EL LIBRO DE LOS SUEÑOS, Esther Tusquets

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ESTHER TUSQUETS, El libro de los sueños, RqueR Editorial, Barcelona, 2005, 160 páginas.

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Esther Tusquets edita este libro en el que reúne múltiples sueños: desde Josefina Aldecoa, a Pedro Zarraluki, pasando por Miguel Delibes, Cristina  Fernández Cubas, Pablo D'Ors o Eloy Tizón. En Por qué un libro de sueños (pp. 9-12) recuerda que «los sueños predicen lo que va a ocurrir, muestran lo que ocurrió o está ocurriendo en otro lugar, advierten de los peligros, y transmiten órdenes y consejos de los dioses o de los hombres».
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UN SUEÑO CON COSACOS Y UNA PESADILLA


   El sueño de los cosacos es un sueño maravilloso que yo dirijo, porque yo dirijo mis sueños. Hay gente que se los inventa, pero yo los dirijo. Empiezo despierta a pensar en cuando me duermo lo sigo en sueños.
   Es un sueño fabuloso y me proporciona mucha felicidad. Los cosacos van todos a caballo, y con ellos va el pequeño cosaco, que soy yo, y al frente de todos va el jefe, el viejo, que lleva un gran sombrero de pieles, y vamos hasta una gran pradera, y entonces los cosacos encienden una gran hoguera, y quitamos las sillas a los caballos, las ponemos en el suelo, las dejamos allí, y los cosacos se ponen a cantar. Y aquí es donde yo me empiezo a dormir de verdad, y a entrar en el sueño con los cosacos, cantando... Es una verdadera maravilla. Una acampada de cosacos, que comen y cantan y bailan horas y horas.
   No pasa nada más. Los sueños generalmente no tienen argumento; tienen situaciones.
   Recuerdo otro sueño, un sueño que tuve, y que se repitió una segunda vez, aunque con variantes, con matices distintos. Por una extraña razón, yo estaba condenada a muerte —o sea, que yo sé lo que es estar condenado a muerte—, estaba condenada a muerte y estaba desesperada, y lo más absurdo es que estaba condenada a muerte porque me había puesto una falda. Y yo gritaba: «¡Por favor, sacadme de aquí!». Y Julio me decía: «Bueno, qué le vamos a hacer, las cosas son así». Y yo: «Pero que me van a matar mañana, ¡que es mañana cuando me van a matar!». Y Julio: «Sí, ya, pero qué quieres...» Y mi hijo Juan Pablo igual. Se reía.Y yo les agarraba desesperada. Se marchaban, y a mí me iban a matar mañana.Y, en efecto, venían con bata blanca, me aferraban por las manos y se me llevaban. Pasábamos por un sitio rarísimo, con canalillos en el suelo, como si fuera un matadero, canalillos para que corriera el agua o la sangre. Y yo me resistía, y me resistía, y me resistía. Y Julio me decía, al otro lado de la puerta: «No te preocupes, porque cuando mueras estarás ya en el otro mundo y no te enterarás de nada». Y yo desesperada, horrorizada, gritando, gritando: «¡ Socorro, Julio!». Tuve dos veces este sueño... Y no era un sueño dirigido por mí, claro.

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