTOS MANDAN, Javier Marías

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JAVIER MARÍAS, Cuando los tontos mandan, Alfaguara, Madrid, 2018, 302 páginas.

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Recoge este volumen los artículos publicados en El País Semanal desde febrero del 2015 hasta enero del 2017.
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LA INVASIÓN DEL NEOESPAÑOL

   En pocos días he oído o leído, en prensa o en libros, las siguientes expresiones inexistentes y por tanto difícilmente comprensibles: “Le echaron el pato encima”; “Se desvivía en elogios de ella”; “Le dio a la sin lengua”; “Es una mujer-bandera”. Uno trata de “traducir”, y supone que en la primera hay una mezcla de “pagar el pato” y “cargarle el muerto”; en la segunda, de “desvivirse por ella” y “deshacerse en elogios”; en la tercera, una metamorfosis (a la lengua se la llama castizamente “la sin hueso”); en la cuarta, lo que siempre se dijo “una mujer de bandera” ha quedado comprimido en una extraña figura: mujeres que se llevan en un asta, para dolor de ellas. Escribí bastantes artículos comentando estas corrupciones y absurdos, hasta que di la batalla por clamorosamente perdida. Alertar de los imparables maltrato y deterioro del castellano, en España como en Latinoamérica (hay la fama de que allí se habla mejor que aquí, pero es falsa: cada lado del Atlántico, simplemente, destruye a su manera), carecía de sentido cuando los embates son constantes y sañudos y además contradictorios entre sí, no obedecen a un plan ni a un esquema. Los anglicismos superfluos, por supuesto, campan a sus anchas (hoy muchos dicen “campean”). Las concordancias han saltado por los aires: “Quiero decirle a los españoles”, se oye en boca del Presidente del Gobierno y también del último mono, ya que a nadie le importa que el plural “españoles” exija “les” en esa frase. Los modismos son “creativos” y no hay dos personas que coincidan en ellos: el antiguo e invariable “poner la carne de gallina” admite todas las variantes, desde “la piel” hasta “los vellos” hasta “la carne de punta”.
   Hice bien en abandonar la lucha, porque la magnitud del desastre es aún mayor de lo que creía, según compruebo en un libro que me llega, Guía práctica de neoespañol, de Ana Durante, veterana profesional de la edición que se ha pasado años observando anomalías, analizándolas y recopilándolas, para llegar a la conclusión de que, sin que nos percatemos mucho, hay una “neolengua” o “Idioma Aproximado” (de ambas formas lo llama) que está suplantando al español tradicional que todavía muchos hablamos y escribimos. Esto no sería demasiado grave si no fuera porque este “neoespañol” no está organizado ni hay acuerdo alguno entre sus usuarios: cada cual dice o escribe lo que le parece; todo vale con tal de que sea incorrecto o inexistente o inventado; cada uno se expresa –en solitario– como le viene en gana. Y aunque la autora se abstiene de identificar sus ejemplos con títulos, nombres y apellidos, para no perjudicar a nadie, tiene razón cuando señala que “bajo ninguna circunstancia tendría imaginación suficiente como para inventar algo ni remotamente parecido” a dichos ejemplos. (Nadie la tendría, en efecto.) Al recorrerlos uno, además, a menudo los reconoce: los ha visto u oído antes, o cosas muy similares. Pero probablemente los ha visto u oído sueltos, sin calibrar la dimensión del destrozo. Al encontrárselos agrupados en los diferentes capítulos de esta Guía de neoespañol, la carcajada es casi continua (para los que aún empleamos el idioma “no aproximado”) y también la desolación (de nuevo para los que preferimos que la lengua sea algo sólido y firme y comprensible para todos, y no una especie de papilla que salpica de diversas maneras a cuantos meten la cuchara en ella).
   Sus delirantes, tronchantes y a la vez tristísimos ejemplos están sacados de prensa escrita y hablada, pero también de obras literarias, tanto originales como traducidas. Uno va leyendo, y casi a cada página le da la risa y se lleva las manos a la cabeza, desesperado: “Esa camisa le profería un aire chulesco”, o “Dijo el rey propiciándole un beso en la frente”, o “El religioso ahorcó los hábitos”, o “Habían fletado todo el hotel” son muestras de cómo los verbos se permutan alegremente y de que cualquiera les sirve hoy a muchos hablantes y escritores. Claro que esto no es nada al lado de las “creaciones” enigmáticas: “Su trato a veces puede aminorarse difícil”, o “Lo miró atusando las pestañas”, o “La oyó desertar hondos suspiros”, o “Pifió ella, mirándolo a los ojos”. Hay que ser muy sagaz para traducir todo eso. La autora no pretende serlo. Trata de descifrar lo indescifrable, y reconoce a veces su fracaso, es incapaz de “traducir” de una neolengua cuyos códigos desconocemos, seguramente porque se caracteriza por no tenerlos. Tampoco se rasga las vestiduras, no dice que esta extraña suplantación del español sea en sí buena ni mala, tan sólo da cuenta de ella. Lo hace con resignación y humor: ante la frase “Tan pronto le quitó el ojo, la joven salió corriendo”, se limita a apostillar: “Lo que no es de extrañar, cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo”. Apenas se inmuta al leer: “El viento cambió de dirección sin cita previa” o “Intentó besarle los labios de él con los suyos”. Yo maldije, en cambio. Para mí el conjunto es aterrador, pese a lo mucho que me he divertido. Es demasiada la gente (incluidos renombrados autores y traductores) que ya no domina la lengua, sino que la zarandea y avanza por ella a tientas y es zarandeada por ella. Hubo un tiempo en el que podía uno fiarse de lo que alcanzaba la imprenta. Ya no: es tan inseguro y deleznable como lo que se oye en la calle. El problema de esta Guía de neoespañol es que sólo puede ser descriptiva, porque ¿cómo puede aprenderse a manejar lo que en modo alguno es manejable?

PRIMAVERA DE SUEÑOS, Varios Autores

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VARIOS AUTORES, Primavera de sueños, Muro de Letras, 2016, 104 páginas.

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SUEÑO DE ÁFRICA

   Los recuerdos de África pasan la frontera del mito. Cierro los ojos para buscar consuelo en mis sueños. Más allá de la línea del Ecuador, me parece que alguien me espera en la sombra, detrás de una persiana, en el aroma del incienso. Me dará la bienvenida con una simple seña de la cabeza, como si me saliera poco antes para ir al mercado. Como alguien de la familia, del cual se conoce bien el ritmo, el olor, la forma de los hombros cuando se va y el sonido de los pasos cuando regresa. 

Alberto Arecchi

BESOS HUMANOS, Francisco Ferrer Lerín

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FRANCISCO FERRER LERÍN, Besos humanos, Anagrama, Barcelona, 2018, 176 páginas.

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En el Epílogo (pp. 163-170) Ignacio Echevarría vincula no pocos textos de este volumen con «esa forma híbrida que es la del poema en prosa».
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PARTIDA DE NACIMIENTO

   Hoy he tomado el aperitivo con el poeta Ferrer Lerín. Ha sido un encuentro casual. Yo volvía de la Gestoría González, de resolver unos asuntos de la herencia de mi padre, y al ver a Lerín sentado solo en la terraza de Casa Fau me he acercado a él con el ánimo de saludarle, sorprendiéndome a mí mismo por el atrevimiento, dado que apenas conocía al poeta (me lo presentaron en la boda de la hija de Rato). Lerín ha resultado encantador. Se acordaba de mí. Incluso ha entrado en detalles acerca del atuendo de mi señora en el evento romano. Ha llamado al camarero y me ha invitado a un Campari con patatas Lay's onduladas, su alimento favorito. No ha parado de hablar, sobre literatura, aves y jugadas de póquer, y yo estaba embobado ante disquisiciones tan interesantes pero no dejaba de mirar de reojo a la gente comprobar si era ya del dominio público mi camaradería con semejante autoridad. De golpe, Lerín se ha callado y, tras echar un trago de vermú, me ha mirado a los ojos y, ceremonioso, ha dicho: «Ernesto (yo me llamó Enrique), voy a darte una primicia que te autorizo plasmes en tu periódico (no soy periodista, soy usurero)» Han pasado unos segundos que me han parecido eternos, y ha vuelto a la carga: «Sorprendido el médico de cabecera por la no correspondencia entre la edad que constaba en mi ficha y la edad que é me atribuía por mi excelente forma física, me animó a investigar mi partida de nacimiento.» Nuevo silencio (sabía que me tenía expectante) y, con voz profunda, ha continuado: «El médico estaba en lo cierto, la lectura de mi partida de nacimiento no era correcta, una mancha de tinta confundía al lector apresurado, yo no había nacido en 1942 sino en 1952. Tenía diez años menos.» A Ferrer Lerín se le ha iluminado el rostro. Me ha guiñado un ojo. Ha soltado una carcajada. Y ha pedido otra ronda. (Está claro que no le importan los problemas que se le vienen encima si hace público el descubrimiento; una actualización biográfica que supondría la pérdida de la pensión, la anulación de su matrimonio, la devolución de medallas, el desprecio de los hijos. Le he aconsejado que no diga nada, que siga con su vida como si tal cosa, pero Lerín es un tipo legal y quiere estar en paz con su conciencia. Le he recomendado los servicios de la Gestoría González, muy eficientes.)

TAZAS DE CALDO, Vicente Verdú

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VICENTE VERDÚ, Tazas de caldo, Anagrama, Barcelona, 2018, 200 páginas.

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El pensamiento se suicidaría sin el lenguaje. Ya casi se ahorca incluso con él.
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La mnemotecnia ayuda a recordar, pero ¿cómo ayudarse para olvidar?
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¿El amor? He aquí la forma de soborno perfecto.
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Todos desearíamos ser invisibles, pero, simultáneamente, verlo todo.
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Estar solo es la manera más seria y productiva de mirar.
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Ser mejor no lleva a ninguna parte. Lo que hace viajar más lejos es la mejora de los demás.
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El silencio es autoridad. Si Dios no habla es debido a su suprema majestad.
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Odiar al mundo es, al cabo, incluirse en él.
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La muerte nos come. Hay animales muy carnívoros, pero ninguno posee mandíbulas tan perfectas.

EL LIBRO DE LOS SUEÑOS, Esther Tusquets

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ESTHER TUSQUETS, El libro de los sueños, RqueR Editorial, Barcelona, 2005, 160 páginas.

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Esther Tusquets edita este libro en el que reúne múltiples sueños: desde Josefina Aldecoa, a Pedro Zarraluki, pasando por Miguel Delibes, Cristina  Fernández Cubas, Pablo D'Ors o Eloy Tizón. En Por qué un libro de sueños (pp. 9-12) recuerda que «los sueños predicen lo que va a ocurrir, muestran lo que ocurrió o está ocurriendo en otro lugar, advierten de los peligros, y transmiten órdenes y consejos de los dioses o de los hombres».
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UN SUEÑO CON COSACOS Y UNA PESADILLA


   El sueño de los cosacos es un sueño maravilloso que yo dirijo, porque yo dirijo mis sueños. Hay gente que se los inventa, pero yo los dirijo. Empiezo despierta a pensar en cuando me duermo lo sigo en sueños.
   Es un sueño fabuloso y me proporciona mucha felicidad. Los cosacos van todos a caballo, y con ellos va el pequeño cosaco, que soy yo, y al frente de todos va el jefe, el viejo, que lleva un gran sombrero de pieles, y vamos hasta una gran pradera, y entonces los cosacos encienden una gran hoguera, y quitamos las sillas a los caballos, las ponemos en el suelo, las dejamos allí, y los cosacos se ponen a cantar. Y aquí es donde yo me empiezo a dormir de verdad, y a entrar en el sueño con los cosacos, cantando... Es una verdadera maravilla. Una acampada de cosacos, que comen y cantan y bailan horas y horas.
   No pasa nada más. Los sueños generalmente no tienen argumento; tienen situaciones.
   Recuerdo otro sueño, un sueño que tuve, y que se repitió una segunda vez, aunque con variantes, con matices distintos. Por una extraña razón, yo estaba condenada a muerte —o sea, que yo sé lo que es estar condenado a muerte—, estaba condenada a muerte y estaba desesperada, y lo más absurdo es que estaba condenada a muerte porque me había puesto una falda. Y yo gritaba: «¡Por favor, sacadme de aquí!». Y Julio me decía: «Bueno, qué le vamos a hacer, las cosas son así». Y yo: «Pero que me van a matar mañana, ¡que es mañana cuando me van a matar!». Y Julio: «Sí, ya, pero qué quieres...» Y mi hijo Juan Pablo igual. Se reía.Y yo les agarraba desesperada. Se marchaban, y a mí me iban a matar mañana.Y, en efecto, venían con bata blanca, me aferraban por las manos y se me llevaban. Pasábamos por un sitio rarísimo, con canalillos en el suelo, como si fuera un matadero, canalillos para que corriera el agua o la sangre. Y yo me resistía, y me resistía, y me resistía. Y Julio me decía, al otro lado de la puerta: «No te preocupes, porque cuando mueras estarás ya en el otro mundo y no te enterarás de nada». Y yo desesperada, horrorizada, gritando, gritando: «¡ Socorro, Julio!». Tuve dos veces este sueño... Y no era un sueño dirigido por mí, claro.

INSERT COIN, José Luis Gracía

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JOSÉ LUIS GARCI, Insert coin, Reino de Cordelia, Madrid, 2018,192 páginas.

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Agradece el cineasta en Déjate de cuentos (pp. 9-12) al editor, Jesús Egido, que «estas veinticinco narraciones desperdigadas por mi vida, vean otra vez la luz.»
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CIEGOS

   Lo escribo tal y como me lo contaron. Luis es ciego de nacimiento. Trabaja en la ONCE. Desgraciadamente, los padres de Luis sufrieron un accidente mortal en la M-30. Un autocar —le fallaron los frenos— arrolló por detrás el Seat en el que iba el matrimonio. Desde entonces, Luis vivió con sus abuelos maternos. Cuando Luis cumplió dieciocho años, sus abuelos, preocupados porque sabían que, más pronto que tarde, ellos también se irían de este mundo, le compraron al chico un magnífico pastor alemán, «Barry», para que cuidara de él. Y eso hizo Barry durante una década. Hace un par de días, Barry agonizó en la clínica Cerbero, en la Avenida del Mediterráneo. Lo que Luis nunca supo, hasta ayer, cuando la veterinaria Luisa Villarejo se lo comunicó, es que Barry también era ciego.

ENSERES DE ORTOPEDIA INÚTIL, Harkaitz Cano

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HARKAITZ CANO, Enseres de ortopedia inútil, Hiru, Hondarribia, 2002, 132 páginas.

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EL JUEGO DE LOS VIERNES

   El juego en sí no tenía nada del otro mundo, era bien sencillo: en el Boulevard había dos cabinas de teléfono bastante alejadas entre sí, de una a otra había exactamente ochenta pasos. La medición exacta de la distancia era además muy importante para el correcto desarrollo del juego. Por otra parte, en la mitad del Boulevard, a cuarenta pasos de cada una de las cabinas, había una marca roja, una cruz roja pintada sobre un sumidero redonde del alcantarillado. Se reunían allí todos los viernes por la tarde, después de salir de la escuela. Para empezar el juego se colocaban sobre la cruz rojoa pintada en el sumidero. La competición se hacía de dos en dos: se daban la espalda, mirando cada cual a su cabina y tocando con la mano izquierda la derecha del contrincante, para que ninguno de los dos tuviera la más mínima ventaja. Luego, el que había sido nombrado juez -normalmente alguno a quien no le gustaba bailar o no era especialmente hábil corriendo- silbaba y bajaba el pañuelo que sujetaba con la mano derecha, dando inicio a la carrera. Esto es lo que había que hacer: llegar corriendo a la cabina antes de que el contrario alcanzara la suya, abrir de golpe la puerta de biombo y luego, con el auricular en la mano, marcar lo más rápido posible un número de teléfono previamente establecido por los contrincantes.
   Había que invitar a bailar a quien respondiera al otro lado de la línea. Evidentemente, casi siempre era el que primero llegaba y primero marcaba quien conseguía la cita. Mientras tanto, el que estaba en la otra cabina telefónica, a ochenta pasos -hablemos claro: el perdedor- oía la señal intermitente de que estaba comunicando.

PENSAMIENTOS EMERGENTES DE UNA MENTE SUMERGIDA, Miguel Cobo Rosa

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MIGUEL COBO ROSA, Pensamientos emergentes de una mente sumergida, Libros al Albur, Sevilla, 2018.
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Me pierdo sin salir de mí.


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La frágil planta de la ilusión la sostiene el quebradizo tallo de la decepción.


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Procuro pensar cada día un poco más, para que no llegué nunca el día menos pensado.
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Cuando la vida se vuelve del revés, son visibles todas sus costuras.


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Cuanto más pequeña sea tu maleta, más hermoso será el viaje.

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Entre alcanfor y naftalina tus recuerdos son sólo el traje antiguo de una vida raída.

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La canción del invierno es el frío interior de la nostalgia.
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Si un héroe, antes de su hazaña, piensa en su estatua, su corazón ya es de piedra.

LUNES Y MARGARITAS, Maite Moreno

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MAITE MORENO, Lunes y margaritas, Maite Moreno, 2016, 2002 páginas.

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CURIOSEANDO

   Llueve con ganas, el cadáver lleva casi dos horas esperando a que llegue el juez. Creí que no lo taparían nunca, pero a los pocos minutos de llegar la policía, el dueño del bar desde el que estoy observando lo que va sucediendo, les llevó un plástico:
   —Está nuevo — les dijo—. Lo he comprado hoy.
   Uno de los agentes lo desplegó y lo echó sobre la víctima. Es una mujer joven, muy delgada, su melena empapada ha quedado pegada sobre su cara y me recuerda a esos maniquíes en la acera esperando a que se los lleven los servicios de limpieza.
   El camarero del bar me sirve el café muy nervioso y como queriendo disculparse, me informa.
  —Es una vecina del barrio y la dueña de un comercio de ropa femenina. Muy habladora y alegre —sonrió recordándola—. La de veces que he charlado con ella — exclamó apesadumbrado.
   Lo llama su jefe desde la barra, hay una mesa sin servir.
   —Tiene novio —. Regresa con una cerveza que no he pedido—. Va a buscarla todos los días —se le escapa un gesto de «se merecía algo mejor» y tras una leve pausa prosigue—. No es muy hablador, sí muy educado. Ya he informado a la policía de que hoy no ha ido a buscarla y que a mi me da mala espina ese novio.
   —Una muerte no es algo lúdico —le digo— una persona puede verse en un gran apuro por un comentario inoportuno.
   Mis palabras le molestan, muy serio se queda pensando, pero prudentemente calla, no quiere provocar. Hace un movimiento con los hombros, que dicen lo que calla.
   —No es de este barrio, ¿verdad?—. Cambia de conversación, pero no le contesto.
   —¿Trabaja cerca?
   —Sí—le respondo.
   —¿Y de que va su trabajo?
   —Traslado cuerpos sin vida.

LA VUELTA AL MUNDO EN 80 MÚSICAS, Andrés Amorós

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ANDRÉS AMORÓS, La vuelta al mundo en 80 músicas, La Esfera de los libros, Madrid, 2018, 408 páginas.
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En el Preludio (pp. 15-20) Amorós señala el origen de este tomo subtitulado Las obras y autores imprescindibles de música clásica, popular y de cine: su programa de radio Música y letra.
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MACAO EN CHINCHÓN
[Erik Satie: Gymnopédies en Una historia inmortal, de Orson Welles]

   A Orson Welles le llamaban «el Genio» por antonomasia. No me parece excesivo. A los dieciséis años, sin cortarse un pelo, ya representaba a Shakespeare. (Siguió haciéndolo, toda la vida).
   Siete años después, el 30 de octubre de 1938, en la radio, la voz de un locutor presentaba un presunto noticiario: «El profesor Morse, de la Universidad McGill, informa que ha observado tres explosiones en el planeta Marte...». Al joven Welles se le había ocurrido dramatizar así la clásica novela de H. G. Wells, La guerra de los mundos, pero los oyentes creyeron que era una noticia real y cundió el pánico en Nueva York.
    A los veinticinco años, dirigió su primera película, Ciudadano Kane, una de las más innovadoras de la historia del cine.
   Rebasados ya los cincuenta, rodó Welles una de sus más singulares películas: Una historia inmortal, basada en un relato de Karen Blixen, también conocida como Isak Dinesen (popularizada por Memorias de África). La voz narradora de Welles cuenta una historia que parece sacada de Las mil y una noches o de la Biblia.
   En Macao, en el siglo XIX, un viejo comerciante, Charles Clay (es decir, «arcilla», como la tierra originaria, algo cercano pero no igual a Kane), al que otorga su imponente presencia Welles, paga a un marinero para contemplar cómo deja embarazada a su mujer. Es una historia simbólica, ambigua, mistenosa; según Jean Renoir, en la presentación, «el sueño de un niño que se ha convertido en hombre». Queda clara, eso sí, la locura del personaje que se cree todopoderoso (como Ciudadano Kane; como Quinlan, en Sed de mal; como Mr. Arkadin).
   Produjo la película la televisión francesa, con dos condiciones: que se rodara en color (la primera vez, para Welles) y que durara menos de sesenta minutos. Esto último fue fatal para la explotación en salas comerciales: no era un corto ni un largometraje. (En España, se proyectaba junto a un largo documental de François Reichenbach sobre su amigo Orson Welles).
   El presupuesto que tenía era escaso: por amistad, consiguió que actuara una estrella de la categoría de Jeanne Moreau (que también había participado en la shakesperiana Campanadas a medianoche). Lo más curioso es que a Welles le bastaron unas telas colgadas de los balcones, con unos garabatos pintados, como si fueran letras del alfabeto chino, para que una Plaza Mayor típica de un pueblo castellano, la de Chinchón, muy cerca de Madrid, se conviniera en la imagen cinematográfica de Macao.
   La película presentaba también un interés musical: utilizaba —por primera vez en el cine, según creo— una de las Gymnopédies de Satie, un personaje verdaderamente fascinante: pianista de cabaret, bohemio, bromista; amigo de Cocteau, Ravel y Debussy; colaborador de René Clair.
   Satie se definía como «un músico medieval que, por casualidad, deambulaba por el siglo XX». Su sentido del humor se traslada a los títulos de sus músicas: Obras frías; Melodías para huir; Danzas al revés; Tres fragmentos en forma de pera; Música de mobiliario destinada a ser ignorada...
   Según creo, las gimnopedias eran las fiestas anuales que se celebraban en Esparta en honor de Apolo. Con esta música, Erik Satie intentaba evocar la inmovilidad de los bailarines, en los vasos griegos; es decir, una atmósfera sencillísima, desnuda, casi hipnótica. De esta obra, escrita para piano, hizo una hermosa versión orquestal Debussy; mucho después, ha hecho otra el grupo de rock sinfónico Blood, Sweat and Tears. (Las tres versiones son preciosas).
   En los últimos años, la música de Erik Satie, tan original, se ha puesto muy de moda: es un claro antecedente de la actual música «minimal», repetitiva. Con su sencilla solemnidad, crea la atmósfera adecuada para esa misteriosa historia que Karen Blixen situó en Macao y que Orson Welles localizó en la castiza Plaza Mayor de Chinchón, donde todos los años tiene lugar un tradicional festival taurino...
   Conocí yo una mañana a Orson Welles: estábamos tomando el aperitivo en la terraza de un café francés, con Luis Miguel Dominguín, Ernest Hemingway y varios amigos del diestro, que iba a torear esa tarde. Cuando llegó Orson, borró a todos con su poderosísima personalidad.
   Recuerdo muy bien que me enseñó una cicatriz en el brazo, diciéndome que era la cornada de un toro, cuando él —aseguraba— actuaba como novillero, por los pueblos sevillanos.
   He intentado comprobar la veracidad de esa historia, pero me ha sido imposible: por ningún lado aparecen datos de ese misterioso novillero norteamericano. ¿Se tratará de un fabuloso embuste, uno más de los que él prodigaba? Es muy posible, recuérdese la tesis de su película F for Fake (en España, Fraude): lo propio del creador es la mentira, ser —como escribió Pessoa—un «fingidor».
   Tampoco es imposible que aquel joven que recitaba a Shakespeare, el mismo que asustó a los norteamericanos con su programa de radio y que revolucionó el cine, con su primera película, intentara también la loca aventura de ser torero. Así era «el Genio» Orson Welles, que eligió la música de Erik Satie para el misterioso clima del relato de Karen Blixen.

POR EL CAMINO, Ricardo Martínez-Conde

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RICARDO MARTÍNEZ-CONDE, Por el camino, Trea, Gijón, 2017, 64 páginas.

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Siempre acercándonos, pero nunca llegamos a darnos alcance del todo.
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Escribir bajo la convicción. Escribir bajo el temor. Escribirle a la aurora. Escribir para el perdón y el no perdón; para ser (y no tener que ser).
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Mis dudas nacen de mis certezas; en eso apenas dudo.
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Un concepto que no debería aplicarse nunca a una obra de arte —a una referencia estética— es la de triunfo. A la postre, dicha obra no es siquiera la representación, sino una representación, algo, en esencia, temporal.
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Las palabras son, o han de ser, como olas: fuerza implícita, contenido para la donación.
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En el momento en que hemos abandonado el comportamiento racional hemos cedido todos sus contenidos: la imaginación, el sentido de armonía, la voluntad de descubrir… El problema hoy, entonces, en tiempo de pasiones e intereses ocultos, no es solo de mercado sino de deshumanización.
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¡Tantas veces me gustaría poder argumentar que he sido! Cuando menos en algo, un porcentaje real de la realidad.

DESENCUENTROS, Edmundo Paz Soldán

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EDMUNDO PAZ SOLDÁN, Desencuentros, Páginas de Espuma, Madrid, 2018, 256 páginas.

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VEINTISIETE DE ABRIL

   Era el cumpleaños de Pablo Andrés y decidí obsequiarle la cabeza de Daniel, perfumada y envuelta con elegancia en lustroso papel café. Supuse que le agradaría porque, como casi todo buen hermano menor, odiaba a Daniel y no soportaba ni sus ínfulas ni sus cotidianos reproches. Sin embargo, apenas tuvo entre sus manos mi regalo, Pablo Andrés se sobresaltó, comenzó a temblar y a sollozar preso de un ataque de histeria. La fiesta se suspendió, los invitados nos quedamos sin probar la torta, alguien dijo son cosas de niños, y yo pasé la tarde encerrado en mi dormitorio, castigado y sintiéndome incomprendido.

INVASIÓN, David Roas

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David Roas, Invasión, Páginas de Espuma, Madrid, 2018, 128 páginas.

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HORA DEL CUENTO

   Sentado en la oscuridad, espero que mi hijo, como cada noche, me pida un cuento. Un cuento que, además, debo inventar a partir de dos o tres palabras que él me da.
   Papi, hoy quiero que me cuentes una historia sobre Godzilla y el calamar colosal.
   Uy, esa no me la sé -le digo, para ver cómo reacciona.
   Pues es fácil: la tienes escrita en el techo -responde de inmediato.
   Por un instante, estoy tentado de apretar el interruptor de la lamparita y mirar hacia arriba.
   Opto por concentrarme en la aventura del monstruo mutante, deseando que hoy el niño no tarde mucho en dormirse.

UNA VIDA SIN MURPHY, Manuel Rebollar Barro

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MANUEL REBOLLAR BARRO, La vida sin Murphy, Enkuadres, Valencia, 2017, 100 páginas.

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Escribe Manu Espada en La teoría de Rebollar Barro (pp. 9-12): «el orden y el caos no son conceptos antagónicos, sino que en realidad son complementarios, de la misma manera que no puede haber blando sin negro, ni maldad sin seres bondadosos». Ilustra, en sobrio B/N, Ina Hristova.
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ISADORA

   No conoce a Isadora Duncan, y es una pena. Quizá en estos momentos, a punto de subirse a un descapotable, vestida con un hermoso traje de verano, pamela elegante y una gran pañoleta anudada al cuello, no sería muy necesario que supiera que fue una pionera en materia de danza y que su estilo de baile fue único. Quizá tampoco que presenciar una de sus actuaciones era ver materializarse el aire, con movimientos que dejaban estelas a través del espacio. Quizá no fuera relevante conocer que su vida se alejó de la moral predominante, que siempre hizo lo que quiso, más allá de las posibles consecuencias negativas que sus actos pudieran acarrearle. Quizá... Ella no conoce a Isadora Duncan, y es una pena. Porque si supiera que murió como copiloto en un descapotable cuando su largo chal se enganchó en la rueda del automóvil, estrangulándola, llevaría, sin dudarlo, su cuello al descubierto.

LAS PEQUEÑAS COSAS, Paola Tena

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PAOLA TENA, Las pequeñas cosas, Ediciones La Palma, Madrid, 2017, 100 páginas.
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MENSAJE EN UNA CAJETILLA 
Para Manolo Ortiz Soto 

   La cajetilla de cigarros que me vendió Lucila no es como las otras. Cuando la abrí, encontré dentro un papelito blanco escrito a mano: «Buscando amor. Calle del Agua 5». Por la noche me dirigí a esa calle, entré por la puerta sin pestillo y a tientas en la oscuridad de la casa desconocida, busqué la habitación y luego su cuerpo tibio. Le hice el amor dulce, suavemente, y me marché antes de que amaneciera. La siguiente cajetilla que compré también era distinta. «Ajuste de cuentas. Bar El Gladiolo». A mediodía, cuando Justino limpiaba la máquina de café y se giró para decirme grosero que el bar todavía no estaba abierto, no se esperaba recibir por respuesta un disparo en medio de la frente. Y otra cajetilla más: «Hijo muerto en el frente. Ancianato Luz del Ocaso». Pasé toda la mañana leyendo historias en voz alta para doña Estrella, una hermosa anciana de trenzas largas que me llamaba «mi niño José», mientras me acariciaba la mano entre las brumas del Alzheimer. Hoy no había cajetilla para mí en el kiosco de Lucila, pero sí una llamada a mi puerta. Antes de abrir, me pregunto quién compró mi cajetilla esta mañana. 

ALMIRANTE DE UN ICEBERG, Javier Sanz

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JAVIER SANZ, Almirante de un iceberg, Bubok, 2017, 42 páginas.
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Vivimos en la oscuridad del azar, imaginando horizontes.
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Hoy es mi cumpleaños; mi suicidio anual.
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Nunca podré tocar el horizonte, nunca podré tocar mi cadáver.
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Sabemos contar hasta el infinito, lo que pasa es que nos falta tiempo.
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El niño en cada puñado de arena encuentra un deseo.
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La gota de lluvia cae por la mejilla del cristal.
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La muerte no llama a la puerta, la tira abajo.
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Lo que vemos no es el mar sino su techo.
***
La gota de lluvia cae por la mejilla del cristal.
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El viento no tiene guion.
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Las estrellas son los puntos suspensivos de la oscuridad.

HEROÍNAS DE LA II GUERRA MUNDIAL, Kathryn J. Atwood

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KATHRYN J. ATWOOD, Heroínas de la II Guerra Mundial, Edaf, Madrid, 2013, 288 páginas.
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Kathryn J. Atwood, en su introducción, destaca cómo "la mayoría de estas mujeres —las famosas y las tapadas— tenían una cosa en común: no se veían a sí mismas como heroínas. Se guiaron por su conciencia, vieron que había que hacer algo y lo hicieron."
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HORTENSE DAMAN: CORREO PARTISANA

   Un oficial alto con uniforme de la SS se subió a un vagón lleno de mujeres prisioneras; tenían las manos y los pies encadenados a los asientos del tren. Echó un vistazo por el vagón hasta que vio a una prisionera en particular, un guapa joven de 17 años. Se acercó hasta ella.
   «Te daré una última oportunidad», le dijo.
   «No le comprendo», contestó la chica.
   El oficial casi sonríe. «Te daré la libertad, te dejaré libre, si me dices dónde puedo encontrar a tú hermano».
   «No puedo ayudarle», respondió la chica.
   «¿No oyes lo que te estoy diciendo?», le preguntó de nuevo. «¿Me entiendes?».
   «No tengo nada que decir», respondió.
   El oficial sabía que esta mujer había sido golpeada e interrogada durante 30 días por la SS belga. Todos buscaban a su hermano, François Daman, un líder de la Resistencia local que había conseguido escapar de sus garras con gran habilidad. La chica había sido golpeada una y otra vez, pero se negó repetidamente a informar sobre el paradero de su hermano.
   Este oficial era un experto interrogador que había visto cómo hombres hechos y derechos se venían abajo y traicionaban a sus compañeros baja similares circunstancias. Esta joven había recibido palizas un día tras otro, pero no había soltado una palabra. Sentía un gran respeto por su convicción.
   «Es una lástima, Hortense», le dijo. Se echó hacia atrás, chocó los talones, y la saludó. «Ojala hubieras sido alemana». Luego se bajó del tren. Las ruedas del tren comenzaron a chirriar. Se dirigía a Ravensbruck, un lugar llamado «El infierno de las Mujeres». Era un campo de concentración para mujeres.
   Durante los cuatro días de viaje, en los que nunca la desencadenaron del asiento, Hortense Daman tuvo tiempo de sobra para reflexionar sobre los sucesos que la habían puesto en ese tren.
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   Hortense tenía solo 13 años cuando los alemanes invadieron Polonia en 1939. Su hermano, François, entonces 26, era sargento en el ejército belga. Cuando Alemania invadió y conquistó Bélgica en mayo del año siguiente, François comenzó a trabajar para la Cruz Roja, pero ese trabajo era solo una tapadera. En realidad, se había unido al Ejército de Partisanos belga, una de las muchas organizaciones militares de la Resistencia belga.
   François le había pedido a Hortense que se uniera a los Partisanos por dos razones. Él sabía que su trabajo no tendría éxito sin la ayuda de mujeres voluntarias. También sabía que si él no le daba algo que hacer, Hortense se implicaría por sí misma. François prefería que Hortense trabajara cerca de él para poder cuidar de ella.
   Le pidió que distribuyera copias del periódico clandestino más famoso de Bélgica, La Libre Belgique (Bélgica Libre). Luego, le pidió que le entregara una carta a alguien al que encontraría sentado en un banco de un parque. Al poco tiempo, Hortense estaba trabajando regularmente como correo para François; se encargaba de entregar objetos importantes aquí y allá. Su padre poseía una tienda de alimentación en su ciudad natal de Lovaina, así que Hortense realizaba estas tareas mientras montaba en bicicleta y, supuestamente, transportaba alimentos. Algunas veces llevaba realmente alimentos, pero se trataba de alimentos del mercado negro —obtenidos ilegalmente, sin cartillas de racionamiento— que servían para alimentar a los aviadores aliados que permanecían escondidos hasta que pudieran ser escoltado a salvo hasta Inglaterra.
   La cesta de la bici de Hortense no tardó en llenarse con algo más que alimentos: comenzó a transportar explosivos para los Partisanos. Un día que transportaba granadas en su cesta, apenas ocultas bajo unos huevos, Hortense fue a dar directamente con una redada. Los alemanes estaban comprobando la identificación para dar con jóvenes que se hubieran escabullido del reclutamiento obligatorio para trabajar en las fábricas de municiones alemanas. También estaban buscando alimentos del mercado negro. A Hortense le dio el alto un oficial que, bruscamente, le preguntó qué llevaba. Como se había detenido de repente, Hortense trató desesperadamente de mantener el equilibrio, pues la cesta amenazaba con caer en cualquier momento.
   «Solo huevos», dijo. Los huevos eran escasos y caros en la Bélgica ocupada por los nazis, incluso para los alemanes. Cuando se dio cuenta de que el oficial tenía los ojos clavados en la cesta, vio su oportunidad y sacó algunos. «¿Le gustaría algunos». Él se los quitó de la mano antes de despedirse de ella impacientemente. Se alejó pedaleando de allí hasta que las piernas comenzaron a temblarle descontroladamente y tuvo que detenerse para recuperar la compostura.
   Después de entregar las granadas a su destinatario, consideró los hechos cuidadosamente: sabía que se había librado de un registro más a fondo porque era mujer. También se dio cuenta de que había mantenido la cabeza fría en una situación muy tensa. Esto le dio la confianza necesaria para aceptar otra misión, aún más peligrosa. Los alemanes estaban combatiendo con éxito a los Partisanos de la zona de Lovaina. Los líderes estaban siendo traicionados y, posteriormente, arrestados e interrogados o, simplemente, asesinados allí mismo. Había que hacer cambios, variar los planes y era necesario mover enseguida y sin levantar sospechas los archivos —que contenían los nombres y direcciones de los miembros partisanos— antes de que cayeran en manos de los alemanes.
   Hortense tenía que ir en bicicleta hasta una casa para recoger un paquete con estos archivos. Luego, en caso de que la hubieran seguido, debía coger el tren en lugar de volver en bicicleta. Para entonces François ya sabía que Hortense era muy capaz. Aun así, era una misión tan peligrosa, que no podía evitar temer por su seguridad.
   «Es vital que no te cojan», le dijo François a su hermana mientras se preparaba para salir.
   Ella le sonrió a François. «No te preocupes, estaré bien. He memorizado los detalles de todos los contactos».
   «Bueno, de todos modos, si encuentran esos papeles creerán que les ha tocado la lotería. Todo lo referente a los Partisanos en esta zona esta ahí. Si te cogen con ellos estarás en un serio problema».
   Ella sonrió con seguridad mientras se sentaba sobre la bicicleta.
   «Por el amor de Dios, ten cuidado», le dijo mientras observaba cómo su joven hermana se alejaba pedaleando.
   Después de que Hortense estableciera contacto, recibiera el paquete y se subiera al tren, se dio cuenta con pavor, de que la GFP (Policía Militar Secreta, según sus siglas en alemán) estaba comprobando no solo las identificaciones, sino también los paquetes y las maletas. La GFP era una rama de las fuerzas armadas alemanas que, en Bélgica y, sobre todo, en Francia, trabajaba para acabar con las actividades de la Resistencia. No podía dejar que examinaran el paquete. Solo podía hacer una cosa: ir a otro vagón. Terminó en un vagón lleno de oficiales alemanes.
   Un oficial alemán invitó educadamente a Hortense a que se sentara junto a él. Le cogió el paquete y lo colocó en la repisa que había sobre sus cabezas. Las letras GFP adornaban los tirantes de su chaqueta. Era evidente que se trataba de un oficial superior.
   «Es algo pesado para ir cargando con él. ¿Qué es eso que pesa tanto?», preguntó.
   «Revistas», respondió rápidamente Hortense.
   Durante un instante terrorífico, Hortense pensó que le iba a pedir que le enseñara qué tipo de revistas eran. En lugar de eso, comenzó a charlar amigablemente con Hortense, si bien el único que hablaba era él. Él le preguntó a dónde se viajaba.
   Ella le contestó la verdad, que se dirigía a su casa, en Lovaina.
   Él se emocionó mucho y le dijo que también se dirigía allí: le enviaban para hacerse cargo de la Policía Militar Secreta, y que tenía intención de limpiar la zona de «terroristas» en dos meses. Luego le advirtió a Hortense que mantuviera alejada de ellos por su propia seguridad.
   «No creo que me molestes, ¿verdad?», le preguntó Hortense, tratando de parecer asustada.
   «Lo dudo», dijo el oficial, pero para asegurarse de que llegaba bien, y para pedirle ir a cenar, insistió en acompañarla en coche a casa desde la estación. Antes de bajar del coche le pasó el paquete y él se sonrió cuando ella le dijo que su madre no aprobaría que saliese con un oficial alemán.
   Aunque Hortense se tomó algún tiempo libre tras su exitosa misión, el oficial que la acompañó, no. Se salió con la suya en un aspecto: Hortense y sus padres fueron traicionados y arrestados un día cuando los soldados irrumpieron en su casa a la hora de la cena. François no estaba allí.
   Pero los alemanes estaban decididos a encontrarle. Hortense fue interrogada a diario durante 30 días, y le golpeaban con fuera cada vez que se negaba a dar la localización de François. Esta negativa fue la que la colocó en el tren que se dirigía a Ravensbruck.
   Hortense no solo sobrevivió a los horrores del Infierno para Mujeres durante casi un año —entre ellos un intento de esterilización e inyecciones de gangrena como parte de un experimento médico— pero tras la llegada de su madre allí, Hortense hizo todo lo que estaba en su mano para que si madre también sobreviviera, y puso su vida en peligro en varias ocasiones.
   Después de la guerra Hortense se casó con Syd Clews, un sargento del ejército británico, y se mudó con él a Inglaterra, donde tuvieron dos hijos. EL gobierno belga le otorgó a Hortense las mayores condecoraciones y, en 1989, Mark Bles escribió su autobiografía, titulada Child at War. Hortense murió en 2006 a la edad de 80.

HACERSE TODAS LAS ILUSIONES POSIBLES, Josep Pla

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JOSEP PLA, Hacerse todas las ilusiones posibles, Destino, Barcelona, 2018, 224 páginas.

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Dice, Francesc Montero, editor de Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas: «No conocemos los motivos por los que [estos inéditos] fueron descartados, pero como el lector podrá observar es obvio que una buena parte eran inaceptables en aquellos años y que muchos otros eran susceptibles de recibir el tijeretazo franquista».
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La biografía ilustrada de García Lorca realizada por José Luis Cano —que acaba de salir— se lee rápidamente. Está escrita con mucha delicadeza y el biografiado es realmente intrascendente —excepto su muerte, que fue horrible—. La labia charnega que se gastó Lorca fue impresionante. Fue un poeta andaluz instintivo, dotado y fácil, de gran categoría. Aparte de este don, que tuvo de manera fabulosa, el biógrafo no ha encontrado nada más. Fue un escritor de la vida, con considerable capacidad expresiva, que, en definitiva, es lo que cuenta —capacidad expresiva para la poesía—. Para todo lo demás, no la tuvo en absoluto. Y la que tuvo para la poesía puede que le hiciera más daño que otra cosa —desde mi punto de vista, naturalmente, y dado que no puedo sufrir la poesía árabe—. La escenografía preciosista de Las mil y una noches siempre me ha resultado indigerible, de un enrevesamiento untuoso y definitivo.
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Llega un momento en la vida en que, a veces, se añora la frescura de la inconsistencia y del poco juicio, y otras en que el poco juicio nos hace ruborizar. A menudo, daría lo que fuera por hacer una tontería y un momento después desearía que la tierra me tragara porque el ridículo me aterra. 
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Es posible constatar a cada momento que los argumentos a favor de la existencia de Dios causan verdadera impresión en quienes ya creen en Él, en quienes tienen fe. A los que, al contrario, no creen, estos argumentos les dejan indiferentes.
***
Nada me hace ilusión. Cuando me hablan de la felicidad, la cursilería de la palabra hace que me parta en dos de la risa. Lo ideal es hacerse todas las ilusiones posibles y no creer en ninguna. Decepcionante, deprimente, qué se le va a hacer. 
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En el sistema de la sociedad en que vivimos, solo hay dos caminos: o dedicarse, en el trato con la gente, a la estricta y habitual comedia, o practicar una forma u otra de presencia propia y auténtica, o sea, una locura. Casi todo el mundo se adapta a la primera opción, y hay incluso quien practica la locura como comedia.

NANORELATOS I, Varios Autores

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VARIOS AUTORES, Nanorelatos I, Ediciones de Letras, Granada, 2016, 166 páginas.

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CRUCE DE MIRADAS

   Fueron segundos, pero duramos, envueltos, al menos 2 vidas mirándonos.
Alba Madrigal Lozano


UN BUZÓN EN EL DESIERTO, Aitor Francos

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AITOR FRANCOS, Un buzón en el desierto, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2018, 60 páginas.
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Silencio en clase.
La sombra de un gorrión
en la pizarra.

CAPITALINOS, Jesús Munárriz

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JESÚS MUNÁRRIZ, Capitalinos, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2018, páginas.

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En palabras de Susana Benet, los haikus de Munárriz "sugieren un ameno paseo por Madrid, lleno de pequeños detalles asombrosos, imágenes que siendo cotidianas adquieren mucho significado al detenerte en ellas. [...] Todo esta muy vivo, como la propia ciudad, y de vez en cuando se ilumina con esas flores que te salen al paso".
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Sopla una ráfaga
y pierde los papeles
su señoría.

LABRADOR DEL AIRE, Arturo Soria y Espinosa

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ARTURO SORIA Y ESPINOSA, Labrador del aire, Turner, Madrid, 1983, 76 páginas.
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Con palabras labras en el aire.
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La vida hecha es la muerte viva.
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La historia es la noria de aguas múltiples.
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La espera a la intemperie se acerca a la intemporalidad.
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La mayor parte de los contemporáneos usa el motor de gasolina como complemento del alma.
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Tener te ata.
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El envase es el féretro mercantil para los productos envalsamados.
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Los muertos están en los huertos de los recuerdos.